Brics: un club para mirar con lupa

Brics: un club para mirar con lupa

BRICS. Evento. BRICS. Evento. REUTERS

Un gobernante tiene responsabilidades hasta el último día de su mandato, pero algunas decisiones son tan trascendentes que un Presidente saliente debe saber tomarlas con prudencia y hasta dejarlas para las siguientes autoridades. Tal sería el caso del ingreso de Argentina al grupo conformado por Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica (Brics) ante una invitación cuya aceptación corresponde al Congreso si implica la firma de tratados. En él la cuestión económica parece más sencilla que la política, aunque se relacionan.

Una forma de verlo es pensar que el mercado libre penaliza distinguir por algo diferente que la productividad. Lo básico es la relación entre calidad y precio. Quien por discriminación no contrate un trabajador productivo quedará relegado en el mercado por quienes sí lo tomen. Quien no compre un artículo debido a quiénes lo fabricaron perderá de satisfacer sus necesidades como productor o consumidor.

Así, no hacer un acuerdo comercial con un país por la ideología de sus gobernantes significa que pierden oportunidades de bienestar los ciudadanos propios que se beneficiarían por las transacciones. Un ejemplo, aunque se podría discutir cuán diferentes eran realmente los gobiernos, lo dieron Argentina y la Unión Soviética en 1980. Los Estados Unidos impusieron un embargo cerealero a la URSS cuando ésta invadió Afganistán en 1979 y Argentina, bajo una dictadura declaradamente anticomunista, no adhirió. No sólo para mantener las ventas sino para aumentarlas sustituyendo a quienes sí las frenaron.

Entonces, viendo sólo lo comercial, los Brics parecen atractivos pero hay dudas. Sí, representan un 42 por ciento de la población mundial, pero la India y Sudáfrica tienen altísimas tasas de pobreza. Además, la tasa de crecimiento de China viene en descenso, su sistema financiero es débil y se teme la explosión de una burbuja inmobiliaria. De todos modos, y porque las prevenciones sobre China tienen años y no terminan de concretarse, tal vez haya que aprovechar el momento, aunque el grupo sea un 18 por ciento del comercio mundial cuando el G7 es un 65 por ciento. Y también podría preguntarse, porque allí va el 30 por ciento de las exportaciones argentinas, si éstas sólo pueden aumentar siendo socios o es posible lograrlo sin entrar al club.

Otra posibilidad son las inversiones provenientes de los Brics, pero hay dos objeciones. Una, que nadie, socio o no, invierte en un país sin estabilidad macroeconómica, seguridad jurídica, infraestructura ni capital humano capacitado, lo que incluye tanto instrucción como vocación y cultura de trabajo. La segunda, que sin contexto económico adecuando las inversiones se realizan por motivos políticos, lo que trae aparejado retribuciones políticas. Si las pidiera algún país occidental habría acusaciones de sometimiento e imperialismo. ¿Serán admisibles las que respondan a las ambiciones hegemónicas chinas o a la necesidad de refugio internacional de Rusia, que intenta esquivar sanciones económicas internacionales?

Un último punto es aprovechar el Nuevo Banco de Desarrollo, formado por los Brics, para financiar infraestructura o proyectos productivos. Actualmente el Banco es muy poco transparente y sus créditos, de lograrse, en realidad financiarían el gasto corriente si no se organizara de manera eficiente el Estado.

Ahora bien, si fuera por lo político la invitación directamente debería rechazarse por las malas credenciales democráticas y de derechos humanos de Rusia, China y los próximos socios, en especial Irán.

Es cierto que Argentina integra asociaciones con países de toda laya, pero la clave es el porqué del grupo. El G20 o la OMC buscan ciertos tipos de políticas económicas sin cuestionar los valores básicos de la organización civilizada. Los Brics, en cambio, se presentan con la pretensión de cambiar el planeta, como el Sur contra Occidente, como un grupo que quiere rediseñar las reglas para reducir la desigualdad mundial. Ahora bien, ¿es cambio de reglas o cambio de líderes? En cualquier caso, la respuesta es mala.

Occidente no es una maravilla, pero el sistema democrático de sus países permitió evolucionar, con idas y vueltas, de manera no violenta. Al mismo tiempo, el sistema económico compartido es el capitalismo, que con altos y bajos y con más o menos intervenciones del Estado fue el único que permitió la extensión de la riqueza en un mundo en el que la pobreza fue, hasta el capitalismo, la realidad de la casi totalidad de la humanidad.

Y, clara hipocresía, pese al discurso antisistema los Brics son capitalistas. Incluso Rusia, en la versión capitalismo de amigos, y China, no sólo por el golpe de timón dado en 1979 por Deng Xiaoping: en 2004 reconoció la propiedad privada en su Constitución, con lo que lo único que tiene de comunista es el nombre del partido gobernante y las violaciones a los derechos humanos. También debe considerarse que hace años varias empresas chinas se instalaron en países de África para aprovechar los bajos salarios que cobran sus residentes, que el presidente de Rusia persigue a los opositores, siendo incluso acusado de mandar asesinar a algunos, impulsa leyes homofóbicas e invade países independientes, y que en China hay partido único y se ataca cualquier libertad.

¿Hablan de reducir la desigualdad los líderes de países cuyas políticas no son igualitarias? ¿Y las reglas del mundo futuro, económicas y políticas, serán las de Rusia o China?

La membresía del Brics se presenta con el viejo fetichismo del cambio del orden mundial y el fin de la hegemonía capitalista. Sistema, de paso, cuyo final es anunciado en cada crisis y ahí sigue, fortalecido tras superarlas. Pero hay que ir a lo básico. Lo primero para reducir la diferencia con los países más ricos (si eso fuera importante) es tener políticas como prudencia fiscal y monetaria, impulso del sector privado, transparencia y responsabilidad política. El imperialismo, el sometimiento al FMI y demás son sólo excusas para el populismo. Un país es soberano cuando es respetado, entre otras cosas, por desarrollarse gracias a un orden económico y político serio. Argentina debería comerciar con todos, pero ser socia sólo de quienes ayuden a convertirla en un país civilizado.

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