El negocio de la violencia se alimenta de los excluidos

El negocio de la violencia se alimenta de los excluidos

Cuentan que un consejero de Iósif Stalin, de esos que no se encuentran en Google sino sólo en las bibliotecas -y sólo quizás-, le dijo una vez a uno de los fundadores de la Unión Soviética que si seguía creando policías y policías de policías para controlar a más policías, todos los rusos acabarían uniformados.

Para comprender plenamente de qué hablaba este anónimo e improbable consejero, vale la pena adentrarse en los orígenes y la historia del Comisariado del Pueblo para Asuntos Internos, cuyas siglas transliteradas desde el alfabeto cirílico a nuestro abecedario latino son NKDV.

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El NKDV fue creado por los bolcheviques luego de la revolución de octubre de 1917 y venía a reemplazar al MVD imperial (Ministerio del Interior ruso).

El NKDV supervisaba, a su vez, a la Milicia de los Trabajadores y Campesinos (Milítsiya), pero abrumado por la cantidad de funciones que cumplía este nuevo ministerio, los rusos decidieron crear la Checá, la primera organización de inteligencia política y militar soviética.

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La Checá mutó luego en el Directorio Político Estatal (GPU) y más tarde en el OGPU (Directorado Político Conjunto del Estado).

A su vez, el NKDV controlaba nueve directorios, denominados GUGB, que abarcaba distintas secretarias vinculadas al interior del país y a fuerzas de seguridad, que supervisaban desde bomberos y guardias costeras hasta ferrocarriles.

Con la segunda guerra mundial, en 1941 algunos GUGB que se ocupaban de operaciones especiales, como contrainteligencia, fueron separados del NKDV y pasaron a depender del ejército y la marina, bajo la denominación NKGB.

Terminada la segunda guerra mundial y frente al comienzo de la tercera guerra, la guerra fría, el NKVD cambió su nombre por el de MVD y la NKGB por el de MGB.

Tras varios conflictos internos, los hombres de la Checá fueron separados del MVD y en 1954 pasaron a formar la célebre -con ayuda de Hollywood- KGB. Para ese entonces, más de 20 siglas dependían de la KGB.

Siglas que no dicen nada y dicen mucho

A propósito enumeramos sin pausa todas estas raras siglas inentendibles, pese a romper una de las reglas básicas del periodismo, que es la simplicidad y la fluidez en el texto, pero con el objeto de ser más descriptivos sobre los confusos entramados burocráticos que conformaban la seguridad ruso soviética.

Por un lado -y de paso-, para dimensionar hasta dónde la burocracia se retroalimenta así misma con más y más burocracia, para solucionar los problemas que ella misma va generando.

Como la serpiente que se muerde la cola y cuya única salida parece ser seguir comiéndose la cola hasta que llega a ser un nudo imposible de desatar.

Bien vale recordar esa máxima que sostiene que “si querés que algo no funcione creá una comisión”, frase que algunos le atribuyen a Juan Domingo Perón y otros a Napoleón; como sea, lo que importa son las obras, no los autores.

Por otro lado, porque el consejo al dictador Stalin iba más allá de la metáfora e incluso más allá del simple/complejo tema de seguridad.

Problema que no es exclusivo de las enredadas y lentas oficinas soviéticas y comunistas en general.

Estados Unidos, el paladín del pragmatismo y la eficiencia, tiene hoy problemas enormemente más graves con sus estructuras militares y de seguridad que los que tenía la ex URSS, con mixturas y sociedades bélicas entre Estado y privados con objetivos poco claros, límites confusos, intereses muy dudosos e incumbencias que rayan lo ezquizofrénico. Además, infinitamente más burocráticos que los comunistas porque la telaraña es más grande.

Desde la CIA que hace y deshace guerras y arma grupos terroristas que luego debe padecer en su propio territorio, hasta la DEA que financia y asesora a cárteles, milicias y policías corruptas en decenas de países para ¿combatir al narcotráfico?

El politburó yanqui

Además de la CIA y la DEA, el “gendarme del mundo” posee algunas cuantas oficinas de inteligencia y contra inteligencia que hacen que la KGB parezca una comisaría de pueblo.

Del Departamento de Defensa de los Estados Unidos dependen la Agencia de Inteligencia de Defensa (DIA), la Agencia de Seguridad Nacional (NSA), la Agencia Nacional de Inteligencia-Geoespacial (NGA), la Oficina Nacional de Reconocimiento (NRO), la Agencia de Reconocimiento, Vigilancia e Inteligencia de la Fuerza Aérea (AFISRA), el Comando de Inteligencia y Seguridad del Ejército (INSCOM), la Oficina de Actividades de Inteligencia del Cuerpo de Marines (MCIA), y la Oficina de Inteligencia Naval (ONI).

Del Departamento de Energía depende la Oficina de Inteligencia y Contrainteligencia (OICI), y del Departamento de Seguridad Nacional, la Oficina de Inteligencia y Análisis (I&A), y la Inteligencia de la Guardia Costera (CGI).

A su vez, el Departamento de Justicia de los Estados Unidos controla la Oficina Federal de Investigación, Brazo de Seguridad Nacional (FBI/NSB), la Administración para el Control de Drogas Oficina de Inteligencia de Seguridad Nacional (DEA/ONSI).

Por su parte, el Departamento de Estado maneja la Oficina de Inteligencia e Investigación (INR) y, por último, el Departamento del Tesoro controla la Oficina de Terrorismo e Inteligencia Financiera (TFI).

A estas súper estructuras de inteligencia deben sumárseles, además de las fuerzas armadas convencionales, todas las organizaciones y fuerzas de seguridad estatales, municipales y rurales.

Algunos estados por sí solos tienen cien veces más uniformados que toda la Argentina.

Se estima que más del 50% de los estadounidenses están vinculados laboralmente de primera, segunda o tercera mano al denominado complejo industrial militar norteamericano.

Basta pensar que hasta el obrero que opera la máquina que fabrica el chicle que mascará el soldado en Irak cobra su salario gracias a la guerra.

El modelo imperial que se repite

Mientras gira esta descomunal maquinaria bélico/estatal, los think tanks norteamericanos disertan por todo el mundo acerca de que los países exitosos tienen mercados poderosos pero estados chicos y eficientes. Claro, excepto Estados Unidos y su deficitaria megalocefalia.

Lo mismo que la Unión Soviética. O los imperios Británico, Romano, Español, Inca, Azteca y tantos otros. Sólo han podido subsitir saqueando, conquistando, ocupando. Cuando no pudieron expandirse más eclosionaron.

Ya el propio presidente Dwight Eisenhower (1953-1961) había advertido que esta carrera armamentística llevaría al país, tarde o temprano, a la ruina.

Durante la guerra fría las dos superpotencias mundiales exportaron, con diferentes matices, sus modelos de sociedades militarizadas, disfrazadas de luchas ideológicas, cuando en realidad necesitaban expandirse.

Se terminó la guerra fría pero EEUU nunca dejó de pelear en uno o varios conflictos al mismo tiempo. Washington necesita de las guerras como el pez al agua para subsistir. Del mismo modo que necesita del terrorismo, del narcotráfico, del contrabando, de las luchas étnicas y religiosas, de la inseguridad y de la violencia en general. La paz mundial derrumbaría su economía y su modus vivendi actual.

Más policías, más asesinatos

La tasa de homicidios de EEUU es más alta que la de Argentina, con pena de muerte incluída, y con más uniformados y tecnología que cien argentinas juntas. Y es uno de los países con la población carcelaria per cápita más alta del mundo.

México es uno de sus mejores alumnos y ha seguido sus órdenes al pie de la letra. Impresiona caminar por las calles del Distrito Federal y ver la cantidad y variedad de fuerzas de seguridad que interactúan, con vehículos y armamentos militares en cualquier esquina céntrica.

Luego de que la DEA lograra migrar los cárteles colombianos a las tierras aztecas, México se convirtió en el país con más asesinatos por habitante del planeta, fuera de las naciones que afrontan guerras convencionales.

El denominador común entre los países con más inseguridad, asesinatos y presos es contundente: la desigualdad.

No se trata sólo de desigualdad económica y la prueba más palmaria es EEUU.Es desigualdad educativa, racial, de oportunidades, sociocultural, religiosa. A mayor exclusión, mayor violencia.

Pese a que Abraham Lincoln abolió la esclavitud en Estados Unidos en 1863, el segregacionismo racial real continuó hasta hace muy poco, con transportes públicos diferenciados, baños, restaurantes, escuelas, empleos. Y aunque hoy es ilegal, la segregación continúa en pleno ejercicio entre amplios sectores, donde negros, latinos, árabes y orientales son ciudadanos de segunda, salvo excepciones.

El modelo argentino

Los países con mayor nivel de seguridad y menor violencia son los más igualitarios, con los escandinavos a la cabeza. Y son, por cierto, países líderes en “asistencialismo”, con pensiones y programas sociales que representan cifras récord en relación a sus presupuestos, incluso para extranjeros.

Asistencialismo tan denostado por los sectores medios y altos de la Argentina, hoy representados por el gobierno de Cambiemos.

El gobierno de Mauricio Macri mira a Estados Unidos como un ejemplo, con una síntesis que por más drástica no es menos exacta: menos planes y más policías.

Sectores que exigen menos pensiones, menos asistencia del Estado y más mano dura, más uniformados, penas más fuertes y más gente presa. Como si además pobreza fuera sinónimo de delincuencia.

Una ecuación bastante zonza, con tantos malos ejemplos que la preceden, y cuyo resultado no es necesario pronosticar porque ya está ocurriendo. Con subas y bajas esporádicas, la exclusión en Argentina no deja de profundizarse desde mediados de los 70.

Aún los países más desarrollados, como los europeos del norte, invierten sumas millonarias en seguros de desempleo, pensiones por invalidez, o asistencias familiares, porque aún en el mejor escenario el equilibrio perfecto no existe. Y Argentina está más cerca del peor escenario que del mejor.

Las armas sirven para enfrentar al delincuente en un tiroteo o para defender a una víctima, pero no para erradicar la inseguridad, todo lo contrario, la incrementa, como está demostrado.

No hay una fórmula mágica, pero si hay un camino: inclusión.

La otra opción (comunista) es uniformar a 45 millones de argentinos, como decía el consejero de Stalin, o bien encarcelar a los 14 millones de argentinos pobres y excluidos (capitalista).

En el medio está Argentina, que mete preso -excepcionalmente- a perejiles como el ex secretario de Obras Públicas, José López, pero nunca a los empresarios que le llenaron los bolsos de plata. Esa es la desigualdad que siempre termina en violencia.

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