Un 2017 en movimiento, pero aún con el freno de mano puesto

Un 2017 en movimiento, pero aún con el freno de mano puesto

Por Félix Piacentini, director de la consultora Noanomics

31 Diciembre 2016
Parte del trabajo de un economista afortunado consiste en escribir columnas como esta, en las que se intenta hacer un balance del año que se va y proyectar un pronóstico de lo que podría pasar el que viene.

La Argentina es tan cambiante e impredecible que el mejor momento para hacer ese ejercicio es lo más cerca de fin de año que se pueda. Valgan como ejemplos que durante la última semana del año se sucedieron dos acontecimientos que cambian sustancialmente el balance de este año y las perspectivas de 2017: un blanqueo récord que mejora el resultado fiscal, y el reemplazo en la conducción económica que modifica lo esperable para el año que viene. Retomaremos este razonamiento, pero por ahora hagamos el balance, con el riesgo de que el día 31 pase alguna otra cosa y este análisis quede obsoleto.

Todos sabemos que 2016 no fue un año fácil, pero tampoco fue ni tan malo ni tan bueno como podría haber sido. Podría haber sido peor sin una salida ordenada del cepo cambiario y el default, logros indiscutibles del renunciante o renunciado ministro de Hacienda y Finanzas, Alfonso Prat-Gay. También hubiera sido más complicado sin un Banco Central actuando correctamente en el combate contra la inflación a través de una política monetaria contractiva, que aunque resintió la actividad con elevadas tasas de interés sirvió para contrarrestar la resaca de la borrachera monetaria provocada por el gobierno anterior por un lado, e hizo un poco más lento el famoso pass throuhg (o pase) de la devaluación a precios por el otro. Y es justamente ese pase a precios lo que naturalmente, y en su mayor parte, explica una lógica e inevitable pérdida de poder adquisitivo que afectó al mercado interno y por ende al nivel de actividad.

Pudo haber sido mejor si la devaluación reactivaba más contundentemente nuestro sector externo. En general eso es lo que sucede luego de sincerar el tipo de cambio, lo que sirve para compensar la caída del consumo interno por menores salarios reales. Pero precios de commodities débiles, un campo sufriendo todavía por la política adversa del kirchnerismo y nuestro principal socio comercial (Brasil) cayendo casi un 4% socavaron la posibilidad de iniciar una recuperación desde el frente externo. En definitiva, un PBI contrayéndose en torno al 2% en 2016 es una situación intermedia entre lo muy malo y lo mejor que nos podría haber sucedido.

Ahora bien, faltó algo fundamental en 2016 que a mí entender podría haber mejorado el resultado final en lugar de empeorarlo, la segunda fase del plan que todavía esperamos y que más allá de las internas de Prat-Gay con otros miembros del gabinete pudo haber precipitado su salida: un programa fiscal claro y creíble de reducción del déficit y el gasto público. Porque incluso con los ingresos del exitosísimo blanqueo, sin dudas un hito histórico, el déficit financiero de 2016 rondaría los 6 puntos del PBI (hubiera sido de 1 punto más sin ese ingreso extra). Si le sumamos el déficit del consolidado de las 24 provincias llegamos a un resultado fiscal negativo de alrededor de 7 puntos del Producto Bruto Interno (PBI). Y he aquí el problema que se tiene que resolver el flamante ministro de hacienda y que a su vez condiciona el crecimiento futuro de la Argentina.

Por ahora, si el efecto Trump no es negativo, podemos pensar que en 2017 creceremos fundamentalmente por cuatro factores:

• El campo, que con una cosecha récord de 130 millones de toneladas traccionará fuertemente la economía, sobre todo la del Interior;

• La obra pública electoral, muchas veces acompañada por salarios de empleados públicos incrementados por el mismo motivo.

• Brasil creciendo en lugar de cayendo, sólo el 1% pero suficiente para recuperar la maltrecha industria.

• Salarios creciendo por encima de la inflación junto con los efectos de mayores ingresos disponibles por medidas impositivas (ganancias) y el fondo de reparación histórica de jubilados.

En función de estos drivers de crecimiento podríamos esperar una expansión del PBI de entre el 2,5 al 3%. Pero seríamos capaces de crecer más si redujéramos el peso del Estado en la economía, que de nuevo es el mayor desafío que enfrenta la nueva conducción económica. Quizás sea difícil en un año eleccionario, para el que el mismo Prat Gay modificó la meta de déficit primario de 3,3% del PBI a 4,2% ante su fallido gradualismo. La figura más fiscalista del nuevo ministro y menos keynesiana que su antecesor apunta más bien a tranquilizar a los mercados y nuestros acreedores, que finalmente son los que por ahora sostienen el agujero fiscal actual a través de la emisión de deuda, dándoles la señal de que aunque el ajuste sería una utopía el año que viene, 2018 podría ser el inicio de un avance en este sentido junto con una reforma fiscal que le quite presión a la economía real.

Mientras tanto en 2017 continuaremos enfrentando un tipo de cambio real atrasado que limita el potencial de nuestro sector productivo y economías regionales. Los factores que pueden incrementar genuinamente nuestra competitividad, sin el paraguas de una devaluación que ya se habrá licuado sustancialmente, como las mejoras en infraestructura de transporte, reforma tributaria con disminución de presión fiscal y mayor penetración del crédito tardarán un poco más en llegar. Un avance más firme en la apertura de la economía que morigere ese atraso cambiario, baje los precios de todos los bienes de la economía aumentando el poder adquisitivo de los consumidores y reduzca costos, tanto de transables como no transables, a través de una mayor competencia también quedaría restringida en su velocidad por el ciclo electoral.

Entonces, si el camino de la reducción del Estado elefantiásico que se lleva 43 puntos del PBI entre Nación y provincias asfixiando la creación de empresas y empleo llega recién en 2018, el año que viene pondremos primera y empezaremos a rodar pero con el freno de mano todavía puesto. Después de 5 años de estancamiento no es poco, pero estamos para más.

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