“El ambiente académico es mortuorio”

“El ambiente académico es mortuorio”

El reconocido filósofo y escritor habló con LA GACETA Literaria acerca de su primera novela, La dificultad. “Siento que es ‘mi’ obra”, revela. En la charla surgieron otros temas, como la reciente muerte de su padre, el aburrimiento en las aulas y la sociedad argentina actual. “Creo que está enferma, llena de bronca”, afirma.

14 Junio 2015
Por Alejandro Duchini - Para LA GACETA - Buenos Aires

Cuando uno se dispone a conversar con Tomás Abraham sabe que la charla puede tomar distintos caminos. Cada uno de ellos es apasionante porque él los hace así. En su enorme estudio del barrio porteño de Palermo, en Buenos Aires, rodeados de cuadros y libros, el punto de partida es su primera novela, La dificultad. Luego aparecieron otros temas.

- ¿Por qué escribir una novela, Tomás?

- Tengo unas libretitas a las que llamo carnets, en las que anoto cosas. Son los bocetos de lo que escribiré. Son como 50. Los llevo a todos lados. Porque a un filósofo se le ocurren cosas… Y el 29 de enero de 2011 feché algo a lo que le puse “novela”. Y se llamaba La caverna. “La caverna, novela”, escribí. O sea, hace cuatro años empecé a pensar en este libro que al final se llamó La dificultad. Por otro lado, en general siempre escribí ensayos que tenían que ver con filosofía, política y literatura. En ese entonces venía de publicar El presente absoluto, un conjunto de notas sobre política argentina. Y llegué al 2011 vacío. Estaba hasta acá de filosofía. La política me estaba cansando. Entonces viene la literatura. Y salió la idea de una novela porque no podía pensar en otra cosa si quería hacer algo que tenía que ver con mi experiencia y no con el pensamiento de otro. Contar una experiencia que yo haya tenido; eso quería. Porque había una incógnita que me inquietaba: cómo se puede cambiar de vida.

- ¿Qué tipo de cambio?

- Yo había tenido una experiencia de cambio de vida. No hablo sólo de trabajo, casa, lugar, mujer, separación. Todo eso, sí. Pero un cambio de 180 grados en otro sentido; es decir, como si vivieras en una trampa de angustia millones de años, toda tu vida. Peleás con la sombra y nunca la encontrás. ¿Y cómo puede ser que de pronto hayas hecho un movimiento por el cual se abrió todo? El movimiento es muy simple. Cuando uno dice “cambiar” se refiere a salir de un lugar para ir a otro. Es tan simple que es incomprensible que no se haya podido hacer nunca. Yo quería pensar eso. La novela termina con la frase “estaba en la superficie”. Porque yo estaba en la superficie. Es lo que quería entender: el viaje de la profundidad a la superficie. ¿Cómo fue ese viaje? En eso quería pensar. Y ahí empecé a escribir. Este libro es la historia de ese viaje.

- ¿Cómo fue escribir sobre cuestiones tan personales?

- Era una experiencia nueva para mí. Me metí en la caverna, me zambullí, y me ahogaba. Entonces, cambié de tono. Esto me llevó un tiempo. Implicó cambios de la primera a la tercera persona. Por otro lado, me di cuenta de que el único modo de narrar la historia del viaje era desde el lugar en que estaba, la superficie. No podía meterme en la caverna cuando ya había salido. Entonces ahí se fue escribiendo porque pude despersonalizarme. Estoy contando la historia de otros. Incluso la de Nicolás (el protagonista). Son otros. Estando muertos puedo hablar de ellos. Es un viaje arqueológico para ver estas ruinas. Son todos personajes muertos. Nada de lo que pasa es lo que vivo. Ningún sujeto me representa. Es decir, todo es color sepia. En este viaje despersonalizado todo adquiere vivacidad. Puedo jugar. Los veo actuar. Todo el tiempo pasan cosas. Las escenas, el aspecto ridículo del drama. No hay identificación con Nicolás. Nicolás es una visita al cementerio. Entonces cuento la historia hasta llegar a la superficie. Por eso pongo “de la salida a flote no diré nada”. Es muy raro el género autobiográfico. Porque éstas no son memorias. Y escribí con absoluta libertad.

- ¿A qué te referís?

- Hubo más libertad en la prosa. Es decir, me dejé llevar. En el ensayo las ideas aparecen mientras escribís, pero tenés que prestar atención a la construcción. La diferencia está en que esta es una conversación con mi historia personal, con algo de ajenidad, y con un enigma, que era saber cómo se puede cambiar. No se cómo se puede cambiar. ¿Si lo escribí para saberlo? No, tan ingenuo no soy. Pero pude contar una historia, armar una forma. ¿Cómo me sentí? Y, estoy totalmente feliz. Sentí todo el tiempo que estaba escribiendo mi obra. Y es la única vez en mi vida que uso esta palabra, porque siempre me pareció falta de pudor decir obra. Pero la sentía así, no como mi libro. Sentí eso. Demoré un año su publicación.

- ¿Por qué?

- Me la aguanté: la editorial quería sacarla y yo quería esperar. La salida del libro coincide con la muerte de mi padre. Hay una presencia del padre muy fuerte en la novela. Ambos hechos fueron simultáneos. Mi padre murió el mes pasado. Y la salida del libro me da una sensación muy extraña. No se con qué palabras decirlo. Además siento que el libro está siendo leído. Y lo que recibo de las lecturas responde a mis deseos y expectativas. Sentía que este libro es un muy buen libro. Y a otra gente le parece lo mismo. Y haberlo escrito y publicado me hace sentir que es algo que me va a acompañar. No sé si a otros, pero a mí me acompañará.

- ¿Considerás que fue casual su salida con la muerte de tu padre, al que describís en la novela?

- No se. ¡Eso lo decide el director técnico! (se ríe mientras señala hacia lo alto). Primero, él no estaba en condiciones físicas ni mentales para leerlo. Mi viejo leía todo lo que podía de lo que yo escribía, a pesar de que de filosofía entendía un pomo. Este libro no lo hubiera podido leer. Y si hubiera salido en momentos en que podría haberlo leído le hubiese disgustado en grado sumo. Y yo no quería que se disgustara. Porque él se apoyaba mucho en mí. Yo era su columna. Y esa columna tenía que ser sólida. No me hubiese dado satisfacción que la ancianidad de mi padre tuviera sus últimos días amargos y de decepción. No quería defraudarlo. Mi madre tuvo un ACV el mes pasado, al mismo tiempo que la muerte de mi padre, así que tampoco puede leerlo.

- En la novela decís que escribir y hablar son celebraciones. ¿Por qué?

- ¡Porque para mí es así! Veo mi trabajo como una fiesta. Estudiar filosofía, escribir filosofía, vivir de y con la filosofía es una celebración. No lo pude hacer mucho tiempo. No es algo familiar, que hice siempre y ya no me doy cuenta. Para mí llegar a la superficie llevó mucho tiempo. No sólo estas 480 páginas. Poder dejar la fábrica (su padre era dueño de Medias Ciudadela), dedicarme a esto, hablar y dar una clase son una celebración. Crear mi idioma, porque yo no hablaba bien el castellano. En ese sentido, me hice. Me hice argentino, me hice filósofo, profesor de filosofía, me hice al castellano, me hice hablante. Todo es una fiesta. Hablar es una fiesta. Dar una clase es una fiesta. Y eso lo transmito. Por lo general, el ambiente académico es mortuorio, de velatorio. Ir a una facultad de filosofía, hablar con la gente que hace filosofía, es algo muy deprimente. No hay alegría, no hay entusiasmo, no hay celebración, no hay pasión. Entonces cuando empiezo con esta profesión, en el 83, parezco un iluminado al entrar a clase. Despertaba mucho entusiasmo en los estudiantes. No lo digo yo sino los mismos estudiantes. ¡Mucho entusiasmo! Porque era una fiesta. Adelgazaba dos o tres kilos por clase por la energía que desplegaba. No estaba sentado con una hoja. Me caminaba toda la clase. Me tomaba unos buenos whiskies antes. Entraba con un coraje que podía asaltar el castillo de Camelot.

- ¿Así que te entonabas?

- Claro. Porque exponerse no es fácil. Entraba corriendo a escena. Después no lo hice más y me dediqué a escribir. Pero cuando fundo el Colegio Argentino de Filosofía, al empezar la democracia, transmití ese clima. El Seminario de los Jueves tiene 31 años. De gente que se reúne a estudiar filosofía y escribir. Esto no se pudo hacer sin un clima de amistad, donde no hay título ni nada. Pero le puse el alma. La gente me siguió. Todos los jueves desde el año 84. Y está lleno de gente que viene a estudiar, que participa. En la Facultad no estudian ni la cuarta parte de lo que estudiamos nosotros. ¡Y escribimos libros que no escribe nadie dentro del ambiente académico! Y gente que jamás escribió una página, como arquitectos, escenógrafos, periodistas, escribe sobre filosofía. Hay mucho de disciplina, compromiso, laburo. Pero también bodega, vino, whisky. Hice más o menos 100 fiestas en mi casa. Fui disc jockey. Tengo cds con música bailantera. A divertirse. Es toda una cosa para mí. Pasarla bien cuando laburás en lo que te gusta es una bendición de Dios. ¿Cuanta gente labura en lo que le gusta? Y puse el cuerpo. Para mí, cuando digo risa, digo alegría. No felicidad. La felicidad en general es bajo tierra. La filosofía se puede hacer con alegría. Para eso supongo que hay que hacer una conversión personal, dejar de tenerle miedo al poder. Al poder de la sabiduría de los otros. Hegel, Marx, Platón, Foucault. La cultura está hecha sobre la base de jerarquías. Están los capos, los aprendices. Lo primero que hay que hacer es darse cuenta de eso. Lo primero que hay que hacer es lo que David hizo con Goliat: darle un hondazo. Dar un hondazo no sabés cómo te abre la cabeza.

- ¿Qué opinás de la sociedad argentina actual?

- Creo que está enferma, que se enfermó de bronca, que está llena de bronca. Una bronca enfermiza. Si un país se levanta como se levantó este desde 2002 y tiene empleo, matrimonios del mismo sexo, asignación universal, juicio a los torturadores y el relato es de felicidad y al mismo tiempo segrega bronca, es porque está enferma. Yo me enfermé también. No mucho, pude salir. Entonces no escribo sobre política. En un momento dado dije “no, loco, ya está, si ya circula este tipo de lenguaje, después de lo de Nisman, si las cosas se tratan de este modo a nivel gubernamental, a nivel jefe de Gabinete, a nivel político, a nivel presidenta, a nivel periodismo, a nivel TN, a nivel Pagina/12, a nivel de la gente que conozco… ”. Ya escribí los libros que tenía que escribir, dije lo que tengo que decir. ¡Pero las fotos de Nisman con mujeres! Se perdió el pudor, se perdió el respeto. Hay dos chicas cuyo padre apareció baleado en el baño y lo muestran en la tele, y muestran a las chicas con que supuestamente salía, y lo tratan de evasor, y ya no importa quién lo mató. Ese tipo de cosas. Dije “no vale la pena”. Y después están los que negocian con la indignación y hacen esta marcha de fiscales. Ya está. Hay otras cosas que le interesan a menos gente, pero me interesan a mí. Son las que publico en Facebook.

© LA GACETA

PERFIL

Tomás Abraham nació en Timisoara, Rumania, en 1946. Vino a la Argentina cuando tenía un año. Estudió en Buenos Aires y luego viajó a Francia, donde estudió Filosofía y Sociología en la Sorbonne, con Foucault, y participó del Mayo francés. En los 80 inició el célebre “Seminario de los jueves”, donde se arman grupos en los que se habla de filosofía y que aún continúa. Es autor de más de veinte ensayos sobre filosofía, política y literatura como La empresa de vivir, Fricciones y El presente absoluto.

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