Los hijos de la pavota
Los hijos de la pavota
Pocas veces como durante esta semana se tuvo la convencida sensación (ampliamente documentada, por cierto) de que los gobernantes argentinos consideran que sus gobernados conforman un colectivo social al que ellos denominarían, seguramente, los hijos de la pavota.

Resulta ciertamente difícil considerarse ajeno a ese vastísimo (aunque informal) grupo social cuando se escucha al jefe de Gabinete decir ante los representantes del pueblo, y luego ratificar ante la prensa, que el kirchnerismo ha erradicado la pobreza y la indigencia del país. Para más datos, el funcionario antepone a su declaración el vocablo “prácticamente”, condicional que configura el epítome del relajo hacia los hijos de la pavota. Para aquellos que supongan que la pauperidad no está acabada porque la ven en las grandísimas villas miseria, en los muchísimos mendigos, en los incontables niños de la calle y de los semáforos, y en la cantidad alarmante de adultos que duermen en la calle en condiciones infrahumanas, está el “prácticamente”. Si se indignan justificadamente por la negación de la tragedia social, los van a “pavear” con el argumento de que no dijeron “totalmente” sino sólo “prácticamente”. Porque para los hijos de la pavota hay un protocolo.

Que, además, quien declare extinta la pobreza y la indigencia sea Jorge Capitanich, el gobernador de Chaco que trabajó incansablemente para que su provincia jamás ceda el podio de los estados más estragados por la miseria en la Argentina, determina que la pavota es la gran madre nacional.

Pavada de relato

Huelga decirlo, la consolidación de semejante colectividad es un proceso de construcción diario. El Gobierno ha ido gestando en un prolongado “día a día” su personería social. Ahí están, por ejemplo, el dólar “oficial”, que no se consigue, con una brecha del 70% respecto del dólar “blue”, que sí se consigue y por eso es ilegal; y la inflación “oficial”, tan absurda que permite el absurdo “oficial” de declarar que los salarios se han fortalecido; y los índices “oficiales” referidos a que la desocupación es de un dígito, de modo que el que no tiene trabajo es porque no quiere. O sea, el hijo de la pavota que no encuentra un empleo no es un desempleado sino, “oficialmente”, un vago.

Que la tomada de pelo ahora lleve el apelativo de “oficial” exhibe el reconocimiento gubernamental hacia los hijos de la pavota. Antes, cuando eran sólo una ONG en formación, no se les dedicaban pronunciamientos formales, sino que sólo merecían comentarios “para la gilada”. Ahora es distinto. Ahora, por cadena nacional, la Presidenta del Gobierno con funcionarios cada vez más millonarios se preocupa por la tasa establecida en Capital Federal a las películas que se compran por internet. Mientras, Jefatura de Gabinete anuncia que no habrá ningún cambio en el Impuesto a las Ganancias. Porque Netflix es del pueblo; mientras que el impuesto al trabajo es el tributo a pagar por los hijos de la pavota. ¿Cómo, entonces, pretenden que Amado Boudou no haya inscripto un Honda en un domicilio que no existe y un Audi A4 en la casa de una familia que no lo conoce, mientras hacía constar en un viejo DNI que residía en un médano? Las multas de tránsito y las notificaciones judiciales sólo les llegan a los que compran regalos para la pavota cuando llega el Día de la Madre.

Por cierto, el “relato” (discurso mitológico del oficialismo, que muestra la dimensión real de cuán hijos de la pavota creen que son los argentinos) dice que, en realidad, no hay que discutir si Boudou hizo eso o si se quiso quedar con la ex imprenta de dinero Ciccone, porque lo importante es que el vicepresidente es una víctima: no le perdonan haber estado a cargo de la Anses cuando el kirchnerismo eliminó las AFJP. No demoren más: busquen a la pavota y nómbrenla Pachamama. A la fiesta la podrían organizar los jubilados a los que les siguen negando el 82% móvil, pese a que la Anses, multimillonaria, está para pagar jubilaciones. Si no comen pan, vean Fútbol para Todos.

Pavada de contradicción

Eso sí: esta semana, el Gobierno nacional pareció evidenciar que, a su entender, la estirpe (lo que se dice “rancia aristocracia”) de los hijos de la pavota se encuentra en Tucumán. De otra manera, no se entiende lo que el secretario de Justicia, Julián Alvarez, fue capaz de decir aquí, cuando LA GACETA lo entrevistó el miércoles.

“Cuando empezamos con el proyecto para democratizar la justicia, estábamos ante una mala sentencia de los Tribunales locales y, luego, logramos una buena sentencia de la Corte local”, describió, para referirse a la revocatoria de las absoluciones dispuestas por la Cámara Penal. “Logramos”, dijo el kirchnerista, explícitamente. Y sonriendo, habló de María de los Ángeles “Marita” Verón y de la lucha de su madre, Susana Trimarco. El mensaje estaba en el aire: se logró justicia para una víctima y para sus familiares.

Entonces llegó la pregunta: ¿Y qué dice de la causa de Paulina Lebbos? Y el funcionario dejó de reír, alcanzó a decir que conoce a Alberto Lebbos, se animó a asegurar que conversó con él “alguna vez”, y luego lo dijo. “Considero que su causa está siendo dirimida judicialmente. Tal y como hicimos respecto de Susana, debemos esperar y no interferir en el trámite de la causa”, declaró, sin siquiera sonrojarse. “No interferir”, dijo el mismo kirchnerista que un minuto antes había dicho “logramos una buena sentencia de la Corte local”. “No interferir”, dijo el funcionario que el 8 de junio de 2013, en el teatro Alberdi, al lado de Trimarco, trapeó el piso con el el artículo 109 de la Constitución Nacional (En ningún caso el presidente de la Nación puede ejercer funciones judiciales, arrogarse el conocimiento de causas pendientes o restablecer las fenecidas) y declaró: “Como secretario de Justicia de la Nación, como funcionario de este Gobierno nacional, en nombre y representación de la presidenta de la Nación es que le vengo a pedir al poder político de Tucumán; al poder político que está compuesto por los tres poderes del Estado: el Ejecutivo, el Legislativo y el Judical, que resuelva el caso de Marita Verón. Que condene a los culpables, que los condene. Eso le vengo a pedir”.

Sí: la pavota debe haber fijado domicilio en Tucumán. Pero no sólo porque Julián Álvarez habló como si los tucumanos fueran todos hijos de ella, sino por lo que no habló. El reivindicador del “logramos una buena sentencia” no dijo que venía como secretario de Justicia de la Nación, y en nombre y representación de Cristina Fernández, a pedirle a los tres poderes del Estado que resuelvan el caso “Lebbos” y que condenen a los culpables. Porque ese asesinato aberrante también tiene a una madre tucumana como víctima y porque su padre también es un luchador infatigable y digno, que no pide venganza sino que pide Justicia. Pero, claro, una de las hipótesis del crimen de Paulina es que los autores fueron “hijos del poder” y Álvarez estaba inaugurando, ante medio funcionariado alperovichista, la sede de la Asociación de Abogados de Tucumán. Así que apeló a la hipótesis de que el crimen de Tucumán es que sus habitantes son “hijos de la pavota” y estableció a las puertas de la nueva institución una doctrina señera: si el asunto molesta al poder, la regla es “no intervenir”. Fue, de verdad, una inauguración coherente.

Pavada de corral

Habrá que aclarar que el hecho de que un funcionario de adorno del kirchnerismo trate a los tucumanos como si hubieran nacido de huevos de pavo no es una cuestión personal sino institucional. El alperovichismo, esta semana, se condujo exactamente de la misma manera. El Poder Ejecutivo comunicó, a través de la Secretaría de Gobierno, que va a resultar difícil implementar el voto electrónico. Así que seguirán usándose las boletas impresas, óptimas para el “voto cadena”, el robo de papeletas y el “voto calzado”. Como el populismo asistencialista sabe perfectamente cómo votan los pobres que son víctimas de su prebenda bolsonera, el cuarto oscuro ahora se llama así por la falta de claridad para el elector, que se enfrenta a un festival de 64 “partidos” provinciales, 175 municipales y 21 comunales. Eso sí: explica el alperovichismo que la responsabilidad de que esto siga siendo así no es suya. La culpa, explicaron, es del acople.

Cuando el Gobierno que inventó ese sistema de sublemas reconvertidos (y lo incluyó en la Constitución de 2006 y nunca lo reglamentó mediante la ley que esa misma Carta Magna exige) argumenta alegremente que la culpa es del acople, ¿a quién cree que le está hablando?

Triste, pero lógico: los que bastardearon el sistema republicano arrodillando poderes del Estado, y liquidaron el sistema federal arrodillándose en la Casa Rosada, y ultimaron el sistema representativo postrando conciencias ciudadanas mediante la compra y venta de voluntades, tarde o temprano iban a ver un corral donde antes había una provincia. Por caso, ya la gallina es el animal sagrado de Tucumán: sólo van presos los que roban una. Que la pavota fuera la patrona de la institucionalidad vernácula sólo era cuestión de tiempo. Esto que hay es el legado para sus hijos.

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