El secreto de los parques
24 Agosto 2014

Por Marcelo Damiani - Para LA GACETA - Buenos Aires

El centenario de su nacimiento, sumado al trigésimo aniversario de su muerte, han prácticamente decretado que este 2014 sea el año Cortázar. No obstante, casi todos se han olvidado que en marzo pasado también se cumplieron 50 años de la publicación de uno de sus mejores cuentos: “Continuidad de los parques”.

Conformado por apenas dos párrafos y una precisión apabullante, es sin duda un texto paradigmático, tal vez el que mejor condensa su poética de formas breves. Allí se cuenta la historia de un hombre que se abisma en la lectura de una novela policial. En ella, una pareja de amantes planea matar al marido de la mujer. Al final del cuento nos enteramos que este hombre es el lector del principio. Esto es posible debido a que los personajes sólo parecen estar en distintos niveles de realidad. Pero de hecho están en el mismo terreno o parque de la ficción.

No habría que olvidar, además, que el protagonista es un lector, un lector como nosotros; un lector, en todo caso, interesado en huir de su rutina aristocrática a través del policial. Este género, como es bien sabido, no sólo trae consigo la promesa de conclusiones tranquilizadoras, sino también la de aventuras y emociones fuertes, una suerte de subsistencia sustituta para quienes añoran (y sobre todo temen) una vida peligrosa. El problema, por supuesto, es cuando esas circunstancias dejan de ser ajenas y empiezan a tomar un cariz personal. El cuento explora esta posibilidad a fondo, cuestionando una de las certezas primordiales que sustentan nuestra relación con la lectura. Leemos libros para disfrutar del espectáculo de la vida y los peligros del mundo sin la posibilidad de la muerte. La página literaria, como la pantalla cinematográfica, es una barrera de protección poderosa. Sin embargo, el texto demuestra que puede convertirse en un espejo molesto, y a veces incluso devolvernos esa imagen de nosotros mismos que nunca queremos ver a sangre fría. A saber, la imagen de nuestro propio rostro sumido en el fango de la ficción, socavando los cimientos de la realidad.

Doble mensaje

Además, coherentemente, “Continuidad de los parques” parece ser un cuento en clave. Así, en la medida de lo posible, este párrafo también lo estará, ya que no conviene dar nombres a quienes hacen cosas que no tienen nombre. Los hechos, como diría Borges, ocurrieron así: Cortázar, en la primera edición de Final del juego, publicada en México en 1956, incluyó un cuento que luego otro autor, haciéndose el mago distraído, decidió copiar (argumentalmente) y publicar bajo su pecunia (un par de años antes de la edición definitiva del libro de Cortázar, en marzo de 1964). Por eso no sería nada casual que “Continuidad de los parques” fuera a abrir este volumen. Allí, cifrada como en un policial, habría una respuesta secreta a ese otro autor; una suerte de misiva incontestable con un doble mensaje que podríamos resumir de la siguiente forma: 1º) «Sé lo que hiciste el verano pasado, pero te salió mal (porque las tramas son secundarias frente a la primacía de la prosa)»; 2º) «Muchas gracias por haberme regalado material para el argumento de “Continuidad de los parques» –que por cierto no creo que puedas replicar”.

El trasfondo de la disputa, por supuesto, era la herencia borgeana y sus verdaderos y falsos amigos y discípulos. Esa batalla, hoy en día, sólo tiene un auténtico ganador.

(c) LA GACETA

Marcelo Damiani - Profesor de la Universidad Maimónides.

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