El refugio que cobija a 70 chicos pide auxilio

El refugio que cobija a 70 chicos pide auxilio

La crisis europea cortó la ayuda que recibía la congregación italiana. Ahora necesita del aporte de los tucumanos

EL PAN DE CADA DIA. Los chicos almuerzan y meriendan en el hogar, pero también tienen catequesis y talleres. EL PAN DE CADA DIA. Los chicos almuerzan y meriendan en el hogar, pero también tienen catequesis y talleres.
29 Agosto 2013
Rocío estrena las dos "paletas" en el centro de su dentadura todavía de leche. Sonríe y presume con su collar de perlitas rosas fosforescentes. Acaba de bajarse entre risas y empujones del transporte escolar que la busca todos los días de la escuela República de Italia. La combi recoge a muchos otros niños de las escuelas de Yerba Buena y no se detiene hasta llegar al piedemonte de la sierra de San Javier, en el km 13,5 de El Corte, donde se recuesta el Hogar San Agustín. Los chicos saludan con un beso rápido a los adultos, tiran la mochila y corren a ganarse un lugar en el metegol hasta que esté el almuerzo. A la siesta, nadie se salva de hacer los deberes.

Así transcurren los días de unos 70 chicos de entre seis y 12 años, que viven en la vera del río Muerto, La Cañada, La Rinconada y asentamientos de Yerba Buena. Gracias a que los Padres Rogacionistas del Corazón de Jesús cuidan a sus hijos, muchos padres pueden salir a trabajar tranquilos después de dejarlos en la escuela a las ocho de la mañana. A las seis de la tarde regresan en el transporte del hogar, con los deberes hechos y la merienda ya tomada. La mayoría de los padres son albañiles, empleadas domésticas y jardineros.

En el hogar, los chicos tienen apoyo escolar y talleres de música, deportes, plástica, huerta y catequesis.

La tarea no es menor si se tiene en cuenta que el 70% de los niños padece problemas de aprendizaje, cuenta la coordinadora de los talleres Mariela Sarverry. Ella y otra preceptora se encargan personalmente de ir a cada escuela a preguntar cómo andan los chicos y en qué necesitan mejorar. Si las madres no los llevan a control, ellas llevan a ambos -madre y niño- al hospital, al CAPS, a la consulta psicológica. Si necesitan remedios, también se los consiguen. "Ayudamos pero tratamos de no reemplazar a la familia, sino de orientarla para que pueda hacerse cargo del niño; de lo contrario, se desentienden y hasta llegan a reclamarte '¿porqué no fue a preguntar por mi hijo en la escuela?', te dicen", agrega la docente.

"Cuando los niños tienen problemáticas más serias, recurrimos a otras instituciones, como nos pasó con un niño muy violento, maltratado en su casa, que finalmente terminó en el instituto Eva Perón. No siempre podemos con todo", reconoce la voluntaria más antigua del hogar, María Angélica "Petisa" Posse Silva de Bollini. "Pero nuestra principal dificultad son los recursos para poder afrontar los arreglos del edificio, que no da más, está en pésimo estado. Fue donado hace más de 100 años por don Alfredo Guzmán", agrega.

Viven de la Providencia

La obra de los Padres Rogacionistas del Corazón de Jesús se sostiene íntegramente con donaciones, desde 1993, cuando el arzobispado donó el hogar San Agustín y la escuela Obispo Colombres a la congregación. Hasta el 2002 recibía apoyo de Italia, de donde es la congregación. Pero la crisis europea frenó la ayuda. Al superior de la comunidad, el padre italiano Mario Barenzano, le ruegan que vuelva a su país natal, pero él siente que debe terminar su misión en Tucumán. "Tengo votos de obediencia", contesta a sus amigos y parientes. El responsable del hogar, el padre Rogerio Antonio de Oliveira, es de Brasil, como la mayoría de los rogacionistas que han venido en las cuatro últimas décadas. En Brasil se encuentra la provincia rogacionista San Lucas, que incluye Argentina, Paraguay y Brasil.

En Tucumán viven también el padre Jonás da Silva y el hermano Celio Leite da Silva, a cargo de la escuela secundaria. Dos días a la semana, sábado y domingo, a las 19, ofician misa en la capilla de la Divina Misericordia.

Con 135 hectáreas de verde a la redonda, los chicos tienen espacio para correr hasta cansarse. "El Día del Niño hicimos una fiesta. Bailamos la canción de Nene Malo, pero los padres no bailan bien", ríen Agustín y Rocío, de seis y ocho años. Y confiesan que lo que más les gusta de ir a la escuela es el final: que los lleven al hogar para divertirse y jugar.

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