Los psiquiátricos, núcleo de abandono de personas

La mayoría de los internos ya cuentan el alta médica, el problema es que no tienen adónde ir. Sufren la marginación y el estigma social

UNA POSTAL COTIDIANA. En soledad, dos pacientes pasean por las galerías del hospital del Carmen. UNA POSTAL COTIDIANA. En soledad, dos pacientes pasean por las galerías del hospital del Carmen.
31 Marzo 2013
"Mi hijo es abogado", "mi hija es contadora", "tengo un nieto que es maestro"… "Señorita, por favor, regáleme un monedita, es que quiero llamar a mi hermano". Son frases repetidas, que retumban en los pasillos grises y helados de los hospitales psiquiátricos. Hay pacientes que deambulan con su mirada perdida. Otros están sentados. Susurran y mueven sus cabezas como péndulos. Como si fueran tesoros, guardan en sus carteras "papelitos" con los números telefónicos de sus seres queridos. Muy pocos reciben visitas. La mayoría de ellos lleva internados muchísimos años: tres, cuatro y hasta más de cinco décadas. Podrían estar viviendo afuera desde hace tiempo. El problema es que nadie quiere hacerse cargo de ellos o ya no tienen un techo bajo el cual resguardarse, resalta el director del hospital del Carmen, Walter Sigler.

"Las instituciones psiquiátricas han sido siempre un depósito, un núcleo de abandono de personas. Hay mucha marginación de los pacientes internados aquí. De hecho, el 75% de los que viven en el hospital están en condiciones de ser externados. Pero no tienen adónde ir. Sus familias los rechazan por falta de recursos económicos, porque no quieren hacerse cargo y por miedo", resalta el médico.

El hospital del Carmen se ha convertido en el "hogar permanente" de más de 60 mujeres que padecen o padecieron enfermedades psiquiátricas. El año pasado, el programa de externación logró contactar a los familiares de 25 internas y se les pudo dar el alta. Para aquellas que no tienen adónde recurrir, el hospital prepara un programa a través del cual se habilitará una casa en la que pueda vivir un grupo de pacientes a quienes se les dará trabajo y otras obligaciones para que se reinserten socialmente.

Los males
Retraso mental, psicosis, paranoia, esquizofrenia, trastorno bipolar y demencia son las patologías predominantes que padecen quienes llegan al nosocomio. Muchas de ellas, las más adultas, aguardan la muerte en una cama enumerada. La sonrisa de una enfermera y la charla con su doctor es lo más cercano al cariño que gozan en los últimos días de su vida.

"La carencia afectiva es muy fuerte. Ellas sienten el rechazo. Pese a estar estabilizadas, las familias no quieren asumir el cuidado porque tienen miedo. Prefieren tenerlo lo más lejos posible. Les pesa el estigma social de haber tenido un familiar en un psiquiátrico", comenta Sigler.

En el hospital Obarrio, la realidad no es muy distinta. Según cifras dadas a conocer a fines del año pasado, 20 pacientes lograron ser externados en el marco del plan de desmanicomialización. Aún quedan alrededor de 100 viviendo en la institución.

"Hemos ido cambiando las políticas de internación para evitar los casos de pacientes que se quedan a vivir en el hospital. Ahora, interviene todo un equipo interdisciplinario a la hora de decidir quién debe ingresar al nosocomio. Es cierto que tenemos un incremento impresionante en las consultas, casi el doble, pero tratamos de externarlos más rápido, buscamos no cronificar su estadía aquí", destaca Sigler.

El hospital del Carmen resguarda casos realmente estremecedores. Como el de una mujer que cada mañana se levanta, dicta clases particulares y vuelve por la tarde a lo que se ha convertido en su casa desde hace mucho tiempo: la sala de pacientes crónicos del nosocomio. Si bien tiene un trastorno psiquiátrico, hace años que se encuentra estabilizada. Sigue ahí porque no tiene adónde ir a vivir.

En el sector "gerontes", María es otra de las tristes "inquilinas" que, a falta de una familia, ha tenido que resignarse a vivir allí. Es una mujer alta y flaca. Tendrá unos 80 años. Sus palabras son claras. Sus frases no tienen ni una pizca de incoherencia. Sus ojos negros y redondos brillan. "Me acostumbré a vivir aquí, a pesar de todo. Yo no tengo a nadie afuera", cuenta. Y vuelve a adentrarse en el silencio, ese silencio tan presente, tan doloroso, que acompaña a los ancianos abandonados en el hospital.

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