La droga se apoderó de sus vidas y piden con desesperación ayuda para recuperar a su hijo

La droga se apoderó de sus vidas y piden con desesperación ayuda para recuperar a su hijo

Un matrimonio dice que desde que el muchacho comenzó a consumir cocaína se tornó violento, y que tienen que llamar a la Policía . Temen que lo maten por cometer un delito. También tienen miedo a los ataques del joven cada vez que consume.

VIVIR SIN VIOLENCIA. María y Juan, en el desolado living de su casa, contaron que quieren recuperar la alegría que los caracterizó antes de la droga. LA GACETA / FOTO DE MARIA SILVIA GRANARA VIVIR SIN VIOLENCIA. María y Juan, en el desolado living de su casa, contaron que quieren recuperar la alegría que los caracterizó antes de la droga. LA GACETA / FOTO DE MARIA SILVIA GRANARA
19 Enero 2013
Juan añora los asados que solía preparar para su familia los domingos. Sentados alrededor de la mesa, con su esposa María y sus dos hijos, conversaban, se reían, "vivían". Hace cinco años que todo cambió. Ahora casi no tienen cubiertos, y cada vez que cocinan (no pueden hacerlo todos los días), cortan la comida antes de sentarse y esconden el cuchillo.

Lo que les cambió la vida tiene un sólo nombre: droga. Su hijo menor, que hoy tiene 21 años, es adicto a la cocaína. Desesperados, Juan y María quieren que el calvario se termine, y piden al Estado que los ayude para que el joven pueda salir de la adicción.

La vivienda del matrimonio queda en el barrio Victoria. En el living sólo hay un par de sillones. La cocina está dotada de una mesita redonda de plástico, y cuatro sillas del mismo material. Salvo por eso, cualquiera diría que está deshabitada.

Juan y María recibieron a LA GACETA desesperados. Aprovecharon que su hijo se encontraba detenido en la comisaría para relatar su calvario. Dicen que es de los pocos momentos en los que pueden descansar. La droga volvió violento al muchacho, y cuando la situación se les va de las manos, se ven obligados a llamar a la Policía.

"Hace mucho tiempo que vivimos mal, desordenados. No sabía que la droga llegaba a tal extremo. Llegó a afectarnos incluso como pareja. Aunque hoy estamos muy unidos, una vez llegamos a hablar de divorcio", cuenta Juan.

Las primeras sospechas
María dice que había empezado a sospechar de que su hijo "andaba en algo raro" cuando tenía 14 años, ya que cambió drásticamente su forma de ser. Se volvió violento y agresivo. Una mañana, en agosto de 2008, cuando el muchacho no volvía salió a buscarlo. Lo encontró en una casa. "Cuando entré vi el panorama; gente grande y chica drogándose. Ese día asumí que él tenía un problema", comenta la mujer.

Entonces comenzó un arduo peregrinar. Primero lo llevaron a la Secretaría de Prevención de Adicciones de la Provincia. Después pasó por distintas fundaciones y organizaciones dedicadas a las adicciones en Tucumán y otras provincias. Pero siempre chocaron con el mismo problema. Si su hijo no quiere recibir un tratamiento, es poco lo que los especialistas pueden hacer.

"Muchas mamás del barrio tienen el mismo problema. Ellos lo hacen más fácil. Hacen la vista gorda y conviven con el problema. Yo no quiero formar parte del montón, quiero ser una menos", dice María, desesperada.

Entre los problemas que trajo la modificación de la conducta del muchacho, estaban los constantes cambios de escuela. En las diferentes instituciones por las que pasó no toleraron su agresión. "Había perdido las reglas; quería hacer todo como él quería", cuenta Juan.

"Vivimos hace 27 años en el barrio. Jamás pensé que en las esquinas, en cualquiera, consumían droga", explica María. Desde que supieron de la adicción de su hijo, ellos adaptaron sus horarios para que él nunca estuviera solo. Lo llevaban y lo buscaban de la escuela, de los cumpleaños, de las reuniones con sus amigos. Pero fue en vano.

Cuando se acostaban a dormir la siesta, el muchacho se escapaba. Y volvía drogado. "Me dejó sin ventanas; tuve que cambiar de lugar la cocina. No tengo tenedor, ni cuchillo ni platos. ¿Saben lo que es eso?", dice María. "Picamos la comida y guardamos el cuchillo. Se guarda todo. Me ha roto los ventiladores, el televisor. Él quiere llevarse todo por delante y nosotros no lo dejamos. Y se pone violento", agrega Juan.

Vivir el momento
Desde esa época, en la casa no hay bebidas alcohólicas. Y les tocó pasar situaciones muy difíciles. María se quiebra cuando relata una de ellas. "A mi mamá la internaron el 16 de septiembre del año pasado. Quedó prácticamente tirada en el sanatorio y no pude ir a controlar su enfermedad porque él estaba demente en la casa. Fui a las 19 y mi mamá ya había fallecido. No lo culpo, pero hace siete años que no recibo a nadie. No puedo programar un domingo, un martes, un miércoles, nada. Vivo el momento. Los sábados y domingos no comemos, pero no porque no tenemos, sino porque no sabemos con qué va a venir él", describe la mujer, entre lágrimas.

Al llegar los fines de semana, en el barrio la problemática se intensifica. "Se juntan en las esquinas y se amanecen. Salen en moto a robar, se meten en las casas cuando vuelven corriendo. Nunca he comprobado que él haya robado. Cae preso porque nosotros lo hacemos llevar. Se vuelve violento; una vez se cortó los brazos. Creo que es porque nosotros tratamos de ponerle límites, pero no se puede", razona María.

Ninguno de los dos quiere que el sistema, como lo llaman, les gane. "Pero nuestro miedo es que ya esté metido allí, y que sean ciertos los rumores de que también roba", dicen. "Nunca trajo nada a la casa por lo que uno pueda pensar que haya robado", afirma Juan.

Pero ellos tienen que cuidarse hasta de no dejar dinero en los bolsillos. Incluso, durante cinco meses durmieron en el patio. Era la forma de protegerse de los ataques violentos que tenía cuando llegaba a la noche. Por eso, cuando está en la comisaría es cuando tienen unos minutos de paz. "Puedo dormir y bañarme tranquila. Le tengo miedo. Cuando viene drogado no duerme, se pasea por la casa", dice María.

Aunque temen que su hijo reaccione mal por dar a conocer el caso, el matrimonio busca que los ayuden. "Capaz que cuando sepa tengan que escribir una crónica que diga 'murió la mamá del chico adicto'. Pero necesitamos volver a tener paz", afirma la mujer.

El pedido
Un juez de Menores, relatan, les dijo que para poder ordenar la internación del muchacho debe cometer un delito. "¡Pero me lo van a matar! Nosotros no queremos agregar más violencia a esto. Queremos que nos visite un psicólogo, un asistente social, un juez. Alguien que nos vaya ayudando para que reaccione", piden.

También quieren que los fines de semana haya custodia policial. Los viernes a la noche se intensifica el calvario. "Uno no sabe cómo va a volver", dice María. Su padecimiento, asegura, es el mismo de otras madres del barrio que optaron por la resignación.

"Ya no podemos más, no queremos más violencia. Por favor, que alguien nos ayude a sacar a nuestro hijo. Necesitamos que él esté bien; y necesitamos paz", dicen. Esa paz que la droga les ha quitado. Sólo piden, sencillamente, volver a comer un asado los domingos en familia; volver a reír; volver a "vivir".

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