Cambió una carrera de artista por la felicidad de enseñar

Cambió una carrera de artista por la felicidad de enseñar

Fue maestro de músicos reconocidos, como Lucho Hoyos o Juan Quintero.

 LA GACETA / FOTO DE RICARDO REINOSO LA GACETA / FOTO DE RICARDO REINOSO
En una silenciosa calle de tierra al pie de los cerros taficeños hay una casa antigua donde, según la leyenda urbana, vivió un criminal nazi. Pero su actual dueño la eligió porque le gustan la paz y la belleza del lugar. Hoy la palmera centenaria de la entrada, los altos techos y el piso de tablas se llenan todos los días de música. Allí resuenan los tangos y las zambas que ensaya Carlos Podazza, un personaje idolatrado por cientos (¿miles?) de alumnos que pasaron por su taller, Nonino, y que en sus espectáculos no se limita a la música, sino que también le habla al público sobre los ritmos y los instrumentos.

"Empecé a tocar la guitarra a los 12 años. Vivíamos en un complejo de departamentos en el centro. Y los amigos vecinos, cuando me escucharon, me pidieron que les enseñara. Ahí me di cuenta de que eso me daba mayor placer que una carrera como artista -recordó-. Tuve muchas oportunidades de viajar y de crecer en popularidad como músico, pero dejé todo eso en segundo plano por la docencia. No solamente me gusta transmitirles a los chicos lo que sé, sino también comunicarme con ellos y ser el oído que no tienen en la casa".

Alrededor de los 15 años ya tenía alumnos, y con el tiempo se hicieron incontables los aprendices de músico que pasaron por Nonino; algunos talentosos continuaron formándose y hoy son artistas reconocidos, como Lucho Hoyos, Juan Quintero y Diego Ferronato. A otros les había perdido el rastro y eran un recuerdo borroso hasta que el año pasado abrió una cuenta de Facebook. "Empezó a ponerse en contacto, desde España, Suecia, Suiza, gente a la que uno sirvió como disparador de la vocación. Me cuentan que están tocando algún tema mío... Es emocionante", reconoce. Eso lo convence de que el maestro y su alumno logran vínculos perdurables cuando hay verdadera pasión por la enseñanza. "En este tipo de docencia no se puede trabajar si no hay vocación. Tengo una actitud lúdica. Jugando uno puede hacer cosas que con un estudio metódico hubieran llevado años -explica-. A veces los músicos de conservatorio son muy estructurados, como la orquesta que tenía el Casino. Sonaba todo a marcha. Por eso decían: cuadrado como músico del Casino".

En ocasiones llegan a su taller ex alumnos que traen un hijo para que le enseñe. Y algunos le dicen: "mirá, no me acuerdo nada de lo que me has enseñado. Pero no me voy a olvidar nunca de esos dos años en los que vine aquí. A algunos les dejaré cuatro acordes más, a otros un concepto de armonía que a lo mejor en los libros no está, pero estoy seguro de que a todos les dejo los momentos que han pasado aquí -reflexiona-. Que no tienen que ver solo conmigo, sino con el ambiente del taller".

Los cantores "difíciles"

A la pasión musical familiar la inició en Buenos Aires su padre, Eduardo, que tocaba el bandoneón en la orquesta de Osmar Maderna. Cuando se radicó en Tucumán, cada cantor de tango que venía quería que lo acompañara. Elba Verón, Jorge Falcón, Alberto Morán y los cantores de D'Arienzo forman parte de una larga lista. "Yo tenía 13 años y a veces tocaba con él en los bailes -recuerda-. No era fácil seguirlos, porque tenían un fraseo muy particular y buscaban guitarristas que pudieran acomodarse a su estilo. Me acostumbré a trabajar con cantores muy distintos. Por ejemplo, a Daniel Río Lobos nadie lo quería acompañar. Era un desafío que me gustaba: lograr que se sintieran cómodos con lo que les daba".

Toda Latinoamérica

Una de las características del repertorio de Carlos Podazza es que incluye, además de tango, ritmos folclóricos de todo el continente, y usa instrumentos típicos de cada país, como el cavaquiño brasileño y el cuatro venezolano. Eso se debe a que uno de los primeros músicos que se sumó al elenco de Nonino, en los 80, era un chileno que estudiaba luthería y cantaba muy bien.

"Él conocía esos ritmos, muy complicados. Y cuando inauguramos Nonino, en el 88, empezó a proponer el pasillo colombiano o el joropo venezolano. Yo comencé a conocerlos, y el espectáculo se convirtió en una muestra didáctica sobre la música de Latinoamérica. Después lo llevamos por los colegios", cuenta. Y comparte otro dato: últimamente incorporó el tres cubano para el exitoso espectáculo Cosa de Negros, porque lo considera importante a la hora de tocar salsa al modo tradicional.

A la pasión por la enseñanza de la música se sumaron también sus hijos. Javier, percusionista, y Damián, violinista, son docentes y trabajan en escuelas. "Carlitos" enseña guitarra con su padre en Nonino, y Daniel estudia guitarra clásica.

El ritual del sábado

Nonino -bautizado así en homenaje a Piazzolla- alberga cada sábado espectáculos con distintos artistas invitados. "Estamos haciendo temas de autores que son referentes del folclore argentino y también estrenando algunos míos, como la versión musical de 'A un genocida muerto', poema de Néstor Soria dedicado a Bussi", mencionó.

Tamaño texto
Comentarios
Comentarios