Escenas en las que lo nimio se transforma en imponente

Escenas en las que lo nimio se transforma en imponente

Jorge Consiglio.

18 Diciembre 2011
La poética que Fabián Soberón (Tucumán, 1973) inauguró con su libro de relatos Vidas breves (2008) y continúa, ahora, con El instante, se asienta en el hallazgo de escenas en las que lo nimio se transforma en imponente.
El narrador de estos textos, cruzados por la brevedad, permanece atento al fulgor que se manifiesta en lo cotidiano. En El instante, el punto de vista de quien enuncia escapa de la pirotecnia de los grandes actos. Busca el momento en que los protagonistas diluyen su trascendencia histórica o, mejor, se detiene en el instante en que los personajes se singularizan por el puro acontecer. Es así que Roberto Arlt aparece en Añatuya, en una noche que "dormirá en un rancho, al lado de la bosta de los caballos, sobre la sal espinosa del monte", o Sarmiento, caminando por las calles de París yendo a encontrarse con sus propias claves de lectura, o Severino Di Giovanni, como aprendiz de tipógrafo, entrando al taller, sostenido por el fervor de su ideología. Los protagonistas de El instante se hallan trascendidos por su talento y confrontan con la propia inmediatez. Sus imágenes se refractan en el espejo de lo corriente sin el brillo que implica superar los límites de la época.
El autor acierta con la forma de iluminar las escenas. No usa focos narrativos potentes; su prosa, discreta pero de alta sugerencia, arroja una media luz que permite distinguir los detalles que el énfasis, por exceso, termina por eludir. Los personajes de El instante son héroes con entidad humana y este ingrediente no es menor para consolidar el verosímil del texto. En casi todos los casos, el narrador tiene un saber mayor que el de los protagonistas y se pone en evidencia, por lo general, a la hora de darle marco al relato. Este recurso es útil para volver todavía más concreto el enfrentamiento entre lo inmediato y la posteridad. El tiempo del relato es dinámico, por lo tanto, la lectura resulta ágil. Sin embargo, el intento por aprehender el minuto único en el que los cuerpos se alejan de las "moscas de la historia" impone la lentitud como mar de fondo, una morosidad que no es demora sino detenimiento.
También, es importante mencionar que esta edición está hermosamente ilustrada por Ramiro Clemente. La energía de cada trazo y el peso de las sombras se conjugan con los magníficos relatos de Soberón. En suma, los textos de El instante, escritos con una prosa iluminada por aristas sutiles, resultan muy precisos a la hora de enhebrar los detalles con que los hombres sortean la tautología del presente. © LA GACETA

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