Cristina endulza la oreja de los votantes

Cristina endulza la oreja de los votantes

El dominio de la agenda es tan abrumador, que al Gobierno no le hace cosquilla ni la inflación, ni la inseguridad, ni la corrupción.

Mientras la economía mundial se desinfla, Estados Unidos y Europa ponen parche sobre parche para ver cuánto pueden aguantar, China se repliega y Brasil se blinda, el precio de la soja cae U$S 100 en un mes y la Argentina no deja de perder reservas, la presidenta de la Nación emplea a diario todo su arsenal oratorio, que en tiempos electorales oscila entre lo nacionalista y lo melancólico, para acaramelar los oídos de los votantes, justamente con la música que ellos más quieren escuchar.

Algunos dicen, con buena parte de razón, que las primarias fueron ganadas por Cristina Fernández gracias a la economía, pero no hay que dejar de lado como ingrediente muy importante esa veta de locuacidad que al argentino medio tanto le gusta y que la Presidenta interpreta como nadie: somos los mejores del mundo, las fuerzas opresoras y los poderes concentrados no nos dejan despegar, pero por suerte aquí está el Estado que llegará para salvarnos. Este libreto tan particular, que deja notoriamente de lado a las instituciones y que sirve de algún modo para entronizar el piloto automático hasta que llegue el 23 de octubre, tiene como característica la apelación entusiasta que une el orgullo por la camiseta, con la grandiosidad de las obras y con el fetichismo tan argentino de tener a mano un salvador providencial. Incluye la repetición permanente de muchas medias verdades que pocos se animan a refutar y que son amplificadas a diario por funcionarios y medios propios.

El discurso que se emitió por cadena nacional, la tarde en que Cristina apretó los botones que empezaron a poner en régimen la central de generación atómica Atucha II para que entregue energía a pleno recién en 2013, fue una buena muestra del poder de su carisma oratorio. Tonos de arenga, pausas para distender y generar suspenso, algún quiebre emocional fueron, desde las formas, las armas que utilizó para armar un relato a la medida y el gusto del argentino medio. Entre otras cosas, la Presidenta habló del logro de haber "recuperado la decisión de que el país debe gobernarse a sí mismo" y del impulso vivificador de obras grandiosas, como la misma Atucha o Yacyretá; llamó a los obreros de la central nuclear o del astillero Storni "custodios de la soberanía nacional"; destacó que se haya reparado un submarino sin "tener que llevarlo a Brasil" y fustigó las "injerencias externas para que la Argentina no tenga desarrollo nuclear". También se alegró que 88% del gasto de Atucha II hayan sido "insumos y suministros argentinos y mano de obra de trabajadores argentinos", junto al "orgullo" de ser el segundo país, después de China, "que más ha hecho crecer su economía en todo el mundo".

Pero, más allá la epopeya y quizás para darle la razón a Mirtha Legrand, quien ponderó su innegable habilidad escénica, tanto empalago del auditorio le sirvió para no decir algunas cosas complicadas: cuánto costó la obra (se calculan U$S 7.500 millones en 25 años), cuál es el grado de antigüedad de su tecnología y en qué estado se encuentra el sentimiento generalizado en el mundo, sobre los proyectos generados por usinas nucleares, tras el desastre de la planta de Fukuyima, en Japón.

Pese a estas cuidadas omisiones, el dominio de la agenda y la seguridad es tan abrumador que, a tres semanas de las elecciones, al Gobierno no le hace cosquillas siquiera ni la inflación, ni la inseguridad, ni la corrupción. Es Cristina quien interpreta mejor que nadie los deseos de buena parte de la sociedad. Ella sabe qué botones apretar y está bien claro que lo hace mucho mejor que los opositores de ocasión, quienes o bien pretenden convertirse en una copia devaluada del mismo libreto o no se animan a explicitar una verdad diferente ante el electorado. En sus peleas, casi todo el arco opositor pasó buena parte de la semana culpándose los unos a los otros de ser "funcionales" a la reelección presidencial, sin hacerse cargo que, ante los votantes, no hay nada más funcional que la falta de ideas para encarar un proyecto de contraste. No hay que descartar que, en su mediocridad, algunos se hayan replegado especulando con que la situación internacional obligue al Gobierno y no a ellos a realizar un ajuste. Más allá de la jabonosa barranca mundial, las señales del mercado local intuyen que el Gobierno se ha cebado con el modelo y notan que ha perdido muchos de sus fundamentos. Por eso, apuestan a que algo va a ocurrir después de octubre. Por ejemplo, durante setiembre, el dólar a nivel global subió casi 7 % contra el euro y deprimió mucho el precio de las materias primas (oro y petróleo perdieron 11 %), aunque sobre todo las que más le importan a la Argentina (soja a U$S 439, y el trigo y maíz).

Expertos evalúan que los granos deberían resistir mayores caídas; para el país el valor de cotización no es inocuo, ya que el golpe le puede llegar a dos puntas: menos dólares comerciales y menos ingresos para el Tesoro. Las estadísticas casi cerradas indican que durante 2011, el complejo sojero habrá generado exportaciones por U$S 22.000 millones, de los cuales casi $ 30.000 millones serán ingresos fiscales por retenciones, una base importantísima del gasto público y sostén principal de muchos subsidios. Un simple cálculo aritmético sirve para ubicar el problema: ante la eventualidad de que toda la probable cosecha de soja de 2012 se vendiera en el mismo día y a un mismo precio, los menores ingresos para el país, en relación a los topes de hace un mes, serían hoy de U$S 4.500 millones en dólares comerciales, lo que implica que la AFIP perdería de recaudar una tercera parte ($ 6.300 millones, al dólar de hoy).

Esta situación de baja en los precios de las commodities afectó las acciones en el mundo, pero mucho más al Merval (-17 %) que en setiembre casi triplicó las pérdidas del Dow Jones (-6 %) o las del Bovespa (-7 %). Si se toma todo el año, las acciones argentinas, en promedio, cayeron 30 % y esto quiere decir que los expertos evalúan que las empresas locales valdrán menos porque sufrirán un parate durante 2012. En cuanto a los títulos argentinos, si bien hay una preferencia generalizada por los llamados bonos cortos, el riesgo-país (el diferencial de rendimiento entre los bonos locales y los T-Bonds estadounidenses) se acercó a los 1.000 puntos, lo que significa un aumento durante el año de algo más de 100 % (34,25 % sólo en setiembre).

En cuanto a la fuga de capitales, el llamado contado con liquidación pasó en el mes de $ 4,44 a $ 4,76 (7,2 %) y, se calcula que setiembre pudo haber marcado una salida de unos U$S 3.000 millones (U$S 17.000 en el año), con una caída de reservas de U$S 1.400 millones. Ambas bajas fueron frenadas a mitad del mes por la intervención del Central que vendió cerca de U$S 2.000 millones en el mercado de contado y una suma importante en dólares a futuro, casi sin tasa de interés implícita, para ser liquidados después de las elecciones.

El presupuesto nacional ha seguido la misma línea del "aquí no pasará nada" que el Gobierno se empeña en mantener cristalizada hasta las elecciones. Si bien lo que ha trascendido más han sido las amenazas del ministro de Economía, Amado Boudou, al Congreso ("si no llegara a haber Presupuesto, va a haber una Presidenta que se va a hacer cargo de la situación") a contramano de la tolerancia que hasta la misma Cristina exhibe, el proyecto parece endeble en algunos fundamentos (inflación de 9,1 %; dólar promedio en $ 4,40; superávit fiscal de 2,2 % del PBI), aunque con la expectativa de un crecimiento más a tono con las perspectivas mundiales: 5,1 %.

La técnica no deja de ser repetida: subestimación de variables, para que después los excedentes queden a merced de la lapicera reasignadora del Ejecutivo, algo que los opositores, en su desorientación, apenas marcaron. Sin embargo, la frutilla del postre aparecerá después del 23, ya que al instrumento presupuestario le falta una pieza legislativa clave, pero que hará falta para reencauzar cualquier situación: la Ley de Emergencia Económica que vence el 31 de diciembre. En la oportunidad la oposición estará otra vez en una disyuntiva, ya que si bien el país no para de crecer, lo que el Gobierno promociona a diario y que dejaría sin argumentos a la situación de "emergencia", lo cierto es que el argumento para la prórroga será la coyuntura internacional y la necesidad de tomar decisiones de urgencia para renegociar contratos de empresas de servicios públicos, y la regulación de precios de la canasta básica, la disposición de fondos para programas sociales, del reordenamiento del sistema financiero y de la normalización de la deuda pública en default.

Este último punto será crítico para 2012, ya que el Presupuesto prevé la necesidad de conseguir algunos fondos a través de nuevo endeudamiento, un procedimiento que el país no utiliza porque está raleado de los mercados. Si bien se prevé seguir pagando deuda con reservas, ya no quedan tantas "de libre disponibilidad" para atender vencimientos y es probable que haya que salir a tomar fondos internacionales. Cómo hacerlo sin avanzar en el reconocimiento de los impagos con el Club de París y con los holdouts que aún mantienen sólo en EE.UU. U$S 3.000 millones sin canjear es el grave problema que tiene el Gobierno. Sobre todo, porque desde el otro lado se conoce al dedillo el desfiladero en el que está entrando la economía.

Lo que pasó en el FMI con las críticas al Indec es el resultado de lo que se cree ha sido una desaprensiva actitud de mantener la situación de subestimación estadística. Allí, se interpretó que la misión que pasó por Buenos Aires fue usada para ganar tiempo, la misma estrategia que ha impedido hasta ahora avanzar con las países acreedores. Por eso, la Administración Obama ha metido púa en el Banco Mundial y el BID, donde vota en contra de nuevos créditos para la Argentina, lo que debiera tomarse como un aviso de alerta de lo que se puede venir, si no se encarrilan las cosas, en el Club de París, donde se necesita de votación unánime y en el G-20, donde la Argentina sigue siendo la oveja descarriada.

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