Hasta que nada quede en pie

Hasta que nada quede en pie

Transformers 3: El lado oscuro de la luna. La lucha entre los Autobots (ayudados por Sam Witwicky) y los Decepticons vive otro violento capítulo. En esta oportunidad, los malvados robots quieren vengar sus anteriores derrotas y apoderarse definitivamente de la Tierra, convirtiendo a los seres humanos en sus esclavos.

02 Julio 2011
En el tema de las franquicias exitosas no hay secretos: se trata de repetir las fórmulas de seguro impacto en el público y, si la trama puede ofrecer algún elemento original o novedoso, mejor. Si no, no hay mayor inconveniente; se muestran los mismos personajes, las mismas situaciones y se calcan los recursos que hicieron exitosas a las anteriores entregas de la saga. Hay directores que muestran cierto pudor y, en consecuencia, intentan modificar algunos elementos para diferenciar el nuevo episodio de los que ya se vieron. Michael Bay no pertenece a este grupo. El director no es capaz de controlar la fascinación que le producen los efectos especiales, y no logra dosificar las escenas de acción, que a fuerza de repetirse, terminan por aburrir mortalmente.

Durante el primer cuarto de hora, sin embargo, parece que habrá novedades; el argumento introduce la idea de que la carrera espacial entre EE.UU. y Rusia, en la segunda mitad del siglo XX, se debió en realidad al intento de los humanos de intervenir en la guerra entre los Autobots y los Decepticons. Y a Sam Witwicky, el protagonista de las dos anteriores entregas, se lo encuentra con nueva novia y desempleado. Y se acabó. En seguida comienzan (y se prolongan durante algo más de ¡dos horas!) las escenas en las que enormes maquinarias se destruyen mutuamente mientras demuelen prolijamente todo lo que hay alrededor (por ejemplo, un par de ciudades norteamericanas). Entre las maquinarias enardecidas que se disparan con misiles o se trenzan en combates cuerpo a cuerpo, aportan su cuota de destrucción grupos de humanos armados hasta los dientes, comandados desde centrales de inteligencia que permanentemente imparten órdenes equivocadas.

El publicitado reemplazo de Megan Fox por Rosie Huntington-Whiteley no marca diferencia alguna; y provoca cierta melancolía ver completamente desperdiciados a buenos actores como John Malkovich, Frances McDormand o John Turturro.

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