Vive gracias a un trasplante y se dedica a promover la donación de órganos

Vive gracias a un trasplante y se dedica a promover la donación de órganos

Viajó en ómnibus a Buenos Aires para recibir el hígado que lo salvó.

AGRADECIDO. Héctor Manca está feliz por la oportunidad que tuvo. LA GACETA / ANALIA JARAMILLO AGRADECIDO. Héctor Manca está feliz por la oportunidad que tuvo. LA GACETA / ANALIA JARAMILLO
23 Marzo 2011
Se sentía devastado; como atravesado por una aplanadora. Se aferró a los mejores momentos de su vida, que pasaron por su mente todos juntitos en cuestión de minutos. Así describe Héctor Manca los últimos momentos que pasó mientras estuvo en "emergencia nacional" esperando un hígado.
Nunca olvidará el 30 de junio de 2003. Pensaba que no iba a contar la historia. Esa tarde le avisaron que se había producido un fallecimiento y que una familia solidaria había donado el órgano que él necesitaba.
"La peor tortura ya había pasado", recuerda el taficeño, que actualmente tiene 48 años. A los 33 descubrió la patología que lo dejó al borde de la muerte: se llama enfermedad de Wilson, un desorden hereditario donde hay cantidades excesivas de cobre en el cuerpo, lo cual daña principalmente el hígado y el sistema nervioso.
"Los médicos fueron lapidarios. Desde el comienzo me dijeron que sólo un trasplante me salvaría", comenta este taficeño, que hoy puede recorrer hasta 100 km por día en bicicleta.

Despedida
Cinco años después del diagnóstico un día se descompensó y prácticamente no tenía expectativa de vida. "Recuerdo que cuando estaba internado entraron 30 amigos a despedirse; todos tenían los ojos rojos. En esos años no había avión sanitario ni otro medio para trasladarme a Buenos Aires, el único lugar donde podían hacerme el trasplante", detalla el especialista en marketing, padre de dos hijos y deportista de alma, según se describe.
Héctor seguía tan aferrado a la vida que decidió viajar en un colectivo de línea a Buenos Aires. "Me acompañó mi hermano y una amiga médica; ella era la encargada de trasmitir el deceso si me moría durante el viaje. No se cómo llegué, pero sí que estaba más muerto que vivo", rememora, y sus ojos se humedecen hasta romper en llanto. Un amigo se acerca, y lo abraza. 
Al llegar al hospital Italiano entró en "urgencia nacional". Y cuando llegó el órgano, tantos años de angustia se transformaron en un instante de felicidad.
"Hay un antes y un después del trasplante. No sólo se vuelve a nacer. Todo lo que uno sentía y creía de la vida cambia totalmente", cuenta. Desde entonces, sólo un objetivo ronda por su mente: devolver a la sociedad la oportunidad que a él le dieron para seguir viviendo. Por eso recorre establecimientos escolares y otras instituciones llevando su historia y promoviendo la donación de órganos. Ahí mezcla su experiencia con su profesión. Por eso habla del trabajado de concientización como una "venta directa". "Realmente se puede convencer a la gente de la importancia que tiene donar órganos cuando le hablás en forma particular, con historias de carne y hueso", resume.

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