Los libros de Saramago

Los libros de Saramago

Un recorrido por algunos títulos del premio Nobel portugués de la mano de nuestros colaboradores

27 Junio 2010
EL EVANGELIO SEGÚN JESUCRISTO

El lector encuentra desde el comienzo un relato que contradice las creencias más tradicionales. Porque el autor parece resistirse a aceptar como incuestionable una visión que el creyente considera evidente: que lo que sucedió en Jesús se basa en la misericordia de Dios y en su solicitud amorosa. Los diálogos de Jesús con Dios y con el Diablo, sorprendentemente contrarios a lo acostumbrado en la literatura religiosa, pueden admirar o irritar al lector.
Jesús se inicia como aprendiz de Pastor, un misterioso personaje que lo tienta con una vida más natural y menos religiosa. Pero no será Jesús el que lo rechace, sino que Pastor (el Diablo) terminará despidiéndolo porque "no ha aprendido nada". Esta figura del tentador la continúa el mismo Dios, que promete a Jesús "poder y gloria" a cambio de su vida, sin explicarle el modo de entregarla. Su muerte sería aprovechada por Dios para imponerse universalmente a la humanidad, aunque siguiera después "una historia interminable de hierro y sangre, de fuego y cenizas, un mar infinito de sufrimientos y de lágrimas". Jesús morirá sintiéndose engañado y pidiendo que se perdone a Dios: "Hombres, perdonadle, porque él no sabe lo que hizo"?
A pesar de su planteo iconoclasta, que expone un panorama teológico deliberadamente opuesto al profesado por el cristianismo, no puede ocultarse la admiración de Saramago por la figura histórica de Jesús, de la cual da muestras de conocer muy bien. Tal vez su presentación intencionadamente chocante sea una provocación para considerar más detenidamente afirmaciones (tanto de creyentes como de escépticos) que a menudo no son objeto de suficiente reflexión.

DOMINGO COSENZA

(Crítica completa en La Gaceta Literaria del 23 de Septiembre de 2007)


ENSAYO SOBRE LA LUCIDEZ

La situación inicial consiste en un conflicto entre un gobierno despótico que se reviste de apariencias democráticas, y una ciudadanía que mayoritariamente se le opone mediante el recurso al voto en blanco. Esos actores colectivos encarnan en personajes que no dejan de ser -digámoslo de nuevo- abstractos; sus rasgos son ideales, como si se tratara más de construcciones conceptuales que de seres de carne y hueso. De hecho, ninguno es mencionado por su nombre propio: son "el primer ministro", "la mujer del médico", etcétera. El antagonismo que opone a esas entidades esquemáticas es neto y sin matices: se enfrenta el Bien contra el Mal.
Cumple aclarar que las notas apuntadas no son defectos de la novela; esta ha sido ejecutada deliberadamente en ese registro cuasi teórico.
Se advierte que el autor se aparta a veces de ese registro mediante el uso de metáforas (así, la blancura representa la lucidez), y que su "ensayo" en el fondo propende a ser una parábola, pero a quien suscribe estas líneas no le ha quedado en claro el sentido de esa parábola.
Tal cosa no le ha impedido, sin embargo, deleitarse con la estupenda prosa narrativa de Saramago, cuyas virtudes han sido conservadas por una excelente traducción.

SAMUEL SCHKOLNIK
(Crítica completa en LA GACETA Literaria del 11 de Julio de 2004)


LAS PEQUEÑAS MEMORIAS

José Saramago, con su inconfundible parsimonia y con un lenguaje barroco, se repliega en su experiencia y arma una especie de diálogo entre el escritor y su infancia. Al hacerlo evita la grandilocuencia, sacrificándola para plasmar la lentitud de esos primeros tiempos.
El protagonista es un niño pobre que crece entre la aldea y la ciudad. En Azinhaga los abuelos maternos se agigantan llenos de ternura y tejen un linaje campesino de colores morunos... El pueblo es el lugar al que no se puede volver, donde se ha arrancado los viejos olivos. Reflexiona: "El niño que fui no vio el paisaje tal como el adulto en que se convirtió estaría tentado de imaginarlo... El niño, durante el tiempo que lo fue, estaba simplemente en el paisaje, formaba parte de él, no lo interrogaba"?
La aldea es el refugio del niño en el que las actividades giran en torno de los trabajos y la vida de los abuelos, reglada por la naturaleza. La pareja amante y pudorosa de los dos viejos a quienes la muerte sorprende dulcemente y que actúan como mentores, contrasta con la pareja problemática de padres. El libro transcurre como un río, nada parece excepcional. O quizá todo porque es irrecuperable. Saramago no desdeña mezclar esta incursión a la intimidad de la experiencia personal con la autobiografía intelectual. Por momentos emerge la estatua del autor que entrega claves de su literatura.
Afortunadamente la mayor parte de la narración está dominada por la voz confesional que, con naturalidad, hilvana recuerdos, inscribe personajes.
La escritura está presente aun en la ausencia: en las cicatrices del cuerpo donde han impactado las hazañas infantiles, en los cuerpos de los animales, en las leyendas populares, en el cajón donde los abuelos han puesto los animales. Letras que aparecen aisladas y lejanas pero no por ello menos anheladas. La mano y la palabra se acercan. Se puede escribir sobre piedra-pizarra o sobre papel o sobre el cuerpo. O, como en el caso de estas pequeñas memorias, en esa especie de relicario en el que guardamos la infancia.
Los comentarios del autor señalan la precariedad de las fotografías finales frente a la poderosa imaginación del niño que sólo se puede volver a ser en el reino de la literatura.

CARMEN PERILLI
(Crítica completa en La Gaceta Literaria del 8 de Abril de 2007)


EL VIAJE DEL ELEFANTE

Cada palabra lo compromete. Con ese trasfondo, José Saramago narra en El viaje del elefante cómo Salomón -o Solimán- y Subhro -o Fritz- son arrastrados de Lisboa a Viena por el capricho del soberano de turno. Paquidermo y cornaca participan de un viaje titánico e irracional que las lleva a experimentar las riquezas y miserias, reales y aparentes, de un Occidente saturado de contrastes?
La profundidad reflexiva del cornaca y la intuición del elefante son una medida para juzgar la calidad humana del soberano. El poder no libra del olvido. Y Saramago ha escrito esta historia para desenterrar a dos obedientes -e insignificantes- vasallos de la corte. Con humor e ironía, para desbaratar sin tragedia las intocables convenciones del poder que se esfuerzan por darle un tono serio o grave a lo meramente anecdótico. Lo de la risa no es broma y se agradece, porque al fondo de las verdades importantes no siempre se llega por la vía del drama.
El viaje del elefante no es el mejor libro de Saramago, aunque quizá sea el más amable gracias a la conmovedora inocencia de unos personajes que no saben que no son libres, sometidos a un viaje que no es, precisamente, sinónimo de liberación. Pero por comparación o semejanza, de esta parábola vital trazada a pie por llanuras, mares y montañas se deduce, como apunta el diccionario, más de una enseñanza moral.

IRENE BENITO
(Crítica completa en La Gaceta Literaria del 5 de abril de 2009)


POESIA COMPLETA

Se trata de una lírica crítica la de Saramago, un lirismo moderno en el sentido que lo definió el crítico italiano Sergio Solmi: "una ilusión de canto que milagrosamente se sostiene después de la destrucción de todas las ilusiones". Para captar ese canto, el traductor, Angel Campos Pámpano, ha hecho todo lo posible, pero no siempre con buenos resultados... Afortunadamente, está el original al frente. Algo melancólicamente, pensando en la poesía que predomina hoy en nuestro país, cerremos este comentario con el siguiente magnífico poema de Saramago, inspirado en el Salmo 136: Ni por abandonadas se callaban / Las arpas de los sauces suspendidas. / Si los dedos de los hebreos no las tocaban, / En las cuerdas tensas el viento de Sión / La música de la memoria repetía. / Mas en la Babilonia en que vivimos, / Sión en el recuerdo y el futuro, / Hasta el viento calló la melodía. / Tanto nos dejamos arrasar, / Más que el cuerpo, el alma y el deseo, / Que ni sentimos ya el hierro duro, / Si nos dejaron la vanidad de lo que fuimos. / Tienen los pueblos las músicas que merecen.
 
PABLO ANADON
(Crítica completa en LA GACETA Literaria del 24 de diciembre de 2005)


CAIN

Saramago dirige sus reproches al Dios del Antiguo Testamento con más impaciencia que la que prodigó al Padre de Jesús (en El evangelio según Jesucristo). El oprobio es la pena de Caín, que el autor entiende inmerecida: según su interpretación literal -¿lineal?- del Libro del Génesis, el fratricidio cainita está justificado. El primogénito de Adán se defiende legítimamente de la injusticia divina; es Dios el que busca y consigue la muerte del pastor Abel mediante el rechazo de la ofrenda del labriego Caín.
Como era previsible, el portugués compone un alegato literario que irrita a la interpretación clásica de la tradición judeocristiana. Y poco más. Con la excepción de ciertos pasajes ingeniosos, la novela cae en una polémica monótona y desprovista de matices. La maleficencia no le quita a Dios su condición suprema así como la proposición de un castigo inmerecido tampoco logra redimir al condenado?
La novela se consume en su círculo de desgaste. En esas Tierras de Nod, el fugitivo no es Caín sino el pincel que diseñó el mundo de Todos los nombres (1997) y Ensayo sobre la ceguera (1995).
Si el milagro está en seguir escribiendo con achaques y avanzada edad, Saramago hace milagros. Pero si el milagro consiste en contar una historia sublime y poner preguntas donde no había ni pensamiento, es decir, en recrear la experiencia de liberación por medio de la lectura con la que el venerable escritor ha conquistado el afecto y la atención de sus lectores, entonces hay que concluir que la novela Caín se conforma con muchísimo menos.
                                                                                                                                     IRENE BENITO
(Crítica completa en LA GACETA Literaria del 28 de Febrero de 2010)

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