El sometimiento y la alienación hacen foco en "Los pasantes"

El sometimiento y la alienación hacen foco en "Los pasantes"

EN PLENA TAREA. Los jóvenes pasan sus días vendiendo por teléfono ofertas de una entidad bancaria. EN PLENA TAREA. Los jóvenes pasan sus días vendiendo por teléfono ofertas de una entidad bancaria.
Los pasantes" -que puede verse sábados y domingos en El árbol de Galeano- se asienta sobre una dramaturgia confusa; su ritmo es lento al principio, aunque posteriormente desenvuelve un conflicto que ameniza la puesta en escena, con un final que acentúa la dramatización de la puesta.

En la presentación de la obra -en el programa de mano y en la distribuida a la prensa- se menciona la historia de dos jóvenes pasantes que trabajan en un "call center", un dato que no pasa inadvertido, porque no hace falta sino vivir en esta ciudad para saber que se trata de una de las tareas más explotadas (y de los negocios más prósperos, vale agregar). Pero a poco que los actores Diego Ledezma y Damián Carabajal inician su jornada laboral, sus monólogos y diálogos, cualquier espectador entiende que la pieza trata de otra cosa. Y es allí donde se descubre que lo que el responsable de la dramaturgia quiso plantear, en realidad, es lo más cercano a una versión libre, por supuesto, del famoso texto de Jean Genet, "Las criadas" (también conocido como "Las sirvientas).

El libro escrito en 1947 ha sido visitado innumerables veces por el teatro argentino, y en esta ciudad se van viendo ya -al menos- tres versiones distintas. Es que, como pocos, retrata las complejas relaciones de sometimiento y de poder de una sociedad, miradas a través del relato de la relación de una señora con sus dos criadas. En "Los pasantes", los conocidos personajes de Clara y Solange (siempre interpretados por hombres), o de estos dos jóvenes del "call center", son constantemente observados y vigilados por una cámara, y explotados (el término corresponde) por el sistema, es decir, por la señora, que todo lo ve, todo lo escucha y todo lo controla.

Desde este punto de vista se puede decir en defensa del director y dramaturgo Manuel Villanueva Norri que el paralelismo trazado entre una y otra historia pone de relieve el drama central de cada historia: el conflicto ya apuntado de las relaciones; así como que el final está reinterpretado, en una de las direcciones que el propio texto de Genet habilita.

La puesta en escena puede anotarse como un punto a favor: los intérpretes desarrollan su trabajo permanentemente encerrados en unos módulos sencillos pero potentes a la hora de crear sentido; en ellos se respira la alienación del sistema y la creación de mundos aislados, carentes de toda comunicación. La labor de los actores es discreta, pero logra establecer la relación que marcan el director y su asistente, Natalia Daona.

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