La fama y la grandeza

La fama y la grandeza

Durante su diálogo con LA GACETA Literaria, Posse se muestra íntimo. Confiesa que tiene una inclinación por los grandes anarquistas, charla sobre el mate con Aldo Sessa y habla de las deudas y las nostalgias argentinas

EN UN RINCON DE BUENOS AIRES. Abel Posse dialoga distendido con Daniel Dessein, mientras Aldo Sessa lo retrata desde el piso en su estudio de fotografía. EN UN RINCON DE BUENOS AIRES. Abel Posse dialoga distendido con Daniel Dessein, mientras Aldo Sessa lo retrata desde el piso en su estudio de fotografía.
31 Mayo 2009
- El crítico literario Seymour Menton interpretó Los perros del paraíso como una denuncia contra toda forma de poder. ¿Le parece que esa concepción es la que mejor define su novela?
- No creo, pero yo tengo siempre una inclinación hacia los grandes anarquistas que no es muy sana. No hay que corregir desde la inclinación personal sino desde una visión filosófica más seria. La literatura se desmerece cuando cede al sentimentalismo. En mi obra hay una repulsión por el hombre que fue creando la sociedad occidental, por el burgués complaciente y hedonista. Como el de Estados Unidos, donde el nombre se mide por los millones que ganó o no ganó su dueño. Lamento que la cultura no se haya aislado de este proceso y que haya sido transformada en un objeto más del mercantilismo.

- ¿Quiénes considera que son los más valiosos escritores todavía vivos en el ámbito internacional?
- Es probable que yo ya no tenga las categorías necesarias para analizar la nueva literatura. Me cuesta encontrar grandes obras; me parece desolador el panorama de la literatura italiana o que Francia termine con Houellebecq como gran escritor. El último escritor que me pareció creador de un lenguaje formidable fue Francisco Umbral; su problema es que se aburría de la novela y se iba del texto antes que el lector porque no aceptaba los rellenos ni la paciencia que el género exige. Pero en el lenguaje es el autor con más garra en lengua española desde Valle Inclán.

- Usted admiró mucho al peruano Manuel Scorza y casi muere junto a él en el avión que se estrelló en Madrid, en 1983.
- Ibamos a hacer el mismo viaje y a último momento decidí no hacerlo. Nuestra agente literaria, Carmen Balcells, llamó a mi casa y se sorprendió al escuchar mi voz, porque creía que yo estaba muerto. La literatura de Redoble por rancas, de Scorza, es muy superior a la de Vargas Llosa y a la de tantos escritores famosos. Hoy se confunde fama con calidad en un mundo en el que la cultura se somete a factores económicos; de esa manera se secuestra el último puente hacia una verdadera libertad. La última imagen de una libertad creadora absoluta es la que ofreció Jorge Luis Borges, que buscó solamente lo estético, rescatando su lenguaje, hasta el final. Es el pensador absoluto, el escritor que no existía en Europa, que se sumergía sin temor en lo inútil y en lo invendible.

- Hizo muchas caminatas junto a Borges por las calles de Venecia...
- Hablaba todo el tiempo de literatura; todo lo que contaba siempre tenía un matiz interesante o raro, con vetas de humor muy notable. Le gustaba tanto reír como filosofar. Decía que ni el fracaso ni el éxito lo podían conmover; él tenía su propio camino. Cuando empecé a publicar en Emecé, uno de los editores me mostró una boleta que señalaba que Borges había vendido solamente 17 ejemplares de uno de sus libros en todo un año. Lo que hoy resulta incomprensible es que la venta es un accidente independiente de la grandeza. Nietzche se pagaba sus propias ediciones y Kafka sólo vio publicados dos de sus libros.
© LA GACETA

Comentarios