"No queremos ver cómo se mueren nuestros hijos"

"No queremos ver cómo se mueren nuestros hijos"

Cada vez más madres de adictos se unen para enfrentar el problema de la venta y del consumo de estupefacientes en la Costanera.

ANGUSTIADAS. Madres de adictos relatan cómo la droga ingresó en sus hogares y arruinó la vida de sus hijos. LA GACETA / OSVALDO RIPOLL ANGUSTIADAS. Madres de adictos relatan cómo la droga ingresó en sus hogares y arruinó la vida de sus hijos. LA GACETA / OSVALDO RIPOLL
10 Enero 2009

Siente que lleva una cruz que no puede cargar. El mundo parece derrumbarse cada vez que habla. "Recién mi hijo me dijo: ?por favor, mamá, ayudame, curame con esta crema la espalda porque me duele mucho", cuenta Susana T. Y sus ojos estallan en lágrimas. "Cada vez está peor", añade. La mujer, al igual que un grupo de madres de adictos, dice que no puede más. Afirman que si las autoridades no las ayudan a sacar a los vendedores de "paco" de la Costanera, se unirán para incendiar los sitios que comercializan estupefacientes.
En la historia de Susana se ve reflejada la mayoría de las madres de los barrios Soldado Tucumano y la Milagrosa, en la Costanera, ubicada del lado de la Banda del Río Salí. Ellas decidieron juntarse luego de las publicaciones que hizo LA GACETA sobre la venta y el consumo de "paco" en la zona.
"A veces nuestros chicos pasan siete días consumiendo sin parar. Ni siquiera comen. Están muy flacos", expresa Susana. Algunas madres no tienen consuelo. Y dicen que sus hijos tienen contados meses de vida. "Nos dijeron que esa droga (el "paco") los mata en poco tiempo, que en seis u ocho meses les destruye el cerebro. Pero nosotras no queremos ver cómo se mueren nuestros hijos", comentan.
Según Susana, su hijo le dice que quiere salir del mundo de las drogas, pero que el "paco" es más fuerte. "Me repite que tiene asco de él mismo, que no sabe por qué hace lo que hace", relata. Y añade que una vez hasta lo hizo "meter preso" al joven, que ahora tiene 23 años y comenzó a consumir cuando era adolescente. "Ya tuvo cuatro paros respiratorios; temo que un día se vaya para siempre", comenta.
Todas las madres tienen miedo de encontrar a sus hijos muertos, tirados a la orilla del río. Según cuentan, por las madrugadas a veces se despiertan asustadas y salen a recorrer las márgenes del Salí. A la luz de la luna, se perciben dramáticas imágenes. "Los adolescentes de aquí nunca duermen. Se juntan ahí a fumar el ?paco?: uno tras otro. Están idos", relatan.
Por las mañanas, los chicos vuelven a sus casas con los rastros de lo que les dejó el "paco". "Siempre llega temblando, con las manos lastimadas. Se quema la boca con las bombillas, que calientan con un encendedor", ilustra Elba B., que tiene un hijo de 17 años adicto al desecho de la cocaína.

Pegamento y "paco"
Elba cuenta que su hijo comenzó a consumir a los 14 años. "Empezó con el pegamento y después lo cambió por el ?paco?, el peor veneno que vi en mi vida. Está fundido: es un esqueleto; hace dos años dejó la escuela y ahora vive en la calle. No lo puedo manejar porque cuando le falta la droga se pone muy agresivo y me da miedo", explica, y agrega: "ya me robó de todo en la casa para comprar la porquería; me sacó hasta la última olla".
Las madres dicen que por las noches es común ver a los adolescentes saltar por los techos en busca de chapas o de ropa tendida, que roban para luego obtener "paco". Durante el día, se pasean por las casas de los vecinos pidiendo monedas. "Siempre mienten que algún familiar está enfermo para conseguir dinero", relata Elba.
"A la mayoría de los padres les da vergüenza reconocer que sus hijos son consumidores y no piden ayuda. Pero nosotros no tenemos más miedo; queremos que nos ayuden a sacar a los ?transas? del barrio, que están arruinando a nuestra juventud. Hay chicos de ocho años que empiezan a consumir", dicen Teresa M. y Alejandra Mabel P., otras madres de la zona.

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Comercialización
La venta de drogas en la Costanera ya no tiene días ni horarios. Es posible adquirir la sustancia en viviendas comunes y corrientes o en las esquinas, adonde se paran jóvenes con mochilas al hombro. La dosis de "paco" cuesta $ 5. Cuando los consumidores no tienen dinero, se dirigen a los sitios de canje, que también son casas de familia que reciben todo tipo de objetos a cambio de droga.
Lo que más preocupa a las madres, a ambos lados del río Salí (en total son 12 barrios de la capital, de Alderetes y de la Banda del Río Salí) es que los "transas" invaden hasta los sitios menos pensados: la escuela, las canchas de fútbol, e incluso deambulan cerca de los CAPS y de los comedores.
"Mi hijo empezó a consumir cuando iba a la escuela. Los vendedores se acercan y les pasan la droga a través del alambrado. Después se adueñan de nuestros chicos y los tienen como sirvientes a cambio de droga: los mandan a robar a todos los vecinos", resalta Liliana, que tiene dos hijos adictos.
Todas las madres cuentan que los "transas" esperan a los jóvenes debajo de los árboles, cerca de donde están jugando al fútbol, estudiando o tomando el mate cocido. El coordinador de un comedor infantil de la zona también lo reconoce. "Están en todas partes; yo les hablo aquí a los chicos sobre el problema de las drogas pero sé que cuando salen, a la vuelta de la esquina, seguramente encontrarán a alguien que les ofrezca ?paco?", dice Domingo Rodríguez.
Aunque la mayoría de los consumidores de "paco" de la Costanera son varones, las madres advierten que ya hay chicas que a los 10 años deambulan por la calle en busca desesperada de una dosis de droga, cuando a su misma edad otras siguen pensando en muñecas.

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