Gambito de caballo

El reconocido novelista argentino homenajea la memoria de Faulkner a partir de una anécdota de su infancia: cuenta que su dedicación por el ajedrez lo llevó accidentalmente a tener entre sus manos una de las obras del escritor que prestigió al premio Nobel cuando lo recibió. Por Marcelo Damiani - Para LA GACETA - Caracas.

28 Septiembre 2008

El jueves pasado se cumplió un nuevo aniversario del nacimiento de William Faulkner. Según muchos, uno de los pocos escritores (sino el único) que justifica el carácter realmente literario del premio Nobel, ya que no hay que olvidar que en 1953 se lo dieron a Sir Winston Churchill... Faulkner lo ganó en 1949 y ese mismo año publicó uno de sus libros menos leídos: Gambito de caballo. Saer, en La narración-objeto, le dedicó unas páginas. Hace poco, cuando las releí, recordé la historia que yo tenía con ese libro.
Durante mi adolescencia formé parte del equipo de ajedrez de River Plate. Uno de los requisitos para mantenerse en forma como jugador es estar al tanto de las novedades en aperturas y estudiar medio juego y finales, y por esta razón yo iba muy seguido a la biblioteca en busca de bibliografía específicamente ajedrecística. Es cierto que a veces leía alguna que otra novela policial para distraerme un poco, pero la bibliotecaria me conocía lo suficiente como para que ya hubiéramos abolido la mercancía del diálogo superfluo, más allá de los saludos de rigor y las obligadas alusiones a las condiciones climáticas imperantes. Así que cuando ella me recomendó el libro de Faulkner sin muchos preámbulos y yo leí su título, no se me ocurrió dudar de su literalidad. Evidentemente, pensé, se trataba de un libro sobre ajedrez. Pero apenas empecé a leerlo me di cuenta del error. Tampoco parecía una novela policial. Y para peor, a las pocas páginas comenzó a molestarme la insidiosa insistencia de Faulkner en mostrar a sus personajes jugando al ajedrez, pero omitiendo siempre información fundamental, como qué tipo de aperturas empleaban, o su estrategia para vencer al rival, con lo cual uno nunca podía ver realmente la partida que estaban jugando. Este libro dejaba mucho que desear, pensaba yo, y así se lo dije a la bibliotecaria cuando se lo devolví, sintiéndome profundamente decepcionado (o incluso traicionado), aunque ella no diera muestras de comprender el motivo de mi enojo.
Con el correr del tiempo tuve la suerte de leer y releer casi todos los otros libros de Faulkner, especialmente El sonido y la furia, esa obra maestra construida a partir de la famosa frase de Shakespeare: "La vida es un cuento contado por un idiota, lleno de sonido y de furia, y que no tiene ningún significado". Así había concebido a Benjy, el idiota que no puede procesar los sonidos del mundo más que cuando la gente grita "Caddie", nombre de los chicos que llevan los palos de los jugadores de golf, pero también abreviatura del nombre de su hermana Candance, la belleza trágica y siempre en fuga que es un poco el centro descentrado de toda la novela, a pesar de los esfuerzos de su otro hermano, Jason, por extirparla con furia del ámbito familiar. Releyendo una y otra vez este libro, disfrutando de su exquisita estructura histérica, comprendí que Faulkner siempre jugaba una partida de ajedrez secreta con el lector desprevenido. Y ahí radicaba gran parte de su valor.
Hace poco me topé de nuevo con Gambito de caballo, y la verdad es que me divertí bastante recordando mi vieja pretensión de encontrar partidas reales en sus páginas. Incluso volví a leer el comentario de Saer sobre el libro de Faulkner. Me acordaba perfectamente de la leve decepción que había sufrido la primera vez, cuando aún tenía la lejana esperanza de que Saer estuviera de acuerdo conmigo, y en un brillante párrafo final sostuviera que la ausencia de verdaderas partidas de ajedrez era la única falla de todo el libro. Pero luego me di cuenta de que el gambito del título era una suerte de zancadilla de Faulkner en la que Saer sabiamente no había caído, y en la que yo (me) había perdido (desde) la partida. No pude menos que sonreír ante la evidencia del resultado final: Faulkner (y Saer): 1, Damiani: 0.
© LA GACETA

Marcelo Damiani - Novelista, crítico literario, profesor de Filosofía
de la Universidad Maimónides.

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