La encarnación del Verbo, según Jorge Luis Borges

La encarnación del Verbo, según Jorge Luis Borges

Por María Eugenia Valentié, para LA GACETA - TUCUMAN.

04 Diciembre 2005
En el comienzo del Evangelio según San Juan, que antes se rezaba en todas las misas, se dice: "El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros". El "Verbo" es una traducción del original griego "Logos". Este término se traduce también como palabra, razón, conocimiento, estudio, etcétera. Heidegger, en El Ser y el Tiempo, hace notar la diferencia entre logos y fonema. El logo es la palabra significativa, la que encierra un sentido. El Evangelio agrega: "Por él fueron hechas todas las cosas y sin él no se ha hecho cosa alguna de cuantas han sido hechas". Es decir que el universo es un cosmos y no un caos, puesto que ha sido creado según el logos divino. Desde el comienzo, afirma San Juan: "En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba en Dios, y el Verbo era Dios".
Según la teología católica, el Verbo es la segunda persona de la Santísima Trinidad, es decir el Hijo, el que se encarna en el cuerpo de Jesús, el Cristo. El tema del Dios hecho hombre inspiró a Borges dos poemas, ambos con el mismo nombre: "Juan, I, 14". El primero figura en el libro El otro, el mismo (1964); el segundo, en Elogio de la sombra (1969). Estos textos fueron recogidos en las Obras completas publicadas por Emecé en 1974, páginas 893 y 977, respectivamente.También en Elogio de la sombra encontramos un escrito titulado "Fragmento de un Evangelio apócrifo", que de alguna manera se inspira en el "Sermón de la montaña". Es un texto lleno de contradicciones, humor, sabiduría e ironía, digno de leer, pensar y saborear, como todo lo escrito por Borges.
El Evangelio según San Juan es el cuarto de los sinópticos, el último en ser escrito.
Crossman, en El nacimiento del cristianismo, considera que este es un dato positivo, en la medida en que permitió a su autor conocer más testimonios y recoger más tradiciones que sus antecesores. Sin duda es el más metafísico, el que más acentúa la divinidad de Cristo como hijo de Dios.
En el primer "Juan, I, 14" Borges comienza recordando la historia de Harún, Emir de los Creyentes que, harto del poder y de la gloria, salía en secreto por las noches a "recorrer los arrabales y mezclarse en la turba de la gente" con "Dios que quiere andar entre los hombres"/ y nace de una madre / como nacen los linajes que en polvo se deshacen".
Aunque Dios posee el orbe entero. Su final será el martirio, los clavos y la cruz. El poema es muy breve y aunque la comparación no sea del todo feliz, la belleza de la forma es su justificación.
El segundo "Juan, I, 14" es de una belleza sobrecogedora, uno de los más hermosos poemas que, sobre este tema, se haya escrito en nuestro idioma. Aunque el autor habla en primera persona, al final aclara: "Desde Mi eternidad caen estos signos / que otro, no el que es ahora el amanuense, escriba el poema". Pero pareciera que el Verbo, que es también la Palabra, hubiera elegido, en su infinita sabiduría, al que mejor puede usar las palabras para traducir sus signos.
El que es, fue y será, condesciende al lenguaje y nos hace conocer su extrañeza cuando dice: "nací curiosamente de un vientre". El que es puro espíritu, o algo más misterioso aún, se encuentra con un cuerpo, lo que para nosotros es una experiencia cotidiana. Ese cuerpo conlleva sensaciones y sensibilidad, placer y dolor. Agrega: "Viví hechizado, encarcelado en un cuerpo y en la humildad de un alma". El mundo se le aparece distinto desde su mirada humana. Vive la paradoja de un Dios que descubre lo que los hombres conocían.
Enumera los descubiertos de su alma: "Conocí la memoria, que no es siempre la misma... la esperanza y el temor, esos dos rostros del incierto futuro... la vigilia, el sueño, los sueños, la ignorancia, la carne, los torpes laberintos de la razón, la amistad de los hombres, la misteriosa devoción de los perros. Fui amado, comprendido, alabado y pendí de una cruz".
A su vez, el cuerpo, a través de los sentidos, descubre la belleza de su creación: "Vi por mis ojos lo que nunca había visto: la noche y sus estrellas. Conocí lo pulido, arenoso... el sabor de la miel y la manzana, el agua en la garganta de la sed, el peso de un metal en la palma, la voz humana... el olor de la lluvia en Galilea, el alto grito de los pájaros. Conocí también la amargura".
Jesucristo, el hombre, muere como mueren todos los hombres. Pero el Verbo divino, el Hijo de Dios, la Segunda Persona de la Trinidad, es eterno. Por eso puede decir: "Mañana seré un tigre entre los tigres y predicaré Mi ley en su selva, / o un gran árbol en Asia. A veces pienso con nostalgia en el olor de esa carpintería". El final es perfecto.Vuelvo a releer el poema. Lo han leído casi todos mis amigos y casi ninguno ha quedado indiferente. Quizás por eso me extraña no encontrar un análisis, un comentario o una cita, en la obra de los especialistas en la literatura de Borges. Tal vez esto se deba simplemente a mis limitaciones en el conocimiento de esa bibliografía. (c) LA GACETA

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