Parafraseando a Juan Martín Fernández Lobbe, para los Pumas existían solo dos escenarios postpartido frente a Georgia: celebrar el triunfo o ir sacando los pasajes a Ezeiza para ganar tiempo. Afortunadamente, sucedió lo primero, y de una forma tan inobjetable que transmite tranquilidad porque demuestra a dónde puede apuntar el seleccionado argentino en esta Copa del Mundo. El peligroso equipo del Cáucaso y su defensa, que había sido capaz de devorarse a Tonga en el debut, solo pudieron contener durante el primer tiempo las ambiciones del regimiento hourcadiano. Ya en el segundo, los Pumas encontraron la llave para abrir el cerrojo georgiano y alcanzar el bonus asestando un try detrás de otro (54-9).

No fue del todo bueno lo del equipo argentino en la primera etapa, en la que sus intenciones de dinamizar y verticalizar el juego, algo pasadas de rosca, encontraron oposición en la dura propuesta física del rival y en sus propias imprecisiones. Argentina defendió más y tuvo menos la pelota de lo que hubiese querido en esa etapa. Para colmo, volvió a cometer infracciones sin sentido con las que regaló puntos, igual que frente a los All Blacks. Todo un tema a tratar en estos ocho días.

Así y todo, pese a la escasa diferencia del parcial (14-9), daba la impresión de que los Pumas estaban a un click de tomar el control. Y ello ocurrió en esos 10 minutos en los que Georgia se quedó sin su líder, Mamuka Gorgodze, por amonestación. Argentina tomó la sartén por el mango, arrinconó a Georgia, abrió el juego hacia las puntas y empezaron a caer los frutos del árbol. Al try de Tomás Lavanini en el primer tiempo, se le sumaron el de Tomás Cubelli (otro gran partido del 9), el de Martín Landajo y los dobletes de Juan Imhoff y Santiago Cordero. Este último volvió a pagar el voto de confianza de “Huevo” con su desequilibrio ofensivo. Los Pumas se tomaron su tiempo, pero hicieron lo que debían frente a un rival complicado. No es poca cosa.