
Su presencia distinguida marcó una era en los medios tucumanos. Protagonista excluyente de los inicios de la televisión tucumana en los 60, cuando sólo existía Canal 10, y consolidada como una de las voces más importantes de la radio tucumana en distintas emisoras, Silvia Rolandi construyó un estilo de periodismo profundo, inteligente, incisivo y desafiante desde el respeto, que ahora queda vacante y sin reemplazo a la vista.
La periodista falleció ayer, dejando un legado que comenzó en la pantalla en 1967 y que debería material de estudio obligatorio en las carreras de la profesión. Con ella se aprendía que era más importante el entrevistado que el entrevistador, que la pregunta debía ser corta y precisa, que la respuesta debía ser oída atentamente para una repregunta y que no hacía falta levantar la voz para imponerse en el debate. Siempre las ideas iban antes que nada, y sobre ellas se debía construir la nota, en la que cada frase era importante e incluso determinante.
Su llegada a la prensa no fue pensada. Y su vida en la Universidad Nacional de Tucumán, de la que nunca se desvinculó, empezó antes que desembarcase la TV en la provincia. Comenzó trabajando como bibliotecaria universitaria con Jorge Luis Rougés mientras la desvelaba estudiar psicología; luego fue secretaria privada del primer rectorado de Eugenio Flavio Virla, quien le descubrió sus dotes de comunicadora y locutora y la impulsó a tomar los cursos de extensión que se dictaban pensando en tener personal capacitado para la apertura del canal, que se concretó el 9 de julio de 1966.
Al poco tiempo, en el año siguiente, Silvia era parte del staff, compartiendo espacio con otro referente de la pantalla como Alberto René Sutter “Mundo Visión”, los sábados a las 21 en tiempos en que sólo se salía al aire dos horas por día: era un resumen de las principales noticias de la semana. “Nadie sabía nada, nos debimos formar desde cero. Teníamos guiones preelaborados, que debía ser preciso en los tiempos porque íbamos en vivo”, recordó.
Poco tardó en pasar a ser la cara femenina de “TV Prensa” (y luego “Tempranísimo”) por décadas, donde desplegó una amabilidad que, lejos de ser cómplice con el entrevistado, escondía seriedad y severidad, claves para una noticia de calidad. Sólo se alejó cuando, tras casarse, vivió en Rosario, y luego forzosamente durante su exilio en Colombia, en tiempos de la dictadura militar que tapó tantas voces. Completó su formación en España y en otros países, como referente femenina en una labor que la tuvo de exponente destacada desde primer momento.
Fue en los 90 cuando junto a Osvaldo Nieva condujo el programa “Ciudadanos”, pionero en la investigación periodística en la provincia (en simultáneo estaba en Radio Nacional, luego de haber pasado por las emisoras privadas LV12 y LV7 con programas recordados). En el canal, su crítica mirada hacia el autoritarismo y su inflexibilidad con búsqueda de la verdad la hizo chocar frecuentemente con el bussismo, que ocupaba cargos jerárquicos en tiempos de Antonio Bussi gobernador. Sacó a relucir su fidelidad universitaria, y fue con ese respaldo que siguió desempeñándose y marcando agenda en los medios y en los colegas. No fue casual, entonces, que llegara a ser jefa de informativo y gerenta de noticias de la emisora.
Su ideario en ese campo se resume en una frase: “El periodismo no es el cuarto poder; es el contrapoder que controla a aquellos poderosos que quieren que no se sepan algunas cosas que pasan, pero la verdad es imparable”. Esa posición exigía valentía, y Rolandi la exhibió en numerosos momentos sin hacer alarde de ella.
A fines de esa década se despidió de Canal 10 y partió a vivir nuevamente a Rosario. Su regreso a la provincia la llevó a Radio Universidad 94.7 FM, que ayer tuvo un día de luto, desde donde sus colegas las siguieron viendo como un faro a seguir. Es que ella fue una maestra sin cátedra, de esas docentes que enseñan constantemente (en su caso, cada vez que la luz roja del estudio se encendía y los micrófonos andaban), que predican con el ejemplo en su tarea cotidiana del día a día, un desafío enormemente difícil de cumplir y mucho más con la solvencia con que lo ejerció. “El periodismo se hace en la calle, metiendo los pies en el barro, no desde un escritorio. No se puede hablar de un basural sin estar presente, de la pobreza si no vas a las villas de emergencia; vayan a la calle, porque ahí está lo que le pasa a la gente”, aconsejaba, y decía que lo primero que había que tener “es una biblioteca, porque si no se leyó no se puede diferenciar lo bueno de lo malo, la mentira de lo verdadero”.
Sus colegas y sus seguidores tuvieron ayer el corazón en la mano toda la jornada. “Dedicó su vida a comunicar con transparencia, honestidad intelectual y mucho compromiso. Su análisis crítico de la realidad y su visión perspicaz marcaron un antes y un después en el periodismo local. Vivirás por siempre en el recuerdo de todos tus compañeros y en la memoria de tu querida audiencia”, la evocó Radio Universidad en su despedida. Pero la repercusión fue mucho más allá de lo institucional.
“Cálida, amorosa, profesional impecable. Siempre tan informada y tan comprometida. Una profesional muy culta y sensible, de esas que ya no quedan”, la recordó Federico Cerisola en las redes, mientras que Silvina Schliserman la definió como una profesional “comprometida contra toda injusticia”, una calificación justa y precisa. “Cada charla con vos era un nuevo aprendizaje”, sintetizó Antonia Romano. “Falleció mi querida amiga de tantos años, pionera de nuestra televisión, y conductora por años de Radio Universidad. Hermosa persona. Rogamos por su eterno descanso”, publicó el director teatral Ricardo Salim. “Vuela alto querida Silvia. gracias por ser la voz de muchos que no tienen voz”, aportó la médica sindicalista Adriana Bueno.
Emocionada, la periodista Carolina Ponce de León la calificó de “madre putativa en esta carrera; gracias por creer siempre en mí, por tu incondicionalidad como periodista, persona y amiga”, entre decenas de mensajes y sus fotos repetidas en sitios de internet, en una transversalidad de saludos que daba cuenta, en sí misma, de la formación universal de Rolandi y de su vínculo con todos los sectores.
Definitivamente tucumana, recordó alguna vez haber tenido ofrecimientos de trabajo en la Capital Federal, pero que nunca pensó dejar la provincia que le dio identidad y destino. Sufrió la distancia que tuvo en algunas oportunidades con el territorio natal, y cada regreso reforzaba su decisión de vivir y morir en el terruño. Reservada pero no secreta en su vida privada, se casó dos veces, sin haber experimentado la maternidad.
Entre sus coberturas memorables, ella siempre destacaba la tragedia de los estudiantes del Colegio Monserrat en el Cerro Sollunko, en el Perú, y la visita del papa Juan Pablo II (con emisión para todo el mundo y bendición personalizada); pero en el recuerdo popular están grabadas muchísimas más, junto a incisivas notas sin descanso a los protagonistas de cuatro décadas de Tucumán, sea en política, economía, cultura, arte o cualquier otra área, mostrando -con silenciosa humildad- una admirable formación en todos los campos. No por casualidad, su programa radial se llamaba “Palabra autorizada”.
No tenía dos caras, una para el público y otra en la intimidad: era íntegra al aire y en privado. Su compromiso con la ética le llevó a integrar el Foro de Periodismo Argentino (Fopea). “Para mí el periodismo es una de las formas de vivir, una forma de luchar por la verdad y el pluralismo”, sentenció Rolandi en una nota que -al revés de las miles que hizo- la tuvo como protagonista. Lo demostró hasta último momento y de ese modo honró la profesión.