La diferencia está en la “e”

La diferencia está en la “e”

El 9 de Julio es parte de la historia y para evitar algunas histerias deberíamos empezar a tener claro que no todo debe quedar reducido a ser vistos y visitados. Antes que la gesta independentista está la necesidad de inaugurar el gasoducto.

Hace un mes los peronistas del oficialismo ya habían dictado sentencia. No había dirigente del Frente de Todos o de Unión por la Patria que no confesara, en voz baja, que la elección ya estaba perdida.

La decisión de armar la fórmula Sergio Massa-Agustín Rossi les dio nuevos bríos a los desahuciados.

Empezaron a sentir que la dupla se mostraba competitiva. Pero también quedó claro que no había sido exactamente por los nombres ni por las estrategias elegidas.

La desestructuración de Juntos por el Cambio, su internismo permanente y descontrolado habían ayudado notablemente a renovar el entusiasmo en el peronismo.

En realidad, sólo una cuestión mantiene unidos a la gente de Pro, del radicalismo y de otras fuerzas opositoras: el antikirchnerismo. Si no fuera por ello, la coalición es muy factible que ya se hubiera desarmado y volado por el aire en mil pedazos.

No obstante estas ventajas dadas por sus rivales, la alegría oficialista es pasajera. Esta semana que no volverá nunca más, el ministro de Economía de la Nación empezó a ver los primeros nubarrones en el horizonte electoral. La tormenta trae vientos huracanados del Fondo Monetario Internacional.

El FMI no parece dispuesto a flexibilizar su exigencia devaluatoria de un 30 por ciento antes de las elecciones. Si eso llegara a ocurrir sería una bomba neutrónica para las expectativas electorales de Massa, que empieza a tomar conciencia de que el ministerio le sirvió para llegar a candidato. Para ser presidente haría falta mucho más.

El elegido de Cristina fue pragmático cuando sacó los yuanes para pagar al FMI, pero ahora pareciera que su pragmatismo puede ser su propio bumerán y, con él, se juega el futuro electoral de Unión por la Patria.

Massa, además de candidato presidencial y de ministro de Economía de la Nación, se ha convertido en un presidente virtual. Si Alberto Fernández ya venía devaluado por los maltratos de Cristina y de tantos otros, ahora directamente es un Presidente ausente.

No es el único problema de Massa porque su principal objetivo electoral lentamente ha perdido la centralidad que quisiera tener.

Aquellos que caminan por el Instituto Patria saben que la vicepresidenta quería que Axel Kiciloff fuera el candidato presidencial. Intuitivo y movido por los agoreros que daban por perdido el futuro, el gobernador bonaerense apostó por lo seguro e intentará volver a ser elegido para manejar las riendas de Buenos Aires.

Más allá del entusiasmo que significó la elección de la fórmula, los que dicen estar unidos por la patria empiezan a ver el camino empedrado hacia el poder. Su conformación fue más un acto de improvisación –una vez más- antes que un sesudo y analizado proyecto.

Hay un gallo que no pelea

Todos estos prolegómenos no pasan inadvertidos en la vida de los tucumanos. Massa sonríe y se saca fotos como si fuera un influencer obsesionado por hacer que en las redes sociales se imponga su candidatura presidencial. Ahora cualquier dirigente le viene bien para promocionarse.

El que no puede sonreír aunque lo intente denodadamente es el gobernador de la provincia.

Juan Manzur no se recupera. Como esos boxeadores que estuvieron al borde del nocaut, se refugia contra las cuerdas pero su andar por el ring es errático. Ni hablar de levantar las manos para dar pelea. Sus reflejos se han ralentizado. En el campo tucumano más de uno advertiría: “hay un gallo que no pelea”.

Manzur no se recupera y su entorno lo padece, pero más aún la política de gobierno es la que aparece con dudas. Concretamente, el conflicto del transporte urbano de pasajeros es una prueba muy clara de cómo el gobierno tucumano camina lerdo.

Tucumán no ha podido levantar el paro de los choferes. En otras circunstancias Manzur hubiera agotado todo tipo de instancias para no pasar el papelón de que los pobladores más necesitados no pudieran llevar a sus chicos a la escuela o que el viaje al trabajo les salga un poco más barato.

¿Poco para festejar?

Manzur, desde que asumió la titularidad del Poder Ejecutivo, ha hecho del 9 de Julio una fiesta. Sonreía y disfrutaba como un niño cortando tortas y caminando por la plaza Independencia entre la multitud. Esta vez la plaza se la copó el intendente Germán Alfaro, que además anoche estuvo en la Casa Histórica junto a su referente nacional Horacio Rodríguez Larreta.

A Manzur pareciera no importarle. Y, al mismo tiempo, como en esos juegos con piezas de dominó, las consecuencias también empiezan a descolocar al vicegobernador y gobernador electo.

Osvaldo Jaldo no termina de tener claro cuál es su rol. Y sufre viendo cómo se van desencadenando los acontecimientos. En tanto analiza si conviene o no hacer trueques de secretarios entre el Ejecutivo y el Legislativo, la provincia empieza a tener complicaciones inesperadas. Y, mientras estas cuestiones alteran los nervios, ya se han empezado a mover las fichas de las PASO.

Histeria e historia

La historia y la histeria no difieren sólo en una vocal. Al menos para gran parte de los argentinos. Sin entrar en pantanos psicoanalíticos, podríamos decir que en función de algunas histerias surge la pregunta de qué quieren de los demás. Algunos dirían que se desviven por aparecer y por agradar. No hay sustancia ni convicción que no se pueda trastornar a los fines de la aprobación y la admiración de los otros.

La historia es otra cosa. Por muchas ideas que se pongan sobre la mesa, la cuestión es saber lo que pasó y entender qué merece ser recordado para destacar lo bueno y no repetir lo malo.

El 9 de Julio es parte de la historia argentina y para evitar algunas histerias deberíamos empezar a tener claro que no todo debe quedar reducido a ser vistos –y visitados-.

Los tucumanos, aparentemente, necesitamos que se nos reconozca el papel histórico de nuestra provincia. Pero la histeria política se impone sobre la historia. Vendrán los que vengan y no vendrán los que no vengan por simple conveniencia, por el espectáculo, de luz y de sombras; poco y mucho.

Aquel 9 de julio de 1816 fue la coronación de un posicionamiento que Tucumán había conseguido por sus logros económicos, políticos y geoestratégicos. Cuando se creó el Virreinato del Río de la Plata nuestra provincia se transformó en un área de articulación del puerto de Buenos Aires con el rico enclave minero de Potosí. Se convirtió en un centro industrial y logístico que estaba a mitad de camino del puerto que abría sus brazos al océano Atlántico. La región tenía mucho peso. Hoy estamos un tanto escuálidos.

Desde lo político, la provincia acompañó, desde el inicio, el ideal independentista y jugó un rol clave en la guerra contra los españoles en pos de la emancipación.

Tucumán era importante en la vida económica y productiva del Virreinato. Se mantuvo hasta entrado el siglo XX como un centro comercial, productivo, cultural y turístico. Tuvo las ventajas de que dos presidentes fueran tucumanos y de que sus intervenciones le dieran centralidad a la provincia.

Hoy, en estos principios del siglo XXI, poco y nada queda de todo aquello. Actualmente parecemos una pálida sombra de aquel esplendor. Tanto es así que aquel desesperado intento de Carlos Menem para devolver protagonismo a Tucumán en épocas en la que crecía la figura de Antonio Bussi, hizo que la provincia fuera capital de la República en cada 9 de Julio. Hasta eso parece olvidado. Ni el rigor de la ley motiva a las autoridades de la Nación actualmente.

En este 9 de Julio antes que la gesta independentista está la necesidad de inaugurar el gasoducto Néstor Kirchner sin que se pueda entender la desesperación para utilizar esta fecha patria en esta movida casi electoralista de los que dicen estar unidos por la Patria.

No es la primera vez que la histeria proselitista se apodera de la historia. Antes de ser electo, Alberto Fernández se cansó de contar su proyecto de que en 24 provincias durante 24 meses iban a tener reuniones federales los ministros de la Nación. Se llegó a emocionar a los habitantes de Monteros, ciudad que había sido elegida para largar esta iniciativa que sólo tenía intenciones personales y no patrióticas.

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