Otra noción de patria

El 25 de Mayo, fecha en que se conmemora la formación del primero gobierno criollo en 1810 (y en que comienza a gestarse la emancipación de estas tierras que se cristalizará en la Declaración de la Independencia de 1816), pasó ayer en un contexto de manifiesta contradicción con el presente.

La histórica Plaza de Mayo fue escenario de una ceremonia multitudinaria, pero que no estuvo organizada por el Gobierno de la Nación para celebrar los 213 años de aquella hora celeste y blanca. El solar fue el teatro de un acto político, convocado por una agrupación, La Campora, pare recordar los 20 años de la asunción de Néstor Kirchner en la Presidencia del país. Es decir, primero los hombres “K”, después el movimiento oficialista, y al final la Patria. Esa inversión de principios operó como un prólogo de una jornada en la que la actualidad fue la antítesis de la Historia.

Otra noción de libertad

La Revolución de Mayo es el corolario de un proceso disparado por las invasiones napoleónicas. En 1808, Carlos IV y su hijo Fernando VII son obligados en Bayona, Francia, a abdicar sus derechos al trono de España en favor de Napoleón Bonaparte, quien consagrará rey a su hermano José. En mayo de 1810 llegan barcos desde Montevideo con las noticias de que ha sido disuelta la Junta de Sevilla. La autoridad del virrey, que entonces era Baltasar Hidalgo de Cisneros, emanaba de esa entidad.

En su libro “De la Revolución al fusilamiento de Liniers”, el abogado e ingeniero tucumano Juan Pablo Bustos Thames (presentó su obra el martes en la Casa Sucar) documenta que los revolucionarios tomaron como punto de partida para su causa el argumento de que, si las autoridades ordinarias y legítimas de la Península habían caducado, Buenos Aires tenía derecho a proveerse de su propio gobierno. Si no hay soberano en la metrópoli, entonces tampoco hay colonia.

El autor tucumano, precisamente, rescata dos fuentes respecto del discurso que dará Juan José Castelli en el Cabildo Abierto del 22 de Mayo de 1810 esgrimiendo esta postura. Por un lado, la que cita Bartolomé Mitre: “La España ha caducado en su poder para con la América; y con ella, las autoridades que son su emanación. Al pueblo corresponde reasumir la soberanía del monarca e instituir, en representación suya, un gobierno que vele por su seguridad”.

Por otro, la que brinda Vicente Fidel López. Según esta versión, dice Castelli: “Los americanos sabemos lo que queremos, lo que podemos, y a dónde vamos, aunque el señor obispo no lo sepa ni quiera seguirnos. Por lo tanto, señores, tratemos de resolver lo que nos conviene hacer ahora: no perdamos el tiempo. Yo propongo que se vote la siguiente proposición: ‘Que se subrogue otra autoridad a la del virrey, que dependerá de la metrópoli si esta se salva de los franceses, y que será independiente si España es subyugada”.

En todos estos casos, hay una situación concurrente: aunque se está gestando una revolución, el camino elegido es el de la legalidad. Y el de la razón como fuente primera del derecho. En eso, los hombres de Mayo también son jacobinos. Dice Juan Jacobo Rousseau en “El contrato social”: “En cuanto partícipe de la voluntad general, el hombre es, en efecto, soberano. En cuanto es dirigido, es súbdito. Pero es un súbdito libre, porque al obedecer la ley que él ha contribuido a crear, obedece a una voluntad que es también su auténtica voluntad: su deseo natural de justicia”.

En su célebre “Diccionario de Política”, Norberto Bobbio, Nicola Matteucci y Gianfranco Pasquino traducen, para mayor claridad: “Cuando el hombre y el pueblo no obedecen las leyes, deben ser obligados a hacerlo. Lo que para Rousseau significa obligarlos a ser libres”.

La historia de esta nación soberana, entonces, comienza a gestarse desde esas convicciones. La de que el tránsito hacia la emancipación empieza por dejar de ser súbditos de un rey para pasar a ser súbditos de las leyes: de las propias leyes. No puede nacer un pueblo a la libertad si no lo es ajustado a las normas que él mismo se provee. Vivir en el marco de la legalidad es vivir en libertad. Y eso mismo es también hacer justicia. Libertad, legalidad y justicia son, entonces, un sistema.

Otra noción de justicia

Ayer también se habló de Justicia en la Plaza de Mayo. Pero no en términos patrióticos, históricos ni -siquiera- jacobinos. Se habló de justicia en los términos de Cristina Fernández de Kirchner. Y esos términos no fueron sino denostaciones. La primera ciudadana de este país que es condenada por un delito de corrupción en ejercicio del cargo de Vicepresidenta de la Nación (fue hallada culpable, en primera instancia, del delito de administración fraudulenta en la causa “Vialidad”) reclamó la destitución de los miembros de la Corte Suprema de Justicia de la Argentina. Pero no lo hizo con argumentos, sino con insultos. Cuando debía invocar razones, sus oraciones quedaban incompletas.

La transcripción de ese tramo discurso es la siguiente: “Quiero decirles también, finalmente, que es necesaria una renovación de ese pacto democrático y volver a darle al país un Poder Judicial que se ha evaporado entre las tramoyas de una camarilla indigna para la historia de la Argentina. Miren: cuando Néstor llegó al Gobierno, lo amenazaron con la dolarización. Me acuerdo (fue) el presidente de la entonces Corte de Justicia. Debo decir que es increíble, pero si alguien me hubiera dicho que yo iba a decir esto en algún momento lo hubiera negado enfáticamente, no lo podría haber admitido, pero créanme que aquella Corte, a la que Néstor pidió formalmente que se le hiciera juicio político, al lado de este mamarracho que tenemos hoy, verdadero mamarracho indigno… Nunca se escucharon ni se vieron las cosas, nunca se dijo de ningún miembro de la Corte Suprema de la Nación las cosas que se saben y que nos enteramos todos los días. Por favor. No importa si es un jurista de una u otra orientación, pero por favor los argentinos se merecen volver a tener una Corte Suprema de Justicia que sea llamada como tal sin ponerse colorados. Por favor se los pido a todos los partidos políticos de la República Argentina. Es la imagen del país también”.

Aquello que supuestamente se dice, se sabe y se ve de los miembros de uno de los tres poderes de la república nunca llega a ser precisado. Los agravios, en cambio, están completos.

Otra noción de paz

En la versión de Vicente Fidel López (es hijo de Vicente López y Planes, autor del Himno Nacional, y testigo presencial de la gesta de Mayo) sobre el discurso de Castelli, el “orador de la Revolución” está refutando a un prelado de la Iglesia Católica. Es, en concreto, el obispo Bautista Lué y Riega.

Bustos Thames recupera la argumentación del purpurado en el Cabildo Abierto del 22 de Mayo de 1810. Se trata de un discurso profundamente antirrevolucionario. “Mientras existiese en España un pedazo de tierra mandado por españoles, ese pedazo de tierra debía mandar a las Américas; y mientras existiese un solo español en las Américas, ese español debía mandar a los americanos”, es el planteo central del religioso, en la versión de Mitre.

Dos siglos después, en el tedeum rezado ayer, el cardenal Mario Aurelio Poli, abogó por la patria. Y dejó en claro que no hay patria si no hay justicia. En la catedral de la ciudad Buenos Aires, el prelado pidió que en la Argentina “la prudencia de sus autoridades y la honestidad de sus ciudadanos robustezcan la concordia y la justicia y podamos vivir en paz y prosperidad”. El corolario de su sermón fue: “la Justicia es la única garantía de una paz sólida y duradera”.

En los orígenes de la patria, los criollos invocaban razones de justicia para emanciparse, mientras la Iglesia pedía sumisión. Hoy ocurre todo lo contrario.

Otra noción de Mayo

“De la Revolución al fusilamiento de Liniers” precisa que en el mencionado Cabildo Abierto del 22 de Mayo de 1810 “tres partidos se encontraron frente a frente”. Mitre los caracteriza como “el partido metropolitano”, que proponía la continuidad del virrey. “El partido conciliador”, que no renegaba de la formación de un gobierno provisorio, pero “dependiente siempre de la autoridad suprema de la península. Y “el partido patriota”, que buscaba el cese del virrey para formar un gobierno propio.

¿Por qué triunfan los patriotas si, enfrente, los otros dos partidos no quieren lo mismo? Porque el virrey ya no resulta confiable. Bustos Thames reconstruye que, meses antes de la Revolución de Mayo, el 22 de septiembre de 1809, Baltasar Hidalgo de Cisneros dicta una proclama, plena en elogios a los habitantes de Buenos Aires, por la cual perdona a quienes el 1 de enero de ese año habían intentado destituir a Santiago de Liniers. Más aún: rehabilita los cuerpos de “vizcaínos, catalanes y gallegos”, que habían estado del lado de los rebeldes. La decisión era adoptada por el mismo hombre que había hecho lo contrario contra las revueltas de Chuquisaca y de La Paz. En el primer caso, con encarcelamientos a mansalva. En el segundo, con garrote, horca y degüellos. Los masacrados eran familiares, amigos o ex compañeros de estudio de los criollos de Buenos Aires.

Este será un punto de inflexión en 1810. ¿Por qué mantener como autoridad a un hombre que dice una cosa, pero hace otra? Ese argumento no es jurídico, sino eminentemente político. Es el razonamiento de una sociedad que ya no está compuesta por “vecinos”, sino por “ciudadanos”.

La falta de credibilidad del virrey terminará siendo no una razón suficiente, pero sí una causa eficiente del final de su gobierno.

Cualquier parecido entre la Revolución de Mayo argentina y la Argentina de mayo de 2023 parece, por estas horas, pura coincidencia.

Comentarios