

¿Quién que sea mayor de 60 años no tuvo o conoció a alguien apodado “Vaca”, “Vaca loca”, “Morcilla”, “Morcilla con ojos”, “Churrasco”, “Puchero”, “Chori” y muchos otros similares? Creo que casi todos nosotros conocimos a alguien con esos apodos ya desaparecidos. Ahora bien, si nos preguntamos de dónde salía la imaginación pueblerina para poner a sus semejantes esos apodos, veremos que la respuesta es obvia: porque comíamos carne de vaca. En la actualidad, al comer asado solamente cuando nos invitan, y al tener la parrilla herrumbrada en el fondo de la casa, no esperemos encontrar a alguien con ese apodo. Es más, hay chicos que nunca vieron una vaca. La conocen solamente en fotos o dibujitos. Y mientras la inflación siga creciendo, menos posibilidades tendremos de hacerles conocer el sabor del asado, por ejemplo, que es la comida principal y de la que presumimos los argentinos de ser los más grandes productores y consumidores. El pobrerío (en el que me incluyo) hace más de dos años que no hace un asado en su casa. Muchos de nosotros hemos olvidado el sabor de la carne asada y hasta nuestros perros no reconocen el origen del humo de la misma cuando algún vecino agraciado la prepara. Ahora que nos visitó el Nuncio Apostólico, me gustaría que le hiciera leer esta carta al Papa para que sepa que los domingos, en nuestro país, ya no son como eran antes, cuando él partió hacia Roma. Que ahora comen carne solamente los que tienen plata de sobra y los que colaboran en una cooperativa familiar, llevando cada uno su mísera parte de consumo para aumentar en el asador de modo que alcance para todos. Los jóvenes van al supermercado y no distinguen una parte de otra de la carne vacuna que les venden, en tanto miran y suspiran solamente. Y los veteranos como yo nos consolamos con haber aprendido a distinguir con el paso de los años, entre el gusto de la carne de vaca y el de los caramelos “Mú mú”. Ojalá Francisco pueda ayudarnos de alguna manera.
Daniel Chavez
chavezdaniel04@gmail.com







