La victoria de los “solotildistas” confirma la maravilla de la lengua

La Real Academia Española indultó a “sólo” después de haber intentado eliminarlo durante 13 años. El renacimiento fue festejado como un triunfo de la creación literaria ante la técnica filológica. La tilde regresa al adverbio para despejar el riesgo de ambigüedad en enunciados donde puede ser confundido con un adjetivo como “comeré solo unas empanadas”

Las redes sociales festejaron al son de plumas combativas como la del escritor Arturo Pérez-Reverte (foto). El director de la Real Academia Española (RAE), Antonio Muñoz Machado, tuvo que convocar al periodismo y dar explicaciones. Hubo polémica y, al fin, “sólo” volvió del destierro a comienzos de este mes con un ruidaje pocas veces oído en una discusión de esta naturaleza. ¿Qué quedó cuando se desvanecieron los humos del triunfo de los “solotildistas”? La confirmación de que no hay con qué darle: la lengua no cambia por el dictamen de unos pocos, por más ilustrados que sean, sino por la decisión de una mayoría nítida de sus hablantes.

Después de 13 años de tratar de imponer la regla ortográfica que simplificaba y unificaba la escritura del vocablo sin acento gráfico, la RAE aceptó que aquello no había calado y rehabilitó la rayita oblicua sobre la primera “o” para la función adverbial, cuando “sólo” modifica al verbo con el valor de “únicamente” o de “solamente”. Esta tilde se llama diacrítica porque su función es diferenciar palabras, como ocurre con el adverbio “más” y la conjunción “mas”. En el supuesto de “solo” procede cuando, a juicio de quien escribe, sea necesario evitar la confusión con el adjetivo que califica al sujeto que está sin compañía o en soledad. Esa ambigüedad podía darse en oraciones como “comeré solo unas empanadas” en la medida de que tal información podía resultar insuficiente para determinar si el “yo” en cuestión iba a comer a solas o si, estando con otros y existiendo un menú más amplio, pretendía concentrarse en el manjar tucumano.

El indulto académico a “sólo” parece una minucia, pero su repercusión ratificó que, si bien la lengua cambia en forma permanente por la obra colectiva de sus usuarios, suele ser infructuoso tratar de cambiarla, incluso con las mejores intenciones (como la economía, o la necesidad de adaptar a “sólo” a la norma general de que las palabras graves llevan tilde cuando no terminan en “n”, “s” o vocal -“árbol”, “lápiz”, “mártir”, “caries”, “cama”, etcétera-). Si bien hacia 2009 la RAE había advertido una tendencia a emplear “solo” sin acento gráfico para todas sus funciones sintácticas, lo cierto es que esa corriente no terminó por cuajar en una conducta generalizada. Y, por el contrario, el “antitildismo” atribuido a los defensores de la lexicografía generó que más y más hablantes se aferraran a “sólo”, sin importar lo que la academia argumentara para prohibirlo.

La rebelión fue creciendo alimentada en buena parte por los representantes de la creación literaria. Desde su sillón en la RAE, Pérez-Reverte abogó con la pasión que insufla a sus personajes de ficción por un retorno a la ortografía previa a 2010, cuando “sólo” estaba admitido para distinguir su faceta adverbial. Hay que decir que puso su ingenio al servicio del “solotildismo” cuando el 13 de junio de 2020 tuiteó: “lo dije no sólo una vez y no lo dije solo. Sólo uso la tilde cuando estoy solo, pero sólo para sentirme menos solo. Considere que el hombre solo habla con Dios y el acompañado sólo con quien lo acompaña. Ahora, escriba sin tildes esa chorrada (macana) que acabo de escribir. Y descifre”.

El habla manda

En la Argentina también hubo estudiosos del idioma que permanecieron ajenos a la exclusión de “sólo”, como si la ortografía no hubiera cambiado. Entre quienes siguieron colocando la tilde diacrítica para identificar al adverbio está María Eduarda Mirande, académica correspondiente de la Academia Argentina de Letras. “La modificación (dispuesta en 2010) fue un retroceso”, opinó durante una conversación telefónica la doctora especializada en literatura española medieval, y en poesía de tradición oral y literatura de Jujuy. Mirande dijo que esta controversia propia de caballeros andantes la había hecho pensar en el origen de la lengua y llevado a repasar las reflexiones sobre la escritura del experto en semiótica jujeño Raúl Dorra, uno de sus maestros. En conclusión, la académica observó que así como en el lenguaje oral se enfatizaba la pronunciación de la primera sílaba de “solo” para marcar el adverbio, en el lenguaje escrito se debía seguir la misma senda.

“Mi razonamiento es el siguiente: la escritura es básicamente una tecnología al servicio de la materia fónica que permitió el avance de la ciencia y del pensamiento. Todo el aparato intelectual del mundo griego, por ejemplo, nos llega gracias en gran parte a que sus paradigmas han sido escritos. La escritura permite el análisis de la palabra oralizada, que es evanescente y huidiza”, meditó. Mirande añadió: “pienso en el enunciado ‘voy solo al concierto’. La lengua oral pone énfasis en el ‘solo’ para comunicar que se va únicamente al concierto y evitar la interpretación de que se va sin compañía. Si la palabra oralizada marca un énfasis para desambiguar el sentido adjetivo-adverbio, ¿por qué la escritura, que ha ido refinándose como aparato tecnológico, no iba a respetar esa diferencia?”.

Quitar la tilde a “sólo”, o dejar su significado librado al contexto o a la voluntad del usuario es como quitarle precisión a la herramienta que registra la expresión del pensamiento, según la especialista tucumana afincada en Jujuy. “Me parece insensato prescindir del uso de la tilde en los casos en los que el discurso escrito necesita precisión para no caer en espacios de ambigüedad”, apuntó. Para Mirande la clave es que la oralidad es lo primero, y que, detrás de ella, vienen las gramáticas y los diccionarios: “lo que sorprende es que esas obras piensan sólo en la lengua escrita y no a esta como una tecnología ligada con la palabra hablada, que ha de transcribir fielmente el énfasis de la pronunciación que diferencia al adverbio del adjetivo. Considerar que la tilde no hace falta es otorgarle a la lengua escrita una autonomía que no tiene respecto de la oralidad”.

La tentación según Wilde

El rescate de “sólo” dejó heridos, aunque Muñoz Machado, máxima autoridad de la RAE, haya asegurado en una rueda de prensa celebrada en Madrid para rendir cuentas sobre la rectificación que “nadie ha dado su brazo a torcer ni hay vencedores, por más que algunas comunicaciones públicas aparenten otra cosa”. Esa afirmación no suprime la exposición del malestar de Pérez-Reverte para con el servicio RAE Informa que el 3 de marzo comunicó que, en realidad, “no había nada nuevo” porque quedaba abierta la posibilidad de no tildar nunca el adverbio si a juicio del escribiente no había ambigüedad con el adjetivo o esta no se podía justificar. “Lamento decir que, dirigida por un académico ‘antitildista’ (Salvador Gutiérrez Ordóñez), RAE Informa está dando información sesgada e inexacta”, acusó el autor.

La pelotera obligó a la institución que “limpia, fija y da esplendor” al castellano a corregir una primera gacetilla oficial en la que restaba importancia a la reincorporación de “sólo”. En la segunda versión, la RAE manifestó que se ha aprobado un cambio de redacción de la norma que la hace más clara y que se publicará en el Diccionario Panhispánico de Dudas. Pero no son pocos los que ven en la euforia de los “solotildistas” un motivo de inquietud hacia el futuro. Javier Rodríguez Marcos, prestigioso periodista de cultura del diario El País, firmó una columna en la que advirtió: “Juan Ramón (Jiménez) escribía ‘antolojía’ y (Gabriel) García Márquez propuso eliminar las haches. En cuestiones de ortografía es mejor escuchar a los lingüistas (que argumentan a favor de ‘solo’ sin tilde) que a los escritores. No es lo mismo poder que autoridad”.

Dicho de otro modo, ¡cuidado con la manipulación de las masas! Pedro Luis Barcia, ex presidente de la Academia Argentina de Letras en el período 2001-2013, pronosticó que las vicisitudes del “solo-sólo” van a seguir discutiéndose largamente. En un contacto breve, Barcia manifestó: “si el contexto lo permite no hay por qué usar la tilde. Pero de estos asuntos ya no me intereso: estoy trabajando en Rubén Darío y en un ensayo sobre la identidad de los argentinos. Este último es un tema de locos, pero me atrajo. Puedo evitar todo menos la tentación, como dice Oscar Wilde”. Haya o no paz entre “antitildistas” y “solotildistas”, nadie podrá nunca permanecer indiferente ante esa maravilla democrática que es la lengua.

Los cambios

Cómo quedó “sólo-solo”

En el caso del adverbio (sinónimo de “únicamente”), hay que escribirlo sin tilde en contextos en los que su empleo no entrañe riesgo de ambigüedad. Será optativo tildar (“sólo”) cuando, a juicio del que escribe, su uso entrañe riesgo de ambigüedad. El adjetivo nunca lleva tilde. El cambio dispuesto por la Real Academia Española (RAE) ha sido aprobado por las 23 instituciones que forman la Asociación de Academias de la Lengua Española.

Otra corrección

La RAE corrigió además la posibilidad de escribir con tilde los demostrativos “éste”, “ése” y “aquél” con idéntica argumentación aplicada a “sólo-solo”, para que sea obligatorio escribirlos sin tilde cuando no haya riesgo de ambigüedad y resulte optativo acentuarlos en contextos en los que, a juicio del que escribe, sí exista tal peligro.

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