Cartas de lectores III: Holocausto

Cartas de lectores III: Holocausto

19 Marzo 2023

El lector Arturo Garvich en su carta “Holocausto” (17/03), en uno de sus párrafos arguye “que los Incas, a diferencia de los Aztecas, no practicaban sacrificios humanos -como pretende el lector-”. Sólo me referiré a este punto en especial, ya que en ninguna parte de mi misiva (“Holocausto”, 03/03), lo pretendo, reproduzco o pongo de manifiesto. El Museo de Arqueología de Alta Montaña, en Salta, resguarda a los niños de Llullaillaco, el descubrimiento arqueológico contemporáneo más trascendente, ya que data de más de 500 años, en pleno esplendor del estado Inca, y previo a que llegaran los españoles a las Américas. Según historiadores e investigadores, los incaicos practicaban la “capacocha”, por la cual sacrificaban a niñas y niños en las cumbres más altas de su Imperio, y de ese modo, sin ningún asidero razonable, verosímil y menos científico, evitar las catástrofes naturales y lograr mejores cosechas, como asimismo para honrar la muerte de algún gobernante Inca. De estos sacrificios, en los que “preparaban” a los niño/as que elegían suministrándoles hojas de coca y alcohol, se cree que con chicha durante meses, y los dejaban, sabiendo el inevitable desenlace y luego de largas y extenuantes caminatas, en la cima de una montaña o de un volcán de gran altura, por lo que existen actualmente decenas de humanos momificados como pruebas o vestigios de dichas prácticas. Estos rituales repudiables, que no fueron muy frecuentes en esa cultura, eran parte de una necesidad de unificación, y los sacerdotes encargados de tal fin requerían y obtenían las “ofrendas” de todo el Imperio aludido, y recompensaban a sus familias con funciones o bienes materiales significativos. Por lo expuesto, y destacando independientemente la sabiduría y adelanto de la población Inca, se resalta y deduce que no sólo los Aztecas tenían estas modalidades atroces, aunque sí eran más feroces en ellas. Con lo expresado, y enviando mis saludos al erudito lector Garvich, doy por finalizado este intercambio epistolar, con la convicción que resulta bueno disentir o discrepar de modo afable, y que de todo y de todos, aprendemos un poquito más.

Ramón Alfredo Maldones

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