“Gaslight” (“Luz de gas”, también traducido como “La luz que agoniza”) es el título de una película clásica de Hollywood de 1944, basada en una obra de teatro de Patrick Hamilton. El argumento gira en torno de Paula y Gregory, una pareja de recién casados -interpretada por Ingrid Bergman y Charles Boyer- que se van a vivir a la casa de una tía recientemente fallecida. Gregory cambia de lugar ciertos objetos del entorno e insiste en que su mujer es la responsable de estos movimientos, aunque ella no se acuerde.
También disminuye la luz de gas y le hace creer que el fuego sigue brillando con la misma intensidad. Todo esto, sumado a los extraños ruidos provenientes del ático que Paula comienza a escuchar por las noches cuando piensa que su marido ha salido -no sabe que es él buscando un supuesto tesoro escondido-, terminan por hacerla creer que se ha vuelto loca.
De aquí proviene el término “gaslighting”, actualmente utilizado en la literatura clínica para designar un tipo sutil de abuso psicológico. Consiste en descalificar sistemáticamente la percepción del otro hasta llevarlo a dudar de su propio criterio y de su memoria, generándole ansiedad, angustia y confusión. Este manejo por lo general se da en parejas, aunque también ocurre en relaciones familiares, laborales, de amistad.
“No es para tanto”, “calmate”, “estás confundida”, “vos siempre a la defensiva”, “¡estás loca!”, “sos muy sensible”, “te estás imaginando cosas”, “¡es una broma!”, “no fue así”, “¡qué exagerada!” son algunas de las típicas frases de estos manipuladores, que se erigen como los dueños absolutos de la verdad, según les convenga. Es tal su habilidad que la persona abusada no ve otra salida que acatar la realidad que le imponen, acallando la suya propia, por no encontrar evidencias para defenderla. ¿Los resultados? Sentimientos de inferioridad, tristeza crónica, inseguridad, dependencia y sumisión respecto del otro. El impacto se ve también en las redes de contención, ya que la persona que lo sufre con frecuencia se aísla de sus seres queridos (lo cual beneficia al gaslighter allanándole el camino para ejercer un mayor control).
Red flags
Robin Stern, psicóloga estadounidense de la Universidad de Yale y autora del libro “The Gaslight Effect”, consigna una lista de 10 signos que indican que se está sufriendo este abuso:
1- Te cuestionas tus ideas o acciones constantemente.
2- Te preguntas si eres demasiado sensible muchas veces al día.
3- Siempre estás pidiendo disculpas: a tus padres, a tu pareja, a tu jefe.
4- Te reprochas por qué no eres feliz, si aparentemente están pasando tantas cosas buenas en tu vida.
5- Con frecuencia ofreces excusas a tus familiares o amigos por el comportamiento de tu pareja.
6- Te ves a ti mismo/a reteniendo u ocultando información para no tener que explicar o dar excusas a parejas o amigos.
7- Empiezas a mentir para evitar que te cambien de realidad.
8- Te cuesta tomar decisiones, incluso aquellas simples.
9- Sientes que no puedes hacer nada bien.
10- Muy seguido tienes dudas de si estás siendo lo suficientemente buena hija/o, amigo/a, empleada/o, novio/a.
De más está decir que cortar este patrón vincular puede resultar muy difícil. Porque no es algo evidente de entrada, sino un proceso paulatino. Además, los que manipulan son también encantadores cuando quieren y maestros en dar vueltas las cosas. Es aconsejable entonces -aunque no sea el único recurso- la consulta con un psicólogo o profesional de la salud mental, para recuperar un espacio de verdadera escucha… y empezar sanar.








