En primera persona, educar desde la igualdad

En primera persona, educar desde la igualdad

Escribo esta reflexión desde mi lugar de madre. Ese rol me interpela desde que mis hijos (un varón y una mujer) llegaron a nuestras vidas.

La maternidad, a la que vivo con enorme gratitud, ha logrado que en el microclima familiar ensayemos, mejoremos, charlemos y definamos nuestro aporte a la sociedad. Una sociedad que creemos, como familia, debe ser menos violenta (no solo con las mujeres), más empática y comprometida. Yo me he propuesto educar desde la igualdad. Aún hoy, en épocas de feminismo y luchas sociales por los derechos de las mujeres, hay una paridad real todavía, lejana. Mis hijos vivirán en otro mundo, quizá más evolucionado en ese aspecto. Mientras tanto, la tarea es nuestra.

Como madre, he tenido que mediar muchas veces en las discusiones entre mis hijos. Y he necesitado enseñar, para que lo sepan desde pequeños, que el respeto debe ser recíproco (y como padres, dar el ejemplo).

Hablarles con educación, escucharlos con atención y ponerles límites, también con firmeza marcando pautas en su crecimiento. Porque el desafío no es solo criar niñas libres, sino varones sensibles, con todo lo que esa palabra implica. Sensibles al dolor del amigo, de la hermana o su madre, sensible a las injusticias y responsables del entorno del cual forman parte.

Hace poco leí una frase que me dejó pensando: “Es más fácil criar niñas fuertes que recuperar mujeres rotas”. Y se lo pregunté a mi terapeuta. Me contó que casi el cien por ciento de las mujeres adultas que visitan su consultorio, arrastran historias de desigualdades y varias han sufrido abusos (laborales, sexuales, familiares). Muchas llegan violentadas, golpeadas y maltratadas. En un alto porcentaje, tienen vidas que no eligieron, porque no se animaron a decir que no. Poner límites, les es todavía muy difícil y necesitan ayuda psicológica para sobreponerse. Hemos crecido, salvo honrosas excepciones, creyendo que nos prefieren “dulces y obedientes”. Pero, son casualmente esas mujeres rotas, las que probaron que pueden rearmarse, las únicas capaces de enseñar a sus hijas a ser independientes y a elegir por deseo, no por necesidad.

Recuperarnos de historias amargas, es más caro, en todos los sentidos, pero un camino desafiante para recorrer.

Me reconforta escuchar a mi hija gritar “¡No quiero!”. Lo hace sin miedos. Puede hacerlo en su casa. Mañana podrá contra el mundo.

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