

Ha pasado el 24 de febrero, y un sólido -y sórdido- silencio se dejó escuchar en el llamado “peronismo” que gobierna nuestra provincia y el país. Ninguno, pero ninguno, de sus presuntos representantes (al menos según los medios) ha emitido palabra alguna en homenaje al profundo y revolucionario significado de esa fecha, atesorada en el corazón de los peronistas. Porque en ese glorioso día, en 1946, el pueblo argentino, expresado en el modesto Partido Laborista y en su conductor, candidato a presidente de la Nación, el entonces coronel Juan Domingo Perón, derrotaba en las urnas, contra todo pronóstico, a la poderosa Unión Democrática, recuperando su protagonismo histórico del que fuera despojado por el golpe contra Yrigoyen, en 1930, y poniendo fin a la tenebrosa Década Infame que reinstalara el poder oligárquico-anglosajón y profundizara la dependencia del país y la miseria de los argentinos; no en vano el vicepresidente de Perón sería Hortensio Quijano, radical aún comprometido con sus tradiciones yrigoyenistas. Derrotaba a la Unión Democrática, alianza electoral de todas las fuerzas políticas, de “derecha” y de “izquierda”, responsables de la dependencia y el atraso que padecía el país todo. Estaba conformada por el Partido Radical, el Conservador, el Socialista, el Demócrata Progresista y el Comunista, y lo peor, era auspiciada y sostenida por el Departamento de Estado yanqui y su embajador Spruille Braden, la Sociedad Rural, dos diarios nacionales, sectores del empresariado (que financiarían, años después, el fracasado golpe del general Menéndez y el bombardeo de Plaza de Mayo), hasta Vittorio Codovilla, en nombre del estalinismo soviético. La consigna central del laborismo sería “Braden o Perón”, precisando la de Forja, de Jauretche y Scalabrini, “Patria sí, colonia no”, tal era la trascendencia histórica de esas elecciones y la naturaleza de nuestra, aún vigente, dependencia. Así comenzaría la más grande revolución nacional de Iberoamérica que desarrollaría el país y pondría bases para la felicidad de los argentinos, por una década. Cuando este extraordinario proceso político, afincado en el alma del pueblo, soportando proscripciones, fusilamientos, cárceles y persecuciones, mostró que, pese a todo, era invencible en las urnas, surgieron armas de destrucción internas, llámense liberalismo menemista o “progresismo gramsciano” kirchnerista, sumándose al sostenido avance de la corrupción, el clientelismo y el nepotismo, que vaciaron de su legítimo contenido al Movimiento Peronista para hacerlo servir a los intereses de sus enemigos. De ahí, este silencio, este vergonzoso silencio. Que no se olviden de la advertencia del General: “cuando los pueblos agotan su paciencia, hacen tronar el escarmiento”.
Arturo Arroyo
amarroyo@hotmail.com







