¿En manos de quiénes estamos?

¿En manos de quiénes estamos?

Los Simpson son como las máximas de Groucho Marx: siempre hay alguna a mano y explican el cambalache mejor que cualquier catedrático. Así que de repente se le corta la luz a más de 20 millones de argentinos y lo que inunda el ciberespacio son los memes de Homero agarrándose la cabeza en la central nuclear de Springfield. Magnífica -y terrorífica- manera de recordarnos que para provocar un colapso energético no se requiere tanta ciencia y que no hay backups capaces de salvar el sistema. Así que mientras el Gobierno denuncia un sabotaje, la oposición se hace un picnic y las víctimas del apagón no entienden nada, más allá de que “se cayó Atucha”, seguramente alguien mira todo esto desde una perspectiva diferente. Habrá que preguntarle a ChatGPT qué opina del tema y la respuesta, que nadie lo dude, será de lo más pesimista, porque si en algo se especializan las inteligencias artificiales es en contarles las costillas a su creador. No falta tanto para que ChatGPT o algo por el estilo decida hacerse cargo de las cosas, advertido de la incompetencia reinante. En fin, todavía no estamos al tanto de los niveles de paranoia que puede desarrollar una IA, pero hay tanta literatura dedicada al tema que sabemos cómo suele comenzar una buena distopía.

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Pero convengamos en que la imaginación tiene un techo y no precisamente de cristal. Se llama realidad. Los tejedores de metáforas sucumben entonces, rendidos, al blackout del 1 de marzo. Porque se apagó la luz, sí, pero antes se habían apagado las ideas. Habló el Presidente, habló el Gobernador, habló el Intendente, y así desde el Jefe de Gobierno porteño al resto de mandatarios y alcaldes generosamente repartidos por la geografía nacional. Toda gente que se puso seria y dedicó su tiempo a leer discursos enlazados por el común denominador de la ciencia ficción. Para Alberto, para Manzur, para Alfaro, para Rodríguez Larreta -y siguen las firmas- su gestión responde a estándares escandinavos o canadienses. Y si algo malo percibe la ciudadanía, bueno, la culpa es de los demás. En el Congreso nacional el espectáculo fue particularmente patético, de uno y otro lado del mostrador. Si al mamotreto que leyó Alberto le faltaron ideas, lo mismo puede decirse del “análisis” opositor. Tal vez Atucha no se cayó, sino que se contagió de la mediocridad reinante y decidió desconectarse, al menos por un rato. ¿Quién no anhela bajar el switch y tumbarse en la hamaca paraguaya cuando comprueba, una vez más, que estamos en manos de funcionarios ineptos y de diputrolls?

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Correspondería decir que “División Palermo” “causó furor en Netflix”, pero ya todo causa furores instantáneos y olvidables en el streaming y el resto del ciberespacio, así que mejor dejar en paz la palabrita. Pero “División Palermo” es muy buena, sobre todo cuando trabaja esclareciendo hipocresías. En este caso es la creación de un grupo “inclusivo” de guardias urbanos, más bien una operación de marketing que intenta disfrazar la carencia de políticas de Estado en áreas por demás sensibles. Los discursos leídos el miércoles ladraron, movieron la cola y saludaron extendiendo la patita. Puro marketing, tan reconocible como esos afiches photoshopeados para realzar cada discapacidad de los protagonistas de “División Palermo”. En esa sucesión de puestas en escena, en las que cada mandatario oficia de panóptico, acompañadas de las parrafadas mercadotécnicas de ocasión (“gestos políticos” hasta les dicen) no hay lugar paras las ideas. No puede haberlas; semejante disrupción resultaría imperdonable. Implicaría iluminar un poco la penumbra, esa zona de confort tan tentadora en la que, como decían Les Luthiers, el que piensa... pierde.

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“Dicen que el corte va a durar 48 horas”. “Parece que Atucha está en serio riesgo”. “Cuentan que los supermercados van a cerrar por el temor a los saqueos”.

Dicen, parece, cuentan... Ya nos resignamos a vivir en un fatídico día de la marmota armado a base de fake news. Nada sorprende, mucho menos la compulsión de conciudadanos teóricamente pensantes que viralizan pavadas como si de un deber patriótico se tratara. El apagón generó un festín de noticias falsas, teñidas de paso por el éxito de “The last of us”. No será un hongo lo que exterminará a la humanidad, pero sí un corte de luz lo que sembrará a la Argentina de una apocalíptica devastación. Hacía ahí voló entonces el show de las redes sociales. Mucha gente se imaginó como la versión criolla de Joel y/o Ellie, surcando nuestros cerros y pampas en procura de un poco de luz. Y eso que el pánico tangible y angustiante -un corte tan prolongado que se agoten las baterías de los celulares y no haya forma de conectarse- todavía no se produjo. Ahí nos quiero ver.

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Con cada corte de luz más o menos importante se reproduce la historia de Ticino, pueblito cordobés de 3.000 habitantes que genera su propia energía y por eso sale indemne de los apagones. La planta de Ticino emplea cáscara de maní para funcionar y opera como backup apenas la red principal se viene abajo. El tema no es la cáscara de maní -ni el cálculo de cuánto se necesitaría para iluminar una ciudad de un millón de habitantes- sino la importancia de trabajar sobre energías alternativas. Lo que dejan en claro episodios como el del miércoles es que no hay plan B o C (sumado al hecho de que la otra central de Atucha está fuera de servicio por reparaciones). Al sistema interconectado nacional le falló el sistema, en este caso a causa de un incendio, debacle que habría pasado inadvertida si cada distrito contara con su propio plan B capaz de capear momentáneamente el blackout. Estas, claro, son políticas de Estado. La Argentina de hoy (y la de ayer, y la de antes de ayer) no está para tamañas sofisticaciones.

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¿Quién dirige? ¿Quién controla? ¿Quién manda? ¿Quién opera? Son cuestionamientos de lo más inquietantes, que podrían extenderse, por ejemplo, a ¿en qué están pensando? Y de nuevo, ¿en manos de quiénes estamos?, pregunta que se vuelve un bumerán porque obliga a un ejercicio de honestidad brutal derivado en lo inapelable: ¿en manos de quiénes nos pusimos, a caballo de nuestra indiferencia, de nuestra pereza, de nuestra falta de compromiso? A este paso, cuando al discurso de apertura de sesiones lo brinde ChatGPT, que nadie se queje.

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