Máscaras y caretas del carnaval político tucumano

Máscaras y caretas del carnaval político tucumano

Estado de agitación, inquietud o zozobra del ánimo. Esa es la primera acepción que la Real Academia Española al significado de la palabra ansiedad. Y es eso lo que padecen varios políticos tucumanos a menos de tres meses de las elecciones provinciales del 14 de mayo. El carnaval político se ha desatado y no de la mejor manera. Los que parecen tranquilos se convierten en demonios. Los que mostraban ideología se sacaron la máscara para permanecer en el poder. Los que hoy tienen poder, mañana estarán en otro lugar y, en el peor de los casos, en el llano, remándola hasta la próxima elección. Nadie quiere ese destino. La oferta electoral supera holgadamente a los cargos en disputa. La batalla es general. En todos los frentes. Un conflicto de todos contra todos. Entre el oficialismo y la oposición. Y también puertas adentro de cada espacio, porque todo parece indicar que en cada coalición hay más caciques que indios y que estos últimos están dispuestos a escalar, como sea, a posiciones más visibles en el teatro de operaciones electorales.

En la comparsa oficialista todo gira alrededor de sus máximos referentes. El regreso de Juan Manzur a la gobernación se ha dado de una manera más anticipada de la que se preveía. Fue una suerte de inducción a la que se montó el Presidente de la Nación, Alberto Fernández, al darle las gracias por los servicios prestados hace algunos días en Los Nogales. Sólo Manzur sabe el motivo de haber lanzado que sería el jefe de campaña del Frente de Todos en Tucumán, un mensaje que el jefe de Estado tuvo que aceptar y evitar un debate mayor entre ambos para establecer el tiempo de la sucesión. No hay que tener demasiado olfato político para darse cuenta de que la Casa Rosada no tiene un futuro promisorio ni política ni económicamente. Fernández convocó a la mesa de acción política, pero el tucumano no estaba llamado a ser parte basal de esa construcción interna para evitar más sangría con vistas a las presidenciales de octubre. Por otro lado, el ahora ex jefe de Gabinete sabía perfectamente que dos meses más de inflación al 5% o 6% dañaría cualquier estrategia de armado político para el oficialismo. Si desde el Ministerio de Economía, Sergio Massa no logra cumplir su meta de desacelerar el Índice de Precios al Consumidor (IPC) al 4% hasta abril, serán muy escasas las probabilidades de que el Frente de Todos retenga el poder, mientras siguen subiendo los precios de los alimentos, de las naftas y de los servicios públicos privatizados. En los planes de Manzur sigue latente la posibilidad de colarse en la discusión mayor de las candidaturas presidenciales, ya sea para integrar una fórmula o para buscar un lugar de gravitación que lo sostenga en la vidriera política argentina, tal como lo fue la Jefatura de Gabinete de Ministros de la Nación.

Jaldo, en tanto, se mueve entre la nostalgia y la ansiedad. El vicegobernador volverá a su oficina del edificio de Muñecas al 900, pero tendrá más tiempo para salir a hacer campaña. El gobernador interino le puso su impronta al gabinete. Desde hoy, varios ministros tendrán la sensación de alivio, de no tener que rendir cuentas permanentemente de sus acciones en el primer piso de la Casa de Gobierno. Manzur tiene otro estilo de conducción. En principio, no habrá cambios hasta el final de mandato, pero nunca está dicha la última palabra. Es probable que haya un juego de doble conducción de tal manera que el binomio gubernamental se turne para cerrar el segundo mandato de una manera coordinada. La ansiedad de Jaldo tiene fecha de vencimiento: el 14 de mayo, hasta tanto sepa el resultado electoral. Pero no todo el camino hacia las urnas está pavimentado para el oficialismo. Las diferencias dentro de la coalición siguen brotando. Esta semana hubo que evitar una pelea interior por facturas de vieja data entre un silencioso referente manzurista y un incipiente dirigente jaldista. La cuestión no pasó a mayores porque primó el sentido común, pese a que en el medio había referentes que azuzaban el conflicto. Esa situación es sólo un ejemplo de lo que sucede en las tres secciones electorales de la provincia. Es algo en el que la fórmula invertida, si quiere ganar las próximas elecciones, deberá trabajar profundamente.

Hay heridos por doquier y lo que sobra son las ambulancias para salir al rescate. Y esto no es un patrimonio exclusivo del Frente de Todos. También en Juntos por el Cambio se visibiliza permanentemente la sangría de dirigentes de otra comparsa que carece de liderazgos claros. La grieta en esta alianza es prácticamente la misma que se observa a nivel nacional, pero con una diferencia sustancial: en Tucumán los tiempos apremian y no asoma la oferta electoral. Un dato curioso que marca no sólo la desorganización sino de timing de la oposición: los dos referentes nacionales más importantes de JxC (Horacio Rodríguez Larreta y Patricia Bullrich) gozan de una imagen positiva excepcional en un distrito gobernador por el peronismo, de acuerdo con el sondeo de CB Consultora de Opinión Pública que, además, colocó a Jaldo en el quinto lugar del ránking de gobernadores con mejor imagen. En la provincia, ni el radical Roberto Sánchez ni el líder del Partido de la Justicia Social, Germán Alfaro, parecen estar dispuestos a resignar escalones. Al menos eso es lo que se ve por el momento. Ese enfrentamiento silencioso ha llevado a un éxodo de dirigentes que buscan otros destinos para salvar la ropa y continuar haciendo carrera política. No hay amor a una camiseta. El libro de pases está abierto hasta que el calendario electoral lo disponga.

El tercer dirigente de mayor aceptación en Tucumán es el libertario Javier Milei, una ola que quiere capitalizar Fuerza Republicana. Según Cristian Buttié, director de CB, Ricardo Bussi sigue siendo un problema en el engranaje político local porque rompe el voto opositor. En consecuencia, explica el analista político, el electorado está condenando más al oficialismo por los años de desaciertos económicos y políticos que premiando a la oposición, que luce desorganizada sin una brújula hacia las elecciones presidenciales de octubre. Por esa razón, hay una disociación en las estrategias políticas de la conducción nacional respecto de las provinciales. Oficialistas y opositores prefieren soltarse de la mano de las decisiones que se toman en Buenos Aires, pero en muchos casos esa suerte de independencia política es condicionada porque el poder económico reside en la metrópoli.

Más allá de este eventual escenario, hay una Argentina que espera decisiones maduras de su dirigencia política. Si la inflación no cede, es probable que se llegue a las Primarias Abiertas, Simultáneas y Obligatorias (PASO) de agosto con un oficialismo debilitado, acompañado tal vez con un tercio de los votos y sin un líder que indique el camino hacia las presidenciales. De la misma manera pasa en Juntos por el Cambio. ¿Qué garantías existen de que el voto a Rodríguez Larreta o a Patricia Bullrich se unifique hacia las generales después de una interna? ¿Qué hará el radicalismo tanto en el país como en Tucumán? Demasiados interrogantes para un país que necesita respuestas claras de sus funcionarios y de sus representantes políticos. En 2019 se sabía que, tras las PASO, había dos cabezas de poder con las que había que hablar pensando en la transición: o Mauricio Macri o Alberto Fernández. Lo peor que le puede pasar a la Argentina es mostrar un escenario de vacío de poder. No ayuda a recuperar la confianza, mucho menos a encarrilar el rumbo económico de un país que se acostumbró a las crisis.

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