Un Mundial en Tucumán: nada más lejos de la realidad

Un Mundial en Tucumán: nada más lejos de la realidad

BASURA CAMINO AL AEROPUERTO. La postal retrata al Tucumán de todos los días. BASURA CAMINO AL AEROPUERTO. La postal retrata al Tucumán de todos los días. La Gaceta / fotos de Analía Jaramillo

Hasta aquí, el proyecto de Mundial 2030 en el cono sur es un combo de expresión de deseos, consistencias históricas e inconsistencias operativas. Un anhelo enfrentado con nuestra realidad política y económica; un plan que siempre vivirá amenazado por la inestabilidad institucional propia de la región. Una ola que intenta tomar fuerza sin mover, hasta ahora, el amperímetro de la opinión pública. Una mesa cuya lista de invitados sigue en plena confección y a la que sería casi milagroso que accediera Tucumán. No hay fundamentos para que la provincia aspire a anotarse como potencial subsede mundialista. Al contrario: lo único que tiene para mostrar son motivos en contra.

Antes de abordar lo particular -Tucumán- conviene chequear lo general. Argentina, Uruguay, Paraguay y Chile oficializaron la candidatura durante un acto realizado en el predio de la AFA. Asistieron los titulares de las respectivas asociaciones de fútbol y los ministros de Deporte de cada país. Se necesita muchísimo más. Terminó siendo una foto irrelevante para las ligas en las que se juega este partido. Tratándose de un Mundial y de la fortuna que cuesta organizarlo, lo menos que la FIFA espera es el compromiso explícito del poder político. La imagen que se necesita como punto de partida, por caso, es la de los cuatro presidentes poniendo la cara por el proyecto. Después de la cumbre de la Celac y de los dardos lanzados por el uruguayo Lacalle Pou al grupo en el que se alinean Alberto Fernández y el chileno Gabriel Boric el horno quedó calentito, pero no precisamente para cocinar una candidatura mundialista.

Este contexto patea en contra de la postulación, justamente cuando lo que se necesita es un frente unido, monolítico y dispuesto a meter la mano en el bolsillo para asegurar las obras -que son muchas y carísimas- en cada una de las sedes. Claudio Tapia y sus pares regionales hablaron de austeridad, sin brindar mayores precisiones. El emir de Qatar desembolsó alrededor de 200.000 millones de dólares para tener “su” Mundial, una locura que incluyó -por ejemplo- la construcción de una red de subterráneos que hoy poco y nada se usa. Por supuesto que son números imposibles para el cono sur, pero dinero habrá que desembolsar y no será poco. Pero junto a la pata económica es imprescindible afirmar una pata de coordinación política, similar a la establecida por Corea del Sur y Japón cuando se unieron para organizar el Mundial 2002. En este caso, son cuatro países que deberán funcionar como uno solo. Complicadísimo.

Además no hay tiempo. La sede de 2030 se elegirá el año próximo, durante el Congreso de la FIFA. Es un techo de 16 meses para armar la candidatura -de cuyos detalles no se sabe prácticamente nada- y recorrer el mundo buscando los votos necesarios. Por lo general las confederaciones votan en bloque y son seis: Europa, Asia, África, Oceanía, Concacaf (Centro y Norteamérica y el Caribe) y nuestra Conmebol. Hay que convencer, interesar, seducir; desplegar todo el repertorio de diplomacia y de anzuelos. Una práctica que durante décadas estuvo ligada a la corrupción, con la forma de compra de voluntades, y que derivó en aquel escandaloso Congreso en el que la FIFA de Joseph Blatter y Julio Grondona otorgó el mismo día las sedes de 2018 (a Rusia) y 2022 (Qatar).

A ese juego ya está abocada la postulación que luce difícil de vencer: España y Portugal unidas, con la oportuna picardía que implicó la invitación a Ucrania para que se disputen allí algunos partidos. Marruecos, entusiasmado con lo hecho por su selección en Qatar, vuelve a la carga con el proyecto de organizar la Copa por primera vez en el norte de África. Justamente en ese país está jugándose en este momento el Mundial de clubes. Y el otro competidor es en realidad un audaz y atractivo (y complejo desde lo logístico) plan para que el Mundial se dispute en tres continentes a la vez, organizado por Grecia, Arabia Saudita y Egipto. Desde lo turístico esta es una propuesta formidable.

Sobre ese escenario intenta hacer pie “2030 Juntos”, tal como se presentó la candidatura del cono sur. El caballito de batalla es el centenario del primer Mundial, organizado y ganado por Uruguay. Se habla de un partido inaugural en Buenos Aires, de semifinales en Santiago de Chile y en Asunción, y de la definición en Montevideo. Y no hay mucho más; a partir de allí hace olas un mar de conjeturas y de cabildeos. Son 48 selecciones las que participarán (ya a partir de la Copa de 2026), lo que abre la puerta para aumentar la cantidad de subsedes. Y aquí asoma el “caso tucumano”.

El error es reducir la idea a la construcción de un estadio. La FIFA se fija en la calidad de los estadios, claro que sí, pero sobre todo en las condiciones de las ciudades en las que se erigen. Ejemplo: el transporte público debe ser de máxima calidad, capaz de movilizar a decenas de miles de visitantes de forma veloz y confortable. Idéntica excelencia se requiera para la conexión con el resto del país y con los países vecinos -en cantidad de vuelos y, sobre todo, en infraestructura ferroviaria, que es lo más utilizado en los Mundiales-. Ni hablar de la capacidad hotelera, de los estándares de seguridad, de la calidad de los servicios (¡en Qatar contaban que nunca se registran cortes de luz!), del perfecto estado que se requiere en rutas, calles y caminos; de las ofertas gastronómicas y turísticas que no se miden por cientos de plazas, sino por decenas de miles. En todos estos rubros Tucumán califica con nota negativa y no es algo que vaya a cambiar de aquí al año que viene. ¿O qué clase de imagen se llevarán los veedores internacionales que vengan durante los próximos meses? Lo único que habría para ofrecerles son promesas de un improbable cambio cultural y una multitud de renders y maquetas.

Y está el tema del estadio, lógico. El anuncio realizado en agosto del año pasado en Lules quedó ahí, en un enunciado. En concreto no hay nada referido a la construcción de ese escenario que Tucumán espera en vano desde hace décadas, una obra que, por otra parte, debería pasar por diversos filtros. Esto es un consenso acerca de dónde se lo haría, con qué fines más allá del deportivo y, sobre todo, cuánto le costaría a la provincia en relación con las inversiones imprescindibles en infraestructura. Parchar El Cadillal y mantener los puentes en pie son urgencias; reconstruir la red que administra la SAT es una prioridad; y a partir de allí en esa caja de la que Pandora huyó hace rato lo único que se visibiliza son deficiencias estructurales. Demasiado pensando en un Mundial que está a la vuelta de la esquina.

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