No hay escuela igual que un hogar decente y no hay maestro igual a un padre virtuoso (Mahatma Gandhi)
Extrañamente, Hugo Tomei pidió la palabra justo cuando se estaba por leer la sentencia. Y utilizó sólo unos segundos de tiempo. Pidió permiso para que tanto él, como sus defendidos, escucharan el fallo de pie. Como si quisiera dar a entender que respetaría el resultado del acuerdo al que se había llegado. En un juicio, salvo contadas excepciones, uno se pone de pie cuando entran o se retiran los magistrados. Es una señal de respeto ante quienes deben impartir Justicia. Luego, todas las partes permanecen sentadas, escuchando o declarando. Pero no, Máximo Thomsen, Ciro Pertossi, Enzo Comelli, Matías Bennicelli, Luciano Pertossi, Ayrton Violaz, Blas Cinalli y Lucas Pertossi se pararon mirando al frente. ¿Habrá querido Tomei recrear un fusilamiento, con los condenados parados frente a los verdugos?
Si los acusados hubieran estado sentados, tal vez la descompostura de Máximo Thomsen no habría sido tan evidente. Pero el sindicado como el principal impulsor del crimen de Fernando Báez Sosa cayó pesadamente sobre el asiento y tiró la cabeza hacia atrás, con los ojos cerrados, mientras el policía que lo custodiaba intentaba sostenerlo. Fue en ese momento que Rosalía Zárate, la madre del ya en ese momento condenado a prisión perpetua, estalló. Y con sus palabras marcó un punto clave en el desarrollo del caso. “Esto es todo una mentira, saquen a todos los periodistas, la puta que los parió. Tres años torturándolo, no me importa más nada. Todo es culpa de ustedes”, gritó, señalando a los comunicadores. El desahogo de la mujer, viendo a su hijo despatarrado en un banco de una sala de audiencias, sabiendo que al menos durante 35 años iba a tener que visitarlo en una cárcel, fue contra los periodistas. Según ella, los culpables de lo que estaba sucediendo.
A Fernando lo mataron en la madrugada del 18 de enero de 2020, en la puerta de un boliche en Villa Gesell. Lo asesinaron en 11 segundos. Lo desmayaron a golpes a traición y lo remataron en el piso a patadas. Cuente. 11 segundos. En ese tiempo, tal como definió Lucas Pertossi en un chat con sus amigos, la vida de Fernando “caducó”.
Pasaron tres años desde la mortal emboscada y jamás los padres de los ocho condenados tuvieron la más mínima empatía para con Silvino Báez y Graciela Sosa, los papás de Fernando. No sólo no hubo un pedido de disculpas. Tampoco una palabra de aliento. Sus hijos, a la hora de hablar, no mostraron el más mínimo arrepentimiento. Ni dijeron su nombre a la hora de pronunciar sus últimas palabras. “Murió un chico de nuestra edad”, dijeron. Un chico. Un chico al que mientras golpeaban le gritaban negro. Y para peor, después del crimen, no sólo se fueron a comer tranquilamente, sino que luego urdieron un plan para vincular a otro joven que no había tenido nada que ver con el crimen, se chuparon los dedos para limpiarse la sangre que les había quedado. ¿Qué valores habían recibido a lo largo de su corta vida para cometer un error detrás de otro? Fernando Burlando, uno de los abogados de la familia Báez Sosa, definió a los padres de los acusados. “No intentaron reparar nada. Se notó. Intentaron reparar su situación personal. Lo mismo, los familiares cuando transitaron por la sala de audiencias. Se notó algo que pasa en muchas familias de la Argentina. Se notó que los padres no entendían pero ni una mínima porquería qué era lo que les pasaba a estos pibes”, afirmó.
Los ocho condenados pasarán a la historia como “los rugbiers” que mataron a Fernando. Otra vez, un deporte que pregona una serie de valores con el que la mayoría de los que lo practican está de acuerdo, queda en el centro de la escena. Las crónicas policiales de los últimos años están llenas de casos de rugbiers vinculados con la violencia. Y así, los patoteros, ya que eso son al atacar en patota, tiran por la borda el esfuerzo de miles de personas que pretenden inculcar respeto, caballerosidad, empatía en clubes de todo el país sin importar condición social, Le echamos la culpa al rugby, pero poco nos detenemos en ver la raíz de la cuestión. A lo largo de la investigación por el crimen de Fernando se conoció que los ocho acusados actuaban cual manada. Ya tenían antecedentes. Se los consideraba peligrosos y ya habían golpeado a otras personas. En una ciudad como Zárate, donde viven ellos, todo se sabe. ¿Qué hicieron los padres para que no se llegara al momento en el que un joven de 18 años es masacrado a patadas en la vereda de una villa balnearia? Hoy el punto central es ese. ¿Qué culpa tuvo el rugby en este hecho lamentable? Tal vez, si se lo puede llamar culpa, fue el responsable de unirlos. Terminaron de conocerse en un club. Y, como le dijo Fabián Améndola, uno de los abogados de la familia Báez Sosa, a LA GACETA, los dotó de resistencia y habilidad física. Pero no más que eso, Ningún club, de ningún deporte, forja asesinos.
Hoy desde el Gobierno Nacional impulsan el “Plan nacional Fernando Báez Sosa”, como proyecto de ley. Con él, se busca “contener la violencia y dar herramientas” a quienes trabajan con juventudes e infancias, para que puedan dar respuestas ante situaciones de violencia en ámbitos como los clubes o asociaciones deportivas.
Diana Cohen Agrest, filósofa argentina y fundadora de la Asociación Civil Usina de Justicia, afirmó que “tenemos que aprender todos, sin distinción de estamentos sociales, ni de grupos, ni de edades, que la violencia no funciona como práctica cotidiana. Estos chicos ejercían violencia desde antes; nosotros también lo hacemos sin darnos cuenta. En la Argentina vivimos con violencia; la generación que nosotros criamos nos ve crispados. ¿Qué se puede esperar de este modelo que estamos dando a nuestros hijos cuando muchas veces nos desentendemos de lo que pasa?”
El trágico llamado de atención debe ser para todos. Si para algo puede servir este caso es para abrir el diálogo con nuestros hijos. Para comprometernos más con sus actividades. Para recomponer vínculos. Tampoco es cierto, tal como se dijo, que los acusados podrían haber sido hijos de cualquiera. La falta de empatía se transfiere. El buen ejemplo es la mejor herencia que podemos legar. Pero para eso, tenemos que dejar de culpar a otro. Y hacernos cargo. Como decía Albert Camus: “El que mata o tortura solo conoce una sombra en su victoria: no puede sentirse inocente. Necesita, pues, crear la culpabilidad en la víctima”. Esto, para que no haya otro Fernando cuya muerte lamentar en el futuro.








