Los sueños imperiales de Stalin y Pedro el Grande dormitan en la mente de Putin

Los sueños imperiales de Stalin y Pedro el Grande dormitan en la mente de Putin

Hace un siglo el Lenin moribundo prometió defender la soberanía de los territorios soviéticos no rusos. Ahora Putin replica las ambiciones del gran zar y el líder georgiano.

ADMIRADOR DEL IMPERIO ZARISTA. Putin reivindica los valores tradicionales de la Rusia profunda.  ADMIRADOR DEL IMPERIO ZARISTA. Putin reivindica los valores tradicionales de la Rusia profunda.

Cuando Vladimir Putin ordenó la invasión a Ucrania, muchos periodistas e intelectuales equipararon sus justificaciones con las de Adolf Hitler. Menos oídas fueron las comparaciones con Iósif Stalin. Y, sin embargo, Stalin era el principal entre los bolcheviques que se distinguían por su nacionalismo panrruso: igualaba la colonización de los territorios fronterizos, y especialmente de Ucrania, con el avance del poder comunista.

Esta pretensión imperialista preocupó a Vladimir Lenin en sus últimos días. Una inquietud que quedó plasmada, de hecho, en la última carta de su vida, escrita hace poco más de 100 años, el 8 de enero de 1923. En ella Lenin le prometía a la oposición georgiana que iba a defender su soberanía “con todo mi corazón”.

Antes, el 4 de enero, en una de las notas fragmentarias conocidas como el Testamento, Lenin ya había dejado claro que Stalin, que se había convertido en un ser completamente arrogante, tenía que marcharse. Pero la muerte quitó a Lenin del medio. Algo quizá no muy distinto a lo que ocurrió el último día de 1999, cuando Boris Yeltsin le entregó el poder al actual presidente ruso.

Gabriela Lupiañez, profesora de Historia Contemporánea en la UNT, observa que Putin accedió al Gobierno en un momento de crisis, después de la implosión de los 90, y asumió dos tareas: una, la de recuperar el antiguo esplendor imperial de Rusia; otra, la de restaurar el orden. “Entonces, si se quiere trazar un paralelismo con Stalin, yo diría que comparten esa dimensión realista y práctica: los dos procuran establecer las reglas internas y proyectar una imagen de fortaleza hacia el exterior”, explica.

Como Stalin, Putin es un realista político: le interesa sobre todo el poder del Estado. “Hacia adentro, no tiene problemas en utilizar la persecución política y la censura para conservar ese poder -observa Lupiañez-; hacia afuera, considera que Ucrania es una zona de interés para Rusia y apela a la intervención armada”.

La ideología

Sin embargo, Putin no es Stalin. Si hay una figura que tiene en mente, que lo inspira, que lo estimula, esa es la de Pedro el Grande. Lupiañez argumenta que Putin esquiva la dimensión ideológica de la Unión Soviética y reivindica la del Imperio zarista, cuyo poder se fundamentaba en la religión ortodoxa: “es un hombre conservador, que reivindica los valores tradicionales de la Rusia profunda y en algún punto incluso trata de hacer retroceder la revolución cultural de Stalin, que persiguió a la Iglesia ortodoxa. Además, Putin reconoce y valora la economía de mercado y la propiedad privada”.

Pablo Sosa, también docente de Historia Contemporánea en la UNT, confirma que más que el legado de Stalin, lo que Putin busca rescatar es el legado de la URSS. “Califica su desaparición como una de las mayores tragedias del siglo XX y añora ese pasado de grandeza y poder. El derrumbe de la URSS abrió un camino para el florecimiento de las libertades internas, la oposición política y los movimientos de vanguardia; todo eso, sin embargo, fue decreciendo durante los 20 años de Putin”, analiza.

El culto a la personalidad

Durante la primera década de Putin, cuando todavía no era visto con muy malos ojos en Occidente, en las redes sociales florecían las imágenes que lo mostraban disfrutando sus fines de semana de caza, judo y demás. Incluso había una foto adulterada en la que se lo podía ver a lomo de un oso. Como en los casos de otros líderes carismáticos, todo formaba parte de una exhibición destinada a enaltecer su imagen.

“Si bien para él el sufragio popular es una fuente importante de legitimidad, también hay una voluntad de fundamentar su poder sobre otras bases -considera Lupiañez-. Utiliza la imagen de líder, de hombre viril, deportista, musculoso, fuerte, frío, reservado… Pero no se puede decir que este culto a la personalidad sea equivalente al de la de Stalin ni por los recursos utilizados ni por la ideología que lo sustenta”. Aunque sí hay, en los dos casos, una voluntad de aprovechar la cultura política de una sociedad que ha vivido largamente bajo sistemas autocráticos.

Por otra parte, Sosa argumenta que es posible analizar la invasión a Ucrania como una defensa de la Gran Rusia, de un territorio considerado como parte integrante: “recordemos la anexión de Crimea y el sentirse amenazado por Occidente y la OTAN en sus fronteras. Ahí sí podemos encontrar, quizá, un paralelismo: Stalin, por un lado, arengando a su pueblo a dejar la vida para defender su patria del ataque nazi; Putin, por el otro, justificando una guerra que encuentra muchos detractores no solo en el resto del mundo sino dentro de su propio país”.

Lupiañez, por su parte, recuerda que para un nacionalista como Putin el territorio de Ucrania, lejos de ser considerado como un Estado nacional, aparece como una zona de interés económico y estratégico para Rusia. “Hay zonas de Ucrania, como Crimea, que en el pasado han sido colonizadas y rusificadas. Entonces lo interesante aquí es que hay una apelación al derecho internacional, a la autodeterminación de la población local. O sea, lo que Putin hace es avanzar sobre un territorio con el que está relacionado históricamente después de que se produjo un desequilibrio de poder. Y por eso la reacción de la OTAN”, sintetiza.

La represión interna

Un último punto a considerar quizá sea el de la represión dentro de Rusia. A pesar de que Putin llegó al poder a través de elecciones y se mantiene en él utilizándolas, hoy le llueven denuncias de falta de libertades políticas, violaciones a los derechos humanos y persecuciones a opositores políticos y minorías sexuales. “Pero con una opinión pública y una prensa a nivel internacional, más los organismos multinacionales, sería imposible la aplicación de un nuevo Gran Terror”, asegura Sosa.

El Gran Terror fue la oleada represiva más importante del despotismo de Stalin, aplicada contra los considerados “enemigos del pueblo” o “elementos antisoviéticos”. Incluso según las cifras del propio régimen, entre 1937 y 1938 hubo 700.000 ejecuciones. Nada hay en la Rusia actual que pueda compararse con esto, claro, por más que se persiga y se castigue la disidencia.

De esta manera, Putin no es Stalin. Pero su anhelo expansionista y la voluntad de acrecentar el poder del Estado están en él tanto como lo estuvieron en los demás emperadores de Rusia, desde Iván IV el Terrible hasta Brézhnev, el más estalinista de los sucesores de Stalin.

Fuentes bibliográficas:

Figes, Orlando (2010): La Revolución rusa (1891-1924). Barcelona: Edhasa.

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