El Papa, la pobreza, el kirchnerismo y Perón

El Papa, la pobreza, el kirchnerismo y Perón

“La Argentina, en este momento, -no hago política, leo los datos- tiene un nivel de inflación impresionante”, aseveró el Papa Francisco durante la semana que acaba de terminar, poniendo fin a su voto de silencio respecto de la situación de la Argentina, a la que nunca más volvió. “En el año 55, cuando terminé mi escuela secundaria, el nivel de pobreza era 5%. Hoy está en 52%. ¿Qué pasó? Mala administración, malas políticas”, fue su admonición.

Las reacciones del kirchnerismo fueron echarles la culpa a los gobiernos anteriores. La vocera Gabriela Cerruti culpó al macrismo. El presidente Alberto Fernández responsabilizó -no sin razón- a las dictaduras militares. No mencionaron la debacle hiperinflacionaria alfonsinista ni el demencial fracaso del delarruísmo. Tampoco el neoliberalismo y la desocupación menemista, ni la inflación y la miseria subsidiada de las dos presidencias de Cristina Fernández de Kirchner.

Pero más allá de gambetas cortas, olvidos, pases largos y amnesias, hay algo profundamente inquietante en las declaraciones de Jorge Bergoglio: el hecho de que él, sacerdote jesuita y líder de la Iglesia Católica Apostólica Romana, haya rescatado “algo” del violentísimo 1955.

La violencia

El enfrentamiento de Perón con la Iglesia argentina supuso el principio del final de la primera experiencia peronista. En 1954 comienza a organizarse el partido Demócrata Cristiano en la Argentina, que fue visto por el entonces Presidente como un adversario alentado por el clero argentino para capitalizar los medios católicos y los votos de los creyentes argentinos. “Las interpretaciones de peronistas como (Raúl) Bustos Fierro apenas aciertan a explicar el conflicto a través de una complicada teoría conspirativa que une el ‘imperialismo’ con la ‘Orden Jesuita’”, recuerdan Carlos Floria y César García Belsunce en “Historia de los argentinos”.

En septiembre de ese año, la paranoia se convierte en una ley que retira la personería jurídica a las asociaciones basadas en una religión: significaba la disolución legal de la Acción Católica.

La primera respuesta masiva llegó con el 8 de diciembre de 1954. Unas 200.000 personas se reúnen en la Catedral de Buenos Aires por la festividad de la Inmaculada Concepción de María. Perón contraataca con la supresión de los subsidios oficiales a las escuelas privadas; la autorización del ejercicio de la prostitución; la prohibición de reuniones en espacios abiertos sin permiso policial y la clausura el diario católico “El Pueblo”. A la vez, anuncia la preparación de una nueva reforma de la Constitución Nacional para separar el Estado de la Iglesia.

Megalómano, impune o mal asesorado por consejeros anticlericales, son algunas de las opciones que brindó el historiador estadounidense Robert Potash para explicar el accionar de Perón. En su reciente libro “La Caída, 1955”, Pablo Gerchunoff analiza el enfrentamiento como una disputa por “la soberanía de la justicia social”. Doctrina de la Iglesia y, a la vez, “bandera” del peronismo.

El 11 de junio de 1955, por Corpus Christi, miles de personas se reúnen nuevamente frente a la Catedral. Luego, marchan al Congreso en señal de protesta. El Gobierno los acusa falsamente de haber quemado una bandera. El 14, obligan a exiliarse a miembros de la jerarquía religiosa, detienen sacerdotes y meten presa a la conducción de la Acción Católica.

El 15 de junio, el Vaticano excomulgó a Perón. Al día siguiente, una escuadra aeronaval que debía rendir homenaje a Eva Perón atacó la Casa Rosada al mediodía: cientos de inocentes murieron por las bombas que cayeron en Plaza de Mayo. Por la noche, bandas armadas prendían fuego a templos a la Curia y a las iglesias de Santo Domingo y San Francisco. También intentaron quemar los templos de San Ignacio, San Juan, San Miguel y San Nicolás.

Perón intenta cambiar de táctica y el 5 de julio anuncia que emprendería la pacificación nacional. Pero él mismo se desautoriza después. El 31 de agosto pronunció el discurso más violento en la historia de los presidentes constitucionales, ante una concentración organizada por la CGT. “A la violencia hemos de responder con violencia mayor… aquel que en cualquier lugar intente alterar el orden en contra de las autoridades constituidas o en contra de la ley o de la Constitución, puede ser muerto por cualquier argentino…”

Y agregó: “Y cuando uno de los nuestros caiga, caerán cinco de ellos. Esto lo hemos de conseguir persuadiendo y si no, a palos”. De esa arenga surgió la cantata “cinco por uno / no va a quedar ninguno”. El ciclo de la violencia quedaba trágicamente inaugurado en el país.

Dos semanas después, los militares darían el oprobioso golpe de 1955, que autodenominaron “Revolución Libertadora”, cuando debió llamarse “Revolución Fusiladora”. En junio de 1956 ordenaron una masiva detención de militantes peronistas a los que acusaron de tramar una “contrarrevolución”. Los masacraron en un descampado en José León Suarez...

Ahora bien, lo cierto es que el Papa se cuidó de declarar que él no hablaba de política, sino que citaba datos de la pobreza. Es decir, estaba hablando de economía. Y el devenir de la economía argentina durante la primera experiencia peronista, que comenzó en 1946, es otro capítulo.

Dos palabras

“La historia económica de los primeros siete años de Perón puede resumirse en dos palabras: ‘prosperidad’ y ‘bancarrota’”, resumió el historiador Arthur Whitaker en “EEUU y Argentina”, citado por Claudio Belini y Juan Carlos Korol en su “Historia económica de la Argentina”.

La “prosperidad” fue una mejora en las condiciones de vida de la clase obrera. En su libro “Cuando los trabajadores salieron de compras”, Natalia Milanesio describe que entre 1946 y 1955 el peronismo fue el escenario de un cambio inédito en la Argentina: gracias al aumento del salario real y del desarrollo de la industria, vastos sectores de la población empezaron a participar en prácticas de consumo que les habían estado vedadas. Colmaron tiendas y ciudades turísticas. Y hubo mejoras en sus hogares, su alimentación y su vestimenta.

“Mucha gente fue peronista atraída por la novedad del movimiento, interesada en su convocatoria, satisfecha por la política social o entusiasmada porque por primera vez sentía que sus aspiraciones significaban algo para los que mandaban”, analizan Floria y García Belsunce.

Para esa masa obrera, su destino y el destino de Perón eran uno solo. Sobre todo porque el “líder y conductor” del movimiento no fue procesado ni condenado por corrupción mientras estaba en ejercicio de sus funciones. Y porque su compañera, “Evita”, era honesta a prueba de antiperonistas. En “Eva Perón. La biografía”, la escritora y periodista Alicia Dujovne Ortiz plasma la reflexión de Adela Caprile, integrante de la comisión que desmanteló la Fundación Evita tras el golpe de 1955: “No se ha podido acusar a Evita de haberse quedado con un peso. Me gustaría poder decir lo mismo de los que colaboraron conmigo en la liquidación del organismo”.

El propio Whitaker anota entre los logros los avances en “la industria, la minería, el transporte y ciertas ramas de la agricultura”. Da cuenta, además, de que en 1953, cuando él está escribiendo, los obreros están en mejor situación que una década atrás. Para 1952 el país conservaba el 22% de la producción bruta de América Latina.

Esa prosperidad -dice Whitaker- se había cimentado en el gran saldo de divisas extranjeras acumuladas por la Argentina durante la II Guerra Mundial, antes de que Perón llegara a la Presidencia. Y en los sobreprecios de los productos alimenticios argentinos tras la guerra, burbuja que no se sostuvo ya en la década de 1950.

“La caída del precio de los productos agrícolas en el mercado internacional desarticuló una de las principales fuentes de recursos sobre las que se había basado el proceso de redistribución del ingreso”, precisa Mario Rapoport en su “Historia política, económica y social de la Argentina”. La inflación se disparó: fue del 13% durante 1947 y 1948; del 31% en 1949; y trepó al 37% en 1951 y al 39% en 1952.

Perón lanzó entonces un programa de emergencia. Lo llamó “Plan de estabilización”. Pero no importan las denominaciones: él decidió que había llegado la hora del final de la fiesta

El 18 de febrero de 1952 anunció su nuevo plan económico. Pedía “una inflexible austeridad en el consumo y un decidido esfuerzo por producir”. La contradicción era manifiesta: ¿cómo producir más si había que consumir menos? La verdad indecible era que había llegado el ajuste. Entre las medidas hubo controles de precios, pero también congelamiento de salarios. Esto fue establecido, incluso, en los convenios colectivos, a los que se les fijó una duración de dos años.

No fue sencillo y la presión del Gobierno sobre los sindicatos no fue menor. Pero había una lógica, que sintetiza Hugo Gambini en el tomo II de su “Historia del peronismo”: “La inflación persistía en forma perniciosa y neutralizaba todos los esfuerzos”. Y todas las subas salariales. Por caso, Félix Luna consigna en el tomo II de “Perón y su tiempo” que, por la inflación, el salario de los obreros había perdido un tercio de su poder adquisitivo en 1951. Perón hasta prohibió que los viernes se vendiera carne. ¿El resultado? La inflación cayó al 4% en 1953 y al 3,8% en 1954.

Mirando ese proceso, el economista Juan Carlos de Pablo expuso en 1999 (según rescata Gambini) que durante la primera mitad de los 40, la Argentina sufrió los procesos inflacionarios propios de la Guerra, igual que otros países. Pero a partir de 1948, la inflación desaparece en esos otros países y se acentúa aquí: “desde ese momento, la inflación es de origen nacional”.

“No son pocos los que coinciden en que Perón fue derrocado cuando había comenzado a corregir y enderezar la economía”, da cuenta Gambini. Y enumera a Guido Di Tella, Marcos Giménez Zapiola, Carlos M. Leguizamón, Emilio Perina, Scott Mainwarning y los ya citados Félix Luna y Robert Potash. “Lo mismo repetía Arturo Frondizi cada vez que elogiaba la rectificación económica del último tramo del peronismo”.

Entonces, sí hay cuestiones por rescatar del violento 1955. El bajo índice de pobreza que rememora el Papa da cuenta de que el propio Perón, frente a la síntesis de que su Gobierno era “prosperidad y bancarrota”, buscó corregir sus errores. En este 2023, con la pobreza mortificando a más de la mitad de los argentinos, los que gobiernan bajo el signo del PJ reivindican con hechos el quebranto de la Argentina. Pero no dan noticias de la “prosperidad”.

“Mientras gobernó Perón, otra era la realidad de la Argentina”, sostuvo Alberto Fernández, a modo de respuesta a lo manifestado por Francisco. El Presidente jamás estuvo tan acertado…

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