La última causa nacional
La última causa nacional
19 Diciembre 2022

Álvaro José Aurane

Para La Gaceta

La Selección Nacional es la última gran causa argentina. La última razón que moviliza a una apabullante mayoría del pueblo. Se sabe que hay argentinos indiferentes a los comunes casos de toda suerte mundialista; y que también hay compatriotas que se declaran en contra del fútbol, con posturas iconoclastas respetables, pero que no dejan de ser excepciones que confirman la regla. En general, puede decirse que no hay un movimiento “antiselección” en el país. Y eso representa todo un fenómeno en esta patria signada por el peor de los antagonismos. Aquí, el pensamiento binario de la escena pública no plantea “A vs. B”, sino “A vs. Anti A”.

Claro está, el fútbol es un sentimiento. Las causas nacionales, también. ¿Qué provoca semejante carga de emotividad en el equipo de fútbol para que prácticamente todos podamos sentirnos representados y hasta identificados en él, más allá del celeste y blanco argentino de la camiseta? ¿Por qué moviliza el fervor de multitudes? ¿Por qué son la gran causa -y acaso la última- del pueblo argentino? Las tres dimensiones del tiempo concurren para intentar pensar esa pasión.

Las Navidades pasadas

La Selección Nacional recuerda un trozo del pasado real: el de la Argentina que estaba para las grandes cosas. Para ser potencia. Para llevarse al mundo por delante; o en todo caso, para llevar la delantera en el mundo.

La Argentina podía ser “la mejor” en los ámbitos más diversos. Aquí se inventaron desde la birome hasta el by-pass. José de San Martín libertó tres países, cruce de la Cordillera de los Andes mediante. Acumulamos cinco premios Nobel. Fuimos la segunda patria de millones de inmigrantes de los más diversos continentes. En uno de los territorios más vastos del planeta, nos convertimos en una de las naciones más pujantes del globo cuando el siglo XX empezaba…

El combinado nacional de fútbol recrea esa grandeza que fue verdadera: la Selección prometía llegar a ser la mejor del mundo. Y lo confirmó durante la siesta de ayer.

Esa ratificación, además, llegó sin mitos. Por una razón histórica, en la grandeza y la prosperidad forjadas entre 1860 y 1930 siempre se cuela el mito de “La Argentina rica”. En el libro “El populismo en Argentina y el Mundo” (Ucema, 2018, páginas 164-165), Roque B. Fernández y Paula Monteserín recuerdan que “al sur del imperio incaico, en lo que hoy es Argentina, Chile, Uruguay y Paraguay, no existían riquezas conocidas, sólo expectativas de riqueza. La minería de Potosí en Bolivia era el centro de la actividad económica, el resto era una periferia fundamentalmente proveedora de indios y mulas para la explotación minera. La periferia era muy pobre materialmente, pero muy rica en el ‘relato’”. Los autores, en el ensayo titulado “Fundamentos atávicos del populismo argentino”, completan: “Tenía una importante riqueza ficticia basada en las historias de Trapalandia, un supuesto reino indígena de inconmensurables riquezas que mantenía viva la ambición de los exploradores españoles. Supuestamente, Trapalandia no tenía alta densidad demográfica y estaba en algún lugar de Argentina”.

A despecho de ese mito, el país enfrenta enormes extensiones desérticas, o condenadas al clima subtropical, a lo que se agrega la lejanía geográfica con los grandes mercados del mundo y la imposibilidad de contar con puertos de aguas profundas. La prosperidad de la Argentina no se logró por haber encontrado el perdido reino de Trapalandia y aprovechar sus recursos. Se consiguió con trabajo de los gobernados y con gobiernos que tenían un proyecto de Nación.

Esta Selección Nacional es la memoria de ese pasado de gloria desmitificada. No teníamos un tesoro inabarcable y escondido. Lionel Messi fue galardonado como el mejor jugador de Qatar 2022, pero los franceses también tenían jugadores talentosos y temibles. Hay una porción sustancial de la población argentina que tendrá pesadillas con Kylian Mbappé (al borde del síndrome de estrés postraumático), quien se llevó el botín de oro por su condición de goleador del Mundial. A nosotros, ayer, nos convirtió tres goles en 120 minutos.

Así que esta vez no ganamos por ayuda de “La Mano de Dios” ni por la danza incomparable de un “Barrilete Cósmico”. Somos campeones gracias a un grupo humano que decidió ayudar a su talento con mucho trabajo, bajo la dirección de un equipo técnico que tenía un plan.

Las Navidades presentes

La Selección argentina desafía la cultura del sufrimiento, enquistada en el inconsciente colectivo del ser nacional. “Ser argentino” no tiene por qué ser sinónimo de padecimiento. “Ser argentino” también puede ser sinónimo de alegría. O en todo caso, también debería serlo.

Dicho en palabras del propio Messi: “Disfruto de la Selección y quiero unos partidos más siendo campeón del mundo”. Así contestó cuando le consultaron si pensaba en retirarse, dado que tiene 35 años, o en seguir formando parte de la “Scaloneta”.

Por el contrario, el presidente Alberto Fernández, en Twitter, rindió tributo a la convicción de la mortificación. “Gracias a jugadores y equipo técnico. Son el ejemplo de que no debemos bajar los brazos. Que tenemos un gran pueblo y un gran futuro”, posteó.

Hay varios desfases entre la lectura del Presidente de la Nación y la final de la Copa del Mundo conquistada ayer. La primera está referida a la “duración” del sufrimiento. El “11 titular” de nuestro país (aunque son mucho más que 11) tuvo un primer tiempo deslumbrante. Sólo hacia el final del segundo tiempo llegó la angustia, tras el empate. En el alargue, la “albiceleste” volvió a mostrar un gran nivel, que la llevó a ponerse en ventaja una vez más. Otra vez, en la segunda parte de esos 30 minutos adicionales llegó la paridad. Pero la Argentina nunca estuvo en desventaja en el marcador. Ni siquiera en la definición por penales. Emiliano “El Dibu” Martínez atajó la segunda ejecución de los franceses, frustrando a Kingsley Coman; y luego, Aurelian Tchouameni la mandó afuera. Los compatriotas acertaron en todos los casos.

La crisis económica que hace “sufrir” a los argentinos comenzó en 2008 y todavía no termina. Los jugadores argentinos nunca bajaron los brazos en 120 minutos. El jefe de Estado, sin salvar ninguna escala, proclama sin más que los argentinos deben aprender de ese ejemplo, cuando los ciudadanos de este país llevan, en rigor, 7.358.400 minutos de perder por goleada con las políticas económicas de tres gobiernos kirchneristas (incluyendo el actual) y del macrismo.

Por cierto, el DT de la Selección, Lionel Scaloni, no dejó de hacer cambios ni ajustes para lograr que el equipo triunfara. ¿Cuáles son los cambios y los ajustes del DT del Gobierno nacional?

Precisamente, el segundo desfase en el mensaje presidencial consiste en que olvida que la Selección supera adversidades y celebra en el más quemante presente. El tuit del mandatario, en cambio, dice que el “gran pueblo” tiene “un gran futuro”. Del presente, ¿ni hablar?

El tercer desfase en las lecturas oficialistas respecto de Qatar 2022 consiste en no advertir que la de este campeonato es una angustia buscada por los argentinos. Un “sufrir” precario y momentáneo, cuya duración máxima sería de siete partidos durante un mes. Y que podía coronarse con alegría o con una promesa de revancha dentro de cuatro años. El escenario: canchas de fútbol. En ellas se enfrentó a rivales, que buscaban la misma consagración que la de nuestra Selección: no eran enemigos dispuestos a destruirnos.

La Vicepresidenta de la Nación, sin embargo, no pudo escapar a la lógica de la grieta ni siquiera después de que el enfrentamiento meramente deportivo hubiese concluido. Por Twitter, le agradeció a Messi, al equipo y al cuerpo técnico “por la enorme alegría que le han regalado al pueblo argentino”. Y a renglón seguido, Cristina Fernández de Kirchner le escribió al capitán: “Y un saludo especial después de su maradoniano ‘andá pa’allá, bobo’, con el que se ganó definitivamente el corazón de los y las argentinas”.

Si la única lógica es el antagonismo, sufrir no es una circunstancia: es un fin en sí mismo.

Las Navidades futuras

Cuatro enseñanzas, que a la vez son otros tantos desafíos, deja la Selección Nacional.

En primer lugar, la celebración del Mundial, y sobre todo la consagración de la “Scaloneta”, hacen que sea muy fácil de entender algo que, normalmente, es complejo de explicar: la competencia es beneficiosa. El fútbol argentino acaba de alcanzar el máximo puesto de la excelencia planetaria porque ha competido. Lo ha hecho, además, con los mejores de todo el globo. Todos tuvieron que pasar por eliminatorias regionales y luego, ya en Qatar, por competencias con países de todas las latitudes. Esto que los jugadores y la hinchada saben y alientan, el Gobierno argentino, ¿lo va a entender?

En segundo lugar, Messi fue el líder de la Selección porque sus pares lo consagraron. No fue impuesto por el decisionismo sin argumentos de la AFA ni del director técnico. El rosarino llegó con el mérito, las condiciones y el consenso de sus pares respecto de que era el más preparado para conducir el equipo. Léase, los líderes impuestos a dedo no funcionan. Y están condenados a ello porque van a tener el poder que les dé el cargo, pero no la autoridad. El poder se ejerce con la amenaza de la coacción. La autoridad no necesita de ello: se obedece no desde el temor a la sanción, sino desde la convicción de que es lo correcto. El oficialismo, ¿lo va a asumir?

En tercer término, Messi es el capitán, pero el triunfo fue de todo el equipo. Todos dejaron todo en la cancha. El rival, en ese contexto, opera como el espejo de nuestra Selección. A nosotros nos empató, todas las veces, Mbappé. A la Copa del Mundo, en cambio, la consiguieron los jugadores y el cuerpo técnico, sin reproches, sin lugar para divismos, con la solidaridad de que todos marcaban y todos corrían. Entonces, en un punto, triunfó un equipo por sobre los individualismos. Es decir, sobre los “ismos”. La oposición, ¿lo va a interpretar?

Finalmente, en la Argentina como Nación también hay una estrategia para alcanzar la consagración. Se juega con poderes del Estado independientes, con crecimiento equitativo para todas las regiones y con representantes del pueblo que, justamente, representen a los argentinos. Es decir, con república, federalismo y representatividad. Dicho de otro modo: la Constitución es el equipo. La clase política, ¿lo va a conformar?

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