John Carlin: “Para miles de millones de aficionados, el fútbol es como un regreso a la infancia”

John Carlin: “Para miles de millones de aficionados, el fútbol es como un regreso a la infancia”

El creador, escritor y productor ejecutivo de la miniserie “This is Football” (“Esto es fútbol”), y periodista legendario considera que la gente es consciente de la corrupción de la FIFA, pero que durante los mundiales “suspende la realidad” y vuelve a creer en los Reyes Magos. “Con la elección de Qatar, los dirigentes nos tomaron el pelo a los inocentes ‘niños y niñas’ que enloquecemos con el fútbol”, dice.

John Carlin. John Carlin.

(Desde Barcelona, España).- John Carlin es alto, pero se mimetiza bien entre la muchedumbre que este sábado pasea por una de las zonas más concurridas de Barcelona. La conversación transcurre en un horario planificado para llegar a tiempo a ver el partido entre la Argentina y México. Ocurre que Carlin, que nació en Londres, y es hijo de un padre escocés y de una madre española, se considera hincha de la “Scaloneta” y sufrió como el que más la caída ante Arabia Saudita. De hecho se precia de haber sido una de las 120.000 almas que vieron y celebraron el gol con la mano de Diego Maradona a los ingleses en el Estadio Azteca, en 1986. “No hay país en el mundo que tenga más ilusión por el fútbol y su Selección que la Argentina”, asegura con la experiencia que le da haber hecho periodismo en buena parte del planeta y creado “This is Football” (“Esto es Fútbol”) la miniserie que intenta explicar, con la participación de Lionel Messi, Pep Guardiola y otros astros, lo que la pelota genera.  

“Para miles de millones de aficionados, el fútbol es como un regreso a la infancia”, sintetiza. Carlin, que no tiene pereza de viajar y ha cubierto los grandes acontecimientos contemporáneos desde la caída del apartheid en Sudáfrica y la consagración de Nelson Mandela hasta el fenómeno tenístico de Rafael Nadal (ver “El factor humano” y “Rafa: mi historia”), no está en Qatar, sino en la terraza de un café ubicado en el Paseo de Gracia y la Diagonal, con una caña y un cigarrillo en la mano: son las 18.30 y ya está oscuro. “Qatar es un país totalmente ficticio. Es como un parque temático de Disney. Allí, del mismo modo, tenés una sección llamada ‘Venecia’ que la recrea. Se trata de un lugar desalmado”, manifiesta al inicio de una conversación que trata sobre el Mundial, y, también, acerca de un presente que deja rápidamente atrás -aunque no sean aún parte del pasado- la conflictiva y fallida declaración de independencia de Cataluña; el coronavirus y hasta la invasión rusa.

El mismo sol

Ese correr hacia adelante no significa transformación. Es algo que se desprende del nombre de la recopilación de columnas periodísticas que Carlin está presentando en estos días, “El futuro es lo que era”. El articulista de “La Vanguardia” y de “Clarín” explica: “el título proviene de uno de los textos que escribí en pleno confinamiento, cuando circulaban especulaciones sobre que la vida humana iba a cambiar drásticamente. Yo dije: ‘¡una mierda! No va a cambiar nada. Una vez que termine esto volveremos a lo de siempre con todas nuestras glorias y miserias’. Si el mundo no cambió después de seis años de Segunda Guerra Mundial, tampoco iba a hacerlo por esta relativa ‘pendejez’. Esa es la idea. El futuro es lo que fue: no hay nada nuevo bajo el sol”.

Para Carlin, el transcurso del tiempo hace que uno se acostumbre a cualquier cosa, hasta a la Guerra en Ucrania. “Yo la sigo con mucho interés, pero este es mi trabajo. Para la gente ‘normal’ no supone ni un tema cotidiano de conversación”, observa. Es llamativo porque sí hubo cambios en la superficie. Hasta febrero, los rusos, en particular los acaudalados, caminaban libremente por los sitios más exclusivos de Occidente y compraban lo que se les antojaba: eran recibidos con alfombra roja. Eso desapareció. “Los rusos querían asimilarse a los locales, pero resultaban siempre muy visibles: el gordo de 80 años con ‘la mina’ de 19”, bromea Carlin. Y añade que la verdad es que eso ahora resulta infrecuente: “hace 10 años, los restaurantes de la costa comenzaron a imprimir sus menús en ruso. Ellos iban a las tiendas y arrasaban. Ahora eso ya no se ve. Si están, seguramente buscan el bajo perfil. Y, si no, se van a Dubai y a Turquía”.

Carlin, por el contrario, ya es casi un barcelonés más: eligió quedarse en la capital catalana entre todos los lugares del mundo que conoció, que no son pocos. “He vivido más de un año en 10 ciudades y en ocho países. Hice reportajes en más de 60: tengo puntos de comparación. Nunca se sabe qué puede pasar en la vida, pero mi plan es quedarme acá hasta el final: yo ya no me muevo de España y casi seguro que tampoco de Barcelona”, anuncia en un castellano con ciertos destellos porteños.

¿Por qué España y Barcelona? “A mí me encantan. Dentro de las limitaciones humanas inevitables, esto es casi perfecto. Me gusta caminar por la ciudad y voy andando a casi todos lados. ¡Es tan linda Barcelona desde la perspectiva arquitectónica! Cada vez que hago un recorrido habitual siempre detecto algo, algún detalle de una casa, un balcón, una terraza, una puerta que llaman mi atención. Es algo que registro apenas, pero que me da un momento pasajero de alegría. Y esto ocurre todos los días. Siempre tengo estos chispazos de belleza”, describe.

Al autor de “Pistorius: la sombra de la verdad” le sobran los motivos para quedarse donde está. “Me parece una ciudad con gran variedad de posibilidades. Me fascina estar al lado del mar y de la playa, aunque no vaya; el clima, tener 18 grados en pleno invierno, y lo bien que se come a precios razonables, algo que, por ejemplo, no pasa en Londres a menos que pagues caro”, enumera. Carlin prosigue: “me gustan la cultura española y los valores que tienen en España. En general, son gente generosa y noble, aún con las gloriosas excepciones. Tengo un amigo catalán, que fue embajador en lugares importantes, y él también dice que esto es lo mejor, aunque no se considera nacionalista ni patriota. Él me dijo que para los españoles lo más importante en la vida es salir a tomar una cerveza con los amigos y a comer con la familia. Ese es el plan y el objetivo, y me parece muy bueno. La larga sobremesa es más importante que el sexo para los españoles. Es subjetivo, claro, yo soy mitad español y viví mucho tiempo en América Latina: para mí esto es una América Latina que funciona”.

Vías paralelas

-¿Qué destino le ves a este Mundial?

-Tengo una imagen metafórica que siempre utilizo para intentar explicar la relación de las grandes masas futboleras con, por un lado, la manifiesta corrupción de la FIFA y, por el otro, el deporte que aman. Para mí operan como en vías paralelas. Hace ya como 50 años que hay conciencia de que la FIFA es una especie de mafia. Esto empezó cuando el brasileño João Havelange tomó las riendas. Una de las primeras medidas fue dar el Mundial a los “milicos” en la Argentina y quién sabe qué chanchullos hubo para decidir la sede de 1978. Muchos libros y documentales tratan el tema, como, por ejemplo, el último estrenado en Netflix (“Los entresijos de la FIFA”). Todo eso existe y la gente es consciente de ello. Pero para los miles de millones de aficionados, el fútbol es en cierto modo un regreso a la infancia.

-¿Qué quiere decir eso?

-Podés darte licencia para decir enormes pelotudeces, ser absolutamente irresponsable y sucumbir a emociones muy primarias, que es lo que pasa cuando ves un partido. Para muchísima gente es una especie de terapia o de consuelo para sus problemas familiares y laborales. En el Mundial, suspendés la realidad, y te metés en una especie de universo infantil de blancos y negros, y ya está. Entonces, la amoralidad y la corrupción de la FIFA no se quieren ver del mismo modo que un chico de ocho años de repente empieza a sospechar que Santa Claus o los Reyes Magos no existen, pero, durante un año o dos, prefiere mirar hacia otro lado y hacerse el boludo: esa mentalidad es permanente en la gran mayoría de aficionados de fútbol. Quieren aislarse del lado oscuro y real de las cosas porque les arruina el juego.

-En definitiva, por muchas críticas que haya habido, prevalecerá lo que diga la pelota.

-Me preguntás cuál creo que es el destino del Mundial de Qatar y pues ahora la gran mayoría de los seguidores está volcada al fútbol. Más que cualquier otra competencia, esta ha generado una gran controversia y polémica, pero eso se pone en una vía paralela y seguimos con Santa Claus. A no ser que ocurra algo inesperado en las próximas semanas, ganará el que gane, llorarán los que lloren, como siempre.

-Escribiste un artículo en “La Vanguardia” con tono de despedida de los mundiales. ¿Rompiste en esta edición tu “contrato con Santa Claus”?

-Lo que pasa es que incluso yo, que he escrito bastante sobre el tema, opero en estas vías paralelas. También soy capaz de ver un partido y olvidarme del todo de lo otro. Entonces, si yo puedo hacerlo, imagino cómo será el resto de la gente que no piensa tanto en estos asuntos institucionales. Pero lo de este Mundial de Qatar es particularmente asqueroso. Tanto al tema de los derechos humanos como a la cuestión gay, vale, los pongamos a un costado por un momento. El gran escándalo es que de 22 miembros del Comité Ejecutivo de la FIFA, 14 votaron a favor de Qatar cuando los rivales eran Australia, Japón, Corea del Sur y Estados Unidos sabiendo que el torneo se iba a celebrar en junio cuando hacen 50 grados. Esto sucedió incluso cuando el equipo que mandó la propia FIFA a evaluar las candidaturas desaconsejó la de Qatar. Sin embargo, la mayoría de los ejecutivos votó por ese país, con lo cual es grotesco. También hubo algo con la elección de Rusia en 2018, pero, sin que esto signifique que admire a los rusos y menos en este momento, se trata de un país grande, con tradición futbolera… lo de Qatar, en cambio, es obsceno y lo encuentro personalmente ofensivo. Es como que te ven la cara de pendejo. La FIFA, el organismo encargado de custodiar este gran deporte, que es el fenómeno de masas más grande de la humanidad, nos toma el pelo a los miles de millones de inocentes “niños y niñas” que enloquecemos con el fútbol. Lo dije en un artículo que publiqué hace poco: es una especie de abuso infantil.

-Ahora con el Mundial en curso aparecen situaciones que ponen en duda la legitimidad de las reglas, como esa adhesión automática al VAR que tanto dolores de cabeza generó a la Selección Argentina en el partido contra Arabia Saudita… Pareciera que los árbitros ya no confían en sus propios criterios.

-Estoy básicamente en contra del VAR, aunque puedo entender que tenga cierta utilidad en el fuera de juego, pero no cuando se trata de discernir si hubo una falta, si un jugador usó la mano… Esto ya es salir del todo de Qatar, pero para mí quizá el motivo principal por el cual el fútbol es de lejos el deporte más popular del mundo es su injusticia inherente y su vulnerabilidad al azar. Después de por lo menos la mitad de los partidos hay discusiones que duran horas, días o años sobre si el resultado fue justo o no. Esto no ocurre en ningún otro deporte: el fútbol es el único que conozco donde se meten autogoles y goles no intencionados. Después está el factor arbitral. “Errare humanum est”: la premisa es que el árbitro todo lo ve, como Dios, pero eso resulta imposible. En un intento de controlar y, para mí equivocado, de tratar de reducir la incidencia del azar, que es la gracia del fútbol, introducen el VAR. Pero la maravilla es que genera más polémica todavía, es decir, sigue igual.

-El VAR no resuelve el problema de la injusticia intrínseca del fútbol.

-Lo deberían haber sabido porque los que vemos fútbol hace tiempo, mucho antes del VAR, sabemos que en las repeticiones de las jugadas en cámara lenta que se hacen después de los partidos y con la intervención de un panel de expertos, estos están siempre en desacuerdo. ¡No hay manera! ¡Menos mal porque al final se impone el punto del azar! La prueba final de eso son las cantidades de mundiales y de champions ganadas por equipos que no eran los mejores, pero que sí fueron los más afortunados.

BIO

Periodista sin querer

El londinense John Carlin dice que se dio cuenta de que podía ser periodista en la dictadura argentina, cuando desde Buenos Aires escribía cartas a sus amigos y familiares que estaban al otro lado del Atlántico en las que les daba las noticias del Gobierno militar. Tirando de ese hilo ingresó al Buenos Aires Herald, el diario editado en inglés que pasó a la historia por sus coberturas de las denuncias de violaciones de derechos humanos y del Terrorismo de Estado. “Me convertí en una especie de ‘mascota’ de las madres de Plaza de Mayo. Iba con ellas a todas partes, en una época en la que los periodistas no se les acercaban”, rememora 40 años después en Barcelona. A Carlin le quedó la impresión de que el régimen de los 70 fue el más siniestro y cruel que conoció. “Sin quererlo, me embarqué en mi carrera de periodista escribiendo sobre fútbol, películas y las atrocidades del poder”, explica en la autobiografía de su sitio web oficial: johncarlin.eu/es

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