El mundo llora a Blanca Arellano

El violento e inhumano asesinato de Blanca Arellano en Perú engrosa la lista de femicidios en Latinoamérica. El sangriento femicidio que sucedió en Perú da cuentas de un país en el que se reportan 4.470 niñas y mujeres desaparecidas hasta octubre de 2022, según datos de la Defensoría del Pueblo de aquel país. En su último reporte “¿Qué pasó con ellas?”, el organismo autónomo detalló que, de las 451 alertas por desaparición registradas en octubre, 277 eran niñas y adolescentes mujeres y 174 adultas. Según precisó la Defensoría, la Policía Nacional del Perú (PNP) registró en octubre 940 denuncias por desaparición de mujeres, de las cuales 497 fueron ubicadas (53 %).

Mientras tanto, en Argentina, Mumalá solicitó una vez más a la Ministra de Mujeres, Géneros y Diversidad, Ayelen Mazzina, la declaración de la Emergencia en Violencia de Género, los femicidios suceden, uno tras otros y cada 37 horas, según los últimos registros de 2022 al 19 de noviembre.

El próximo viernes 25 de noviembre se conmemora el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, una iniciativa de la Organización de las Naciones Unidas. Según explica la organización internacional, “la violencia contra mujeres y niñas es una de las violaciones de los derechos humanos más extendidas, persistentes y devastadoras del mundo actual sobre las que apenas se informa debido a la impunidad de la cual disfrutan los perpetradores, y el silencio, la estigmatización y la vergüenza que sufren las víctimas. La violencia se manifiesta de muchas maneras: física, sexual, psicológica y económica, entre algunas otras.

La Declaración sobre la eliminación de la violencia contra la mujer emitida por la Asamblea General de la ONU en 1993, define la violencia contra la mujer como “todo acto de violencia que tenga o pueda tener como resultado un daño o sufrimiento físico, sexual o sicológico para la mujer, así como las amenazas de tales actos, la coacción o la privación arbitraria de la libertad, tanto si se producen en la vida pública como en la vida privada.”

El 10 de noviembre pasado, un grupo de pescadores del puerto de Huacho en Perú (a 75km de Lima) encontró una cabeza, un brazo y dedos de una mujer. El mar había regresado estos restos a tierra que pertenecían a Blanca Arellano Gutiérrez, una mexicana de 51 años que era buscada por su familia desde hacía varios días. Blanca había llegado a Perú el 27 de julio para encontrarse con Juan Pablo Villafuerte, un joven estudiante de medicina de la ciudad de Huacho con quien mantuvo una relación a distancia desde la pandemia cuando se conocieron a través de un juego en línea. A inicios de noviembre la familia de Blanca dejó de recibir sus mensajes y comenzaron a buscarla intensamente manteniendo un diálogo vía WhatsApp y redes sociales con el hombre al que ella iba a visitar, su pareja, tal como les había dicho a ellos.

Hoy Villafuerte es el principal sospechoso de su asesinato. Los restos desmembrados hallados por los pescadores fueron reconocidos a raíz de un anillo de plata que poseía la víctima: estaba encajada en un dedo sin huellas dactilares, según relataron medios internacionales. En la playa de Chorrillos encontraron primero una cabeza sin rostro y, horas después, un brazo. Al día siguiente, en un canal de regadío colindante a la playa, emergió el torso de un cuerpo sin órganos. Tres días después, a través de las redes sociales, la sobrina de Blanca denunció que su tía estaba desaparecida, que habían perdido comunicación con ella desde el 7 de noviembre y que su pareja, Juan Pablo Jesús Villafuerte Pinto, un peruano, de 37 años, estudiante de Medicina, se había mostrado esquivo al punto de decirle a su familia que Blanca se había “aburrido de él” y había tomado la decisión de regresar a México.

Los peritos analizaron fotos de Blanca en donde portaba el anillo y lo encontraron igual por lo que determinaron que los restos hallados pertenecían a ella. En la casa de Villafuerte la policía realizó una prueba de luminol para aflorar manchas de sangre latentes en diversas zonas del lugar. “Las pruebas son irrefutables: se hallaron rastros en el baño, el lavadero, artículos de limpieza e incluso en el colchón. También hallaron ropa de mujer, unas maletas y una bandera de México”, publicó el diario El País: “El presunto asesino fue capturado en el distrito de Villa El Salvador, en Lima. No solo está acusado de feminicidio, sino que es sospechoso de tráfico de órganos. Los peritos en criminalística sostienen que las mutilaciones, sobre todo la desfiguración del rostro, fue realizado por un especialista, pues se trata de cortes sin irregularidades. Y que probablemente no lo realizó solo. La familia de Blanca Arellano se encuentra en la capital peruana para realizar las diligencias correspondientes a la formalización de la identificación”.

El cruel y sangriento desenlace que tuvo la vida de Blanca Arellano en Perú refleja la vulnerabilidad de las mujeres en todos los países de Latinoamérica. Se refleja en esta columna para responder a quienes todavía cuestionan la sistemática violencia que sufren las mujeres por su sola condición de género.

Así como en 2015 la sociedad entera marchó bajo la consigna #NiUnaMenos motivada por el femicidio de Chiara Páez, una adolescente de 14 años embarazada que fue asesinada por su pareja; el viernes 25 de noviembre debe ser una fecha que renueve el compromiso de todos ante los femicidios que continúan estremeciendo al mundo.

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