

El mejor sistema cambiario es inaplicable en la Argentina de hoy: un solo tipo de cambio por moneda con respecto al peso y que quienes realicen interacciones las hagan en la divisa que quieran por los motivos, precios, montos y tiempos que prefieran. Para que eso no complique la vida económica hacen falta condiciones como confianza, estabilidad y reservas en el Banco Central para intervenciones de emergencia ante posibles variaciones bruscas y profundas en una cotización.
Esas condiciones dependen sobre todo de cuentas públicas con resultado sostenible y política monetaria sobria, y de reglas fiscales y monetarias que apoyen las conductas que lleven a esos resultados. Pero los números y las reglas son otros, y dos requisitos para cambiarlos son un plan de gobierno coherente y confianza en los gobernantes, que no existen. Por lo tanto, lo que queda es una mejora de los parches.
Hay que destacar que el dólar es una póliza de seguros contra crisis económicas por lo que su demanda varía con la desconfianza. Por ello, al revés que el resto de los bienes, cuando su precio sube se demanda más cantidad. Si aumenta la desconfianza se demandan más dólares, lo que presiona su cotización al alza. Eso alerta a otros agentes que toman la suba como advertencia de que hay más personas pensando en que las cosas van para peor y entonces buscan más dólares por las dudas los temores tengan base, pues si es así la divisa estará más cara en el futuro.
De allí que actualmente se demanden dólares no sólo por operaciones comerciales sino también por cobertura. Para peor hay una cotización oficial que en el contexto es barata, alentando la demanda. Por eso la caída en las reservas del BCRA.
Una salida clásica es permitir el incremento de la cotización, pensando que bajará la cantidad demandada al mismo tiempo que alentará la oferta de dólares, pero hay dos problemas. Uno, que sin confianza tal vez sólo se confirme el acierto de atesorar dólares y se precipite una crisis, y el otro el temor del gobierno de que el mayor precio del dólar se traslade a precios. En consecuencia, en parte por un buen motivo y en parte por un errado uso del ancla cambiaria contra la inflación, no se soluciona la escasez de dólares mediante precios libres sino que se busca hacerlo reduciendo lo demandado con cupos de compra e impuestos adicionales a las operaciones con dólares. Pero al mismo tiempo se establecen varias cotizaciones para diversas transacciones porque de lo contrario la situación particular de cada sector sería peor. Es decir, en vez de aceptar una depreciación general se realizan devaluaciones sectoriales.
Entre las consecuencias negativas de las catorce o quince cotizaciones están la ruptura del sistema de precios, el desperdicio de recursos en el control de las restricciones y la tentación de pedir el tipo de cambio propio, con más recursos gastados en lobby y el mayor riesgo de corrupción pues si el destino del negocio depende de la voluntad de un funcionario se intentará conseguir su favor.
Pero como puede verse, ni cepos ni dólares varios hacen aumentar las reservas del BCRA de manera sostenida ni abastecen a quienes necesitan esa moneda para importar. Y al menos el 80 por ciento de las importaciones son bienes imprescindibles para la producción doméstica.
Ante ello, de vez en cuando asoma la idea de un desdoblamiento cambiario, es decir, que los dólares se operen en dos mercados, uno comercial y otro financiero. El comercial sería exclusivo para el comercio internacional y el financiero quedaría para todo el resto de las transacciones. En el primero los exportadores deberían liquidar a través del Banco Central mientras que los importadores podrían buscar dólares donde prefirieran. Por su parte, el financiero sería libre.
En cuanto a factibilidad, en general hay superávit comercial. En los diez años previos al covid el promedio mensual del saldo positivo fue de 327 millones de dólares, con 41 meses negativos sobre los 120 totales. Y en los últimos cinco años de 521 millones de dólares, con ocho meses negativos sobre 60. Ahora bien, si fuera cuestión de oferta y demanda eso llevaría a una baja en el precio del dólar que no conviene a los exportadores, por lo que el Central debería administrar el mercado. Habría dólares suficientes para las importaciones y al mismo tiempo aumentarían las reservas manteniendo la cotización. Además, los controles podrían ser más concentrados en vez de dispersos en los actuales tipos de cambio con su diversidad de operaciones y reglas.
Así, el desdoblamiento parece positivo, pero tiene problemas. Uno es que con seguridad habría un gran salto en el precio del dólar financiero ya que allí se concentraría el exceso de demanda actual. En principio no afectaría los costos de producción, pero como mínimo sería un costo político. Otro, la crítica del Fondo Monetario Internacional, que rechaza estos diseños. Pero es cuestión de política. Después de todo, dice no querer dos mercados pero acepta catorce. Un tercero, la tentación de disfrazar operaciones si el dólar comercial resultara más barato que el financiero pues los operadores del mercado libre buscarían comprar en el comercial y los de éste vender en el financiero. Uno más, el poder del BCRA en el manejo de la cotización del dólar, que debería acotarse mediante la legislación. Por último, los pagos de deuda se harían con el dólar financiero, lo que encarecería cumplir. Claro que en general las deudas no se pagan en moneda sino con nueva deuda, pero no siempre es posible.
De todos modos, se trata de prioridades. Si proveer dólares a los importadores es una, el desdoblamiento cambiario merece estudio. Falta menos de un año para las elecciones nacionales y el gobierno carece de credibilidad para intentar algo audaz y de fondo. Sólo se pueden pedir mejores parches.







