Día de los Fieles Difuntos en Tilcara: un banquete para las almas que vuelven a visitarnos

Día de los Fieles Difuntos en Tilcara: un banquete para las almas que vuelven a visitarnos

Una jornada para recordar y honrar a quienes ya no están. La fecha mantiene una significación especial, aunque difiere de cómo se la vive en las grandes ciudades y el sentimiento que se respira en los pueblos, donde lo ancestral sigue vigente, con ofrendas y tributos a las almas.

Las horas previas a la celebración del Día de las Almas, en las calles céntricas de Tilcara, en Jujuy, se percibe el andar rapidito de las doñas y de los papachos que con sus chismosas en mano (las bolsas coloridas de plásticos características de la Quebrada de Humahuaca) deambulan por las despensas. Ya empieza a escasear la harina: las más precavidas directamente compran las bolsa de 50 kilos para realizar las todas las ofrendas: angelitos, escaleras (para que el alma baje a comer y luego suba nuevamente al cielo), palomas, corazones, cruces y también todas las formas que representen lo que el muerto amó en su vida como un perro o tal vez una guitarra. Todas se colocan en una mesa cubierta con un paño negro y fotos de los parientes que ya partieron y que en esta jornada volverán para compartir la mesa, junto con un recipiente con agua, una vela encendida, un crucifijo, flores, las comidas y bebidas que prefería la persona fallecida para “convidar” al alma.

“En este mes (noviembre) sacan los difuntos de sus bóvedas que llaman pucullo, y le dan de comer y beber, le visten de sus vestidos ricos, le ponen plumas en la cabeza, cantan y danzan con ellos”, describía Felipe Guamán Poma de Ayala, el cronista amerindio que vivió entre 1534 y 1615.

“En los pueblos andinos, éste es tiempo ritual de volver a encontrarse con las almas que ya partieron de este plano, el kay pacha (lo terrenal), para irse al plano luminoso hanaq pacha (el plano de arriba) o penar por el uku pacha (el mundo de abajo), donde están las energías densas que piden ser trascendidas para poder ascender”, relata ahora, siete siglos después, don Martín Quispe en la plaza del pueblo a varios turistas que lo retratan y graban con sus dispositivos móviles.

“Si se trata de alguien que murió recientemente, se piensa que el alma todavía no entró al cielo porque está purificando sus culpas y viene a visitar el mundo de los vivos; las llamamos alma nueva. En estas familias, los rituales se intensifican y las ofrendas son mucho más importantes y numerosas”, afirma Rosa Cruz, de 78 años, mientras con una destreza admirable arma las coronas de flores artificiales que decorarán las tumbas en los diferentes cementerios de la quebrada.

Misas, coplas, canto, comidas, llantos, rezos... Todo para cumplir con el ritual de esperar y compartir con las almas de las y los seres queridos que ya no están físicamente. Ritual cósmico que se trasformó y fusionó con la conquista española.

En la región, los yuyos andinos, la coa, el palo santo, la jarilla, la rica rica, se funden en el fuego de las brasas de los sahumadores para darle la bienvenidas a nuestros muertos, aquellos que siguen vivos en el corazón.

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