

El café está casi vacío, solo hay una mesa en la vereda con clientes. El calor afloja un poco por la tarde en Tucumán, pero siempre por encima de los umbrales donde se pueda dar la vida, encontrar seres vivos no-tucumanos. Los amigos disfrutan de una cerveza fría para aplacar un poco el aliento caliente de la noche.
- ¡Che, capaz que Ibatín era más fresco!
-¿Vos crees que Monteros está lindo ahora? - replicó el otro-. Era Tafí del Valle o pasar a Chicago directamente! ¡África es Aspen en comparación con esto!
-Uy, no digas África que el amigo Castro se nos pone mal. -señalando al comensal de su lado- “Castro: el tucumano que mató un elefante”.
-!No me diga, Castro!c ¿ Anduvo de safari?
Castro supo que no iba a zafar.
-Naa. Este imbécil me gasta, nunca dispararía a un bicho tan bueno. Pero fue aquí que murió y tuve algo que ver. Está enterrado en el parque 9 de Julio. Era el ser más comprensivo que jamás conocí.
-¡Cuente amigo esta historia!
El buen elefante
-Los años ochenta fueron crueles conmigo, innecesariamente. Empecé la década siendo ingeniero, el primero de la familia, empleado de Dipos y marido de mi minibelleza (así le decía a la Elsita). Terminé sin trabajo, casa, ni familia. Mis viejos se pegaron un palo en la ruta, mi Elsita se fue con el maestro de gimnasia que la hizo creer que era Jane Fonda, y mi compañero y amigazo Barraza me hizo una jugada en Dipos que me empujó al retiro voluntario.
- Perdón ¿y qué tiene que ver el elefante?
- ¡Espera! Dejalo que siga, vas a ver.
- Gracias. En eso llega el circo, el Rodas creo. Me llaman por una pérdida de agua, yo después de que me hicieron ir de Dipos armé una pequeña empresa de plomeria de redes. Resultó ser que el peso un elefante se concentró justo en un punto donde había un caño de hormigón, en una esquina perdida de la carpa-jaula del paquidermo. Así que cuando llegamos era realmente un géiser. Primero tuvimos que cortar la luz y poner una llave para no quedarnos todos pegados. Trabajamos hasta tarde, tenían función al día siguiente y pagaban bien. Una vez que terminamos le pusimos tapa de metal pero convenimos que alguien se tenía que quedar de guardia para verificar que cuando suba la presión esa la noche, cosa que saben que siempre pasa, el arreglo aguante. Yo era el candidato natural: jefe de la cuadrilla ilegal, no tenía ni familia ni casa (dormía en una pensión bastante parecida a la del elefante sobre la calle Mendoza). Los mandé a que me traigan un choripán y una cajita de vino para pasar la noche. “Mire ingeniero que en India condenaban a muerte a los delincuentes haciendo que los aplasten los elefantes”. Me encogí de hombros y le dije que los crueles eran en todo caso esos hindúes.
Después del choripán y a mitad de la cajita de vino, pensé a partir del comentario de mi empleado que la maldad humana hacia los animales era inagotable. Recordé en voz alta que en la facultad nos contaban que Edison había electrocutado a una elefanta, Topsy. Edison quería mostrar la eficacia de la corriente continua y ejecutaron a la elefanta, acusada de homicidio ¡Está filmado! ¿Pueden creerlo?
Me di cuenta de que se lo estaba contando a mi elefante, Dumbo o alguna variante trucha del nombre. Estoy seguro de que me entendió. Esa certeza me animó a seguir abriendo mi corazón al respetuoso silencio del elefante. Me largué entonces a contarle mis desgracias. La trampa de mi ex amigo, cómo llevaban a la empresa estatal a la ruina, el problema del plomo, de las cloacas, de los desagotes…
-¡Dios mío, pobre bicho!
-Después pasé a contarle de mis padres, del accidente, de la traición de mi Jane Fonda…
-¡Uh, Dios!
-Ya borracho despotriqué contra todo lo que me daba bronca: la intervención federal, Domato, el Chiche Aráoz, Bandera Blanca, el Mencho Parajón y sus líos con los radicales, las inundaciones en Medina, la mierda que son los circos, todo unido. Al final de mi cajita de vino me encontré llorando, abrazado al elefante cantándole esa canción “El oso”, de Moris. “Yo vivía en el bosque muy contento…”
-Es que le mandaste con munición pesada todas las peores verdades…
-Sí, parece que le afectó mucho. Al otro día me enteré de que se había electrocutado. Un accidente imposible. Había arrancado la tapa, aplastado el arreglo y cortado los cables de electricidad. Mezcló así las corrientes de agua y de energía. No aceptaba ningún “conformate, che”, como el de la canción. Creo, respeto y admiro su decisión, Es innegociable vivir sin belleza, sin al menos una promesa de felicidad. Dicen que los elefantes jamás olvidan, pero también al revés: uno nunca se olvida de un elefante como ese.







