Fútbol vulnerable

La cancha de Gimnasia desnudó el jueves toda la vulnerabilidad del fútbol. Y también toda su potencia. La vulnerabilidad tiene algo inevitable. La multitud, el espectáculo popular, siempre es más difícil de controlar. Sucedió inclusive en la última final de la Champions que Real Madrid le ganó a Liverpool, en París. Todavía sigue la disputa por la mala organización de la policía francesa, el maltrato y cierto posible desdén de hinchas ingleses que, acaso habituados a su Premier League, arribaron al estadio con poca antelación. Y todavía existen enormes dudas sobre cómo actuará Qatar, con más de un millón de hinchas y 32 selecciones en la pequeña Doha, que sufrirá desborde inevitable durante el Mundial.

Pero lo del jueves fue otra cosa. Podrá debatirse si no debería haberse planificado mejor que la venta de boletos, si hasta última hora tendría que haberse efectuado con un tráiler a cierta distancia del estadio. Podrán debatirse seguramente varios puntos de la planificación. Siempre hay cuestiones que pueden desnudar su fragilidad si alguna de las partes tiene ganas de provocar problemas. Pero sí. Lo del jueves, ya fue dicho, fue otra cosa. Inclusive aceptando que desde hace algunos meses se percibe un accionar más violento de la policía, en Provincia y en CABA. Y no solo en el fútbol.

Y lo del jueves también fue otra cosa no solo porque falló la planificación (¿no se podría acaso haber ubicado con más orden a muchos de los que quedaron afuera si todavía quedaban lugares en las plateas?). ¿Por qué se cerraron las puertas si estaban esos lugares disponibles? ¿Acaso la cancha de Gimnasia no tuvo más gente el día de la presentación de Diego Maradona o en alguna otra jornada? ¿Bastó el enojo de algún hincha para que la respuesta policial fuera la agresión y que, a partir de allí, se desatara una cacería que duró hasta casi una hora más? ¿Fue necesaria tanta violencia para hinchas que jamás subieron la apuesta? Más aún: los hinchas no solo no subieron la escalada de la agresión, sino que evitaron que la tragedia fuera de proporciones inimaginables.

La muerte de Lolo Regueiro (incluído el maltrato denunciado por su familia) fue un gran dolor. Pero todos fuimos conscientes de que el desastre mayor estuvo a un paso. La imagen de hinchas con niños en brazos acercándose al alambrado recordó escenas de desastres en canchas inglesas, en tiempos de hooligans y de maltrato como única respuesta posible. Y la invasión (salvadora) al campo de juego trajo la imagen más reciente de una semana atrás en Indonesia. En ambos casos, los muertos se contaron por decenas y decenas. Por eso fue clave la organización, la solidaridad y la resistencia de los hinchas de Gimnasia.

Hubo que soportar luego el arribo del ministro Sergio Berni. Sus denuncias de sobreventa, comprobadas, dijo, porque “había 10.000 personas sin poder entrar al estadio que ya estaba lleno” (la investigación judicial estima que las personas afuera del estadio eran algo más de mil). Sugerir que las causas de la muerte de Regueiro podían haber sido ajenas al desastre. Y apelar a todos los lugares comunes y malditos del fútbol para que quedara claro que a él no le atraía todo ese entorno y que sí en cambio podíamos citar al rugby como un espectáculo más civilizado (habló del partido de Los Pumas en cancha de Independiente y casi sin policías a la vista). Un mínimo pedido de disculpas, además de la promesa de investigación interna, hubiese ayudado a comprender acaso si la barbarie fue una noche de desborde policial. Pero no. No se escuchó siquiera esa palabra tan simple: disculpas.

¿Desde cuándo fue que aceptamos tanto maltrato en la cancha? “Animales tratados como animales. Y pretenden que respondan como personas”, escuché décadas atrás a un especialista que aludía justamente a ese maltrato. De policías y de canchas precarias. Cambió poco. Y se naturalizaron las barras, su poder, su extorsión. La presencia de las barras justificaba cualquier exceso. Se naturalizó también la ausencia de hinchas visitantes, que cumplirá una década. Hasta advertimos que podíamos ir más tranquilos a la cancha. Lo entendieron el jueves los hinchas de Gimnasia, familias enteras que querían ver a su equipo ganarle a Boca y prenderse en la discusión por el título. Ilusión de fiesta colectiva.

No fue así. Y ni siquiera cabe la excusa de la barra, porque ya estaba dentro del estadio. ¿Fue una interna policial, como sugirieron algunos, y recordando que también una interna policial (pero de la Ciudad) provocó el desastre del River-Boca del Monumental que terminaron mudando a Madrid su final de Copa Libertadores? Es allí cuando el fútbol desnuda su vulnerabilidad. La vulnerabilidad del espectáculo popular, que contiene multitudes. Y que algunos utilizan para su negocio. Pero si algo positivo se puede extraer de lo que sucedió el jueves fue la respuesta organizada, pacífica y solidaria del hincha. El hincha que evitó la tragedia.

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