La debacle política abrió la puerta al fascismo en Italia

El triunfo de la ultraderecha muestra el fracaso del liberalismo y el descontento social, opina, desde Europa, el artista tucumano Carlos Alsina

POSTURA. Carlos Alsina, actor, escritor y dramaturgo tucumano, vive entre Italia y Argentina desde hace años.  POSTURA. Carlos Alsina, actor, escritor y dramaturgo tucumano, vive entre Italia y Argentina desde hace años.

“Acá nació el fascismo. Sus consecuencias aún están vivas; hay gente que lo recuerda, sobrevivientes de la Segunda Guerra Mundial, una legislación que lo prohíbe”, dice el dramaturgo y actor tucumano Carlos Alsina, que desde hace años reparte su tiempo entre Italia y Argentina, por trabajo y nostalgia.

“Pero, aunque esté prohibido por la Constitución, acaba de ganar en Italia una persona que es declaradamente fascista. En su movimiento hay grupos muy violentos, incluso con organizaciones paramilitares, responsables por ejemplo del asalto y destrucción de un importante sindicato italiano, vinculado a la izquierda”, comenta, con preocupación, Alsina, un artista con gran compromiso político desde que era dirigente estudiantil en los 70.

El ataque a sindicatos y la persecución a trabajadores en huelga fue una acción clásica de los grupos surgidos, en la Italia posterior a la Primera Guerra Mundial que adherían a este movimiento de carácter totalitario, antidemocrático, ultranacionalista y de extrema derecha.

Porque lo que gana posiciones en Europa y en el mundo, dice Alsina, no es la derecha liberal, sino la ultraderecha. Y ese avance en las urnas es muestra del fracaso de las opciones liberales y de centroizquierda para resolver cuestiones de fondo, como la concentración de la riqueza.

“El liberalismo mostró su incapacidad total para dar respuestas dentro del sistema”, insiste, y enumera los horrores que cabalgan a lomos de este sistema: La falta de empleo; las enfermedades que devastan a la humanidad (como ocurrió con la última pandemia); la caída del salario, la guerra y la amenaza de hambre.

En el otro extremo del espectro político tampoco la izquierda tradicional, como el Partido Comunista italiano, que en un momento de la historia tuvo participación en el Parlamento y enorme influencia en la cultura, en el deporte, en los debates de los pueblos, y no fue capaz de impulsar cambios de fondo, lamenta.

“Todas esas traiciones se están pagando ahora”, con el ascenso de la ultraderecha de Fratelli d’Italia (Hermanos de Italia), la formación de Giorgia Meloni, que avanzó de tener el 3% en 2018 al 26% en las elecciones del domingo pasado, y se encamina a ser la primera ministra de Italia, en coalición con otras dos agrupaciones de derecha, la Liga, de Mateo Salvini y Forza Italia, del magnate acusado de corrupción y abuso sexual Silvio Berlusconi.

Esta derecha es peligrosa, según Alsina. Está en contacto con grupos de la derecha internacional, como la del estadounidense Steve Bannon, apologista de Donald Trump e ideólogo de conspiraciones racistas y antidemocráticas, en una especie de “Internacional de la derecha, que lleva adelante una campaña para borrar la historia, licuar el pensamiento crítico”.

Los líderes de los partidos de oposición italiana, después del mazazo del domingo -que no por anunciado fue menos devastador- decidieron culparse entre ellos y a los votantes, que “eligieron el camino del populismo” . Sí admitieron que la derrota también se debió a la falta de unidad.

Con casi la totalidad de las urnas contabilizadas, los resultados mostraban anoche que la alianza conservadora va en camino de obtener una sólida mayoría en ambas cámaras del Parlamento.

Los partidos de centroizquierda y centro, que pelearon las elecciones cada uno por su lado, obtuvieron colectivamente más votos que la derecha, pero la ley electoral, que otorga un tercio de las bancas a la mayoría simple favorece a las alianzas amplias.

Enrico Letta, líder del opositor Partido Democrático (PD), anunció que se retiraría. “Mi liderazgo llegará a su fin tan pronto como el congreso (del partido) identifique uno nuevo”, dijo en la sede del PD en Roma.

Letta, cuyo partido obtuvo alrededor del 19% de los votos, dijo que la victoria de la derecha tiene sus raíces en la decisión del Movimiento Cinco Estrellas (M5S) de retirar el apoyo a la administración de unidad nacional de Mario Draghi en julio pasado.

El ex jefe del Banco Central Europeo dimitió y así puso fin al plan de Letta de forjar una alianza electoral con el M5S, que rondaba el 15% de respaldo gracias a un buen desempeño en el sur. El líder del M5S, Giuseppe Conte, culpó al PD de hacer imposible que ganara el centro izquierda.

“Esta es una elección peligrosa para el país, una elección incierta, veremos si Meloni podrá gobernar”, dijo, por su parte, Carlo Calenda, el líder del partido centrista Acción, que inicialmente había firmado una alianza con el PD pero luego se retractó.

De esto reniega Alsina cuando dice que los sectores progresistas no contaban con opciones políticas a las cuales votar. Entonces, muchos se abstuvieron. “Esta derecha canaliza descontento social, al no haber una opción de izquierda”, sostiene. El descontento se nota en la calle y en las charlas de café. Quizás no de la manera estridente instalada en Argentina, pero sí se expresa en la vida cotidiana. Las opiniones son cada vez más racistas, la doble vara con los refugiados -a los ucranianos, con los brazos abiertos, mientras que a árabes y africanos se les niega entrada-, médicos alegan objeción de cociencia para no practicar abortos, una práctica que es legal y pública en Italia desde los años 70.

Como en el resto de Europa, el del movimiento antivacunas, con un discurso de “libertad”, contra la cuarentena fue masivo. En Italia, además, fue violento y fogoneado por la derecha.

“Meloni, en el pasado reivindicaba al fascismo -recuerda Alsina-. En octubre se cumplen 100 años de la Marcha sobre Roma, en la cual (el líder fascista) Benito Mussolini llegó al poder. Habrá que ver qué hace entonces”.

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