Cartas de lectores

Plaza de Monteros

El proyecto de construcción del centro comercial a cielo abierto encarado por el municipio , que incluye la remodelación de nuestra plaza Bernabé Aráoz, alteró el pulso social monterizo. Y la razón fundamental es que se toca  nuestro principal paseo público, el que junto a nuestra iglesia parroquial, simbolizan la identidad y el sentimiento de todos los monterizos. Dejando de lado la falta de prioridad de la obra, considerando las urgentes necesidades que tenemos como ciudad, lo primero a cuestionar sería la ausencia de la cartelería que indique: la empresa responsable, monto de la misma, tiempo estimado de duración, etc. Nadie puede estar en contra del progreso, pero la falta de información y transparencia en la obra pública son una marca registrada de la corrupción estatal de los últimos 20 años. 

El actual juicio a la Vicepresidenta de la Nación da cuenta de ello. Pero el punto medular del asunto es la absoluta ignorancia que tenemos sobre el proyecto de remodelación en sí mismo. Solamente circuló un video digital del futuro paseo que, a vuelo de avión, no aclara mucho sobre los trabajos a realizar. Quizás la exposición de una maqueta hubiera sido mucho más esclarecedora. La vida de generaciones de monterizos está marcada a fuego por nuestra histórica plaza: actos y desfiles escolares; la celebración de nuestra Patrona, la santísima Virgen del Rosario, desde las escalinatas del templo parroquial; las tardes y noches calurosas de verano disfrutando un helado en sus tradicionales bancos (antes de madera, ahora de cemento); la clásica “vuelta del perro” de nuestra adolescencia y juventud; las risas de nuestros hijos en sus juegos; las concurridas kermeses de incontables jornadas. 

En fin, en nuestros recuerdos siempre estará presente nuestra querida plaza… ¡La mejor del país, desde nuestro orgullo monterizo! Entonces, no queremos ni necesitamos una nueva; sí, obviamente, mejorar todo lo necesario: caminería, iluminación, podar el ramal peligroso y hasta sacar algún añoso ejemplar con riesgo de caída; mejorar la tradicional fuente (sin tocar por supuesto sus indescifrables “pescaditos”) y algunas cosas más. Seguramente todo eso no va a significar gran cosa de los 900 millones de pesos estimados de presupuesto. Y entonces, dentro de 100 años, nuestros descendientes sostendrán también enfáticamente estas palabras: ¡Las de tener la mejor plaza del país! De eso se trata también cuando hablamos de patrimonio cultural.

Ricardo A. Rearte


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