Murió Rubén Urueña, polifacético empresario y dirigente deportivo

Murió Rubén Urueña, polifacético empresario y dirigente deportivo

Su deceso se produjo ayer, en Buenos Aires. Tenía 77 años.

Rubén Urueña, polifacético empresario y dirigente deportivo, falleció a los 77 años. Rubén Urueña, polifacético empresario y dirigente deportivo, falleció a los 77 años.
21 Agosto 2022

Es difícil que haya en Tucumán quienes no escucharon alguna vez sobre Rubén Urueña. La mayoría porque fueron contemporáneos y asistieron a su construcción como un personaje de altísimo perfil en décadas convulsionadas del devenir provincial. A los más jóvenes, seguramente la resonancia le viene de sus mayores. Será también por la potencia de un apodo (“Sopa i’ chancho”) con el que Urueña confesaba sentirse a gusto. Su muerte, producida ayer en Buenos Aires a los 77 años, da lugar al repaso por una trayectoria que hizo del zigzag en la vida pública su marca de fábrica.

Porque no hay un Urueña único e indivisible en esta historia, sino un hombre de múltiples facetas que transitó por Tucumán a su manera: incondicional para los amigos, afilado para los negocios, implacable con sus rivales. Fue un empresario, un reconocido hombre del deporte y, a la vez, un habilísimo intermediario. Esas conexiones le permitieron tejer una red de influencias, cultivada con suma paciencia hasta que logró erigirse, en sí mismo, como un núcleo de poder. Fluidos contactos con el mundo político, con el empresario y con el sindical, los que supo mantener aún cuando los achaques de los años no le permitían moverse con la vehemencia que lo caracterizaba en su plenitud.

Desde esa plataforma Urueña proyectó una ascendencia que en los años 80, 90 y 2000 abarcaba sectores claves del Poder Judicial. Su estampa, instalado en un bar de la calle 9 de Julio frente a Tribunales y rodeado de expedientes, era un clásico de la época.

Aquel Urueña quedó conectado a numerosos episodios oscuros y violentos de la crónica tucumana, ligados por ejemplo con clanes delictivos (los Ale, los “Gardelitos”), con el Comando Atila y con “El Malevo” Ferreyra. Pero a diferencia de todos ellos y del sinnúmero de acusaciones que le lanzaron, Urueña transitó aquellos años sin condenas ni procesos, lo que lo habilitó a declamar su inocencia ante cada escándalo que estalló.

Campechano en el diálogo y en las formas, veloz para determinar a quien brindarle confianza y de quién recelar, y de muy pocas pulgas ante la inminencia de un conflicto, Urueña no dudó en enfrentarse con pesos pesados del momento, transformarlos en enemigos y atacarlos en la arena pública, con solicitadas en LA GACETA (como las que publicaba contra un juez federal), apariciones en televisión munido de pilas de papeles y explosivas declaraciones radiales.

En ningún momento, por más áspera que fuera la polémica que lo envolvía, Urueña descuidó dos grandes amores, a los que dedicó todas sus fuerzas: su familia y Central Córdoba. La del club fue una pasión nacida con el barrio y le duró hasta el final. En los “azzurros” pasó por todas las instancias imaginables: desde jugador -de fútbol y de básquet- hasta presidente. Urueña hizo de “CC” su casa, y como tal le dedicó tiempo, esfuerzo y dinero. Su sueño siempre fue convertirla en una institución modelo, un hogar para los chicos de la zona, y por eso la voluntad de dotarla de infraestructura (como dos piletas climatizadas) y de la práctica de numerosas disciplinas.

Las primeras fotos de archivo lo muestran en la cancha de básquet, debajo del aro y a la espera de un rebote, siempre luciendo la camiseta de “CC”. Las más cercanas lo mantienen en ese ámbito, pero en el rol dirigencial. De uno u otro modo, Urueña fue sinónimo de básquet durante décadas en Tucumán.

Y en esa vorágine que eligió como modo de vida, un día a día colmado de reuniones y de mesas siempre generosas, con la llegada del nuevo siglo Urueña se reinventó como uno de los empresarios de espectáculos más importantes de la región. Abel Pintos, “El Chaqueño” Palavecino y Luciano Pereyra conforman un trío al que Urueña adoptó en su club -su casa- y ellos nunca titubearon al recibir su llamado: estuvieron cuando y como los necesitó. Con el tiempo, el estadio de Central Córdoba se acostumbró a recibir grandes shows y festivales, desde el folclórico Atahualpa hasta las principales citas del rock, la música tropical, la canción melódica y cuanto género propusiera. Y también de toda clase de convocatorias políticas y sindicales: de actos a fiestas, de reuniones discretas a movilizaciones masivas. Muchos acuerdos se anudaron; muchos entuertos se solucionaron; siempre bajo la mirada callada y atenta del anfitrión.

De joven le decían “Mota”. Luego pasó a ser “Sopa...” Detrás del apodo estaba Urueña, ese hombre de familia preocupado por el legado trazado para sus hijos -Rubén, Alejandro y Gonzalo-. El enamorado del deporte que saltó de la cancha al escritorio dirigencial con arrolladora diligencia. El hombre de negocios que persiguió la legitimación social de todas las formas imaginables. Y también el personaje complejo, pegado a la oscuridad de una época, sin dudas polémico y, más en la superficie que en el fondo, como un sello distintivo por excelencia, siempre dispuesto a ejercer padrinazgos.

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