Homenaje a Héctor Tizón: Memoria en la frontera

Héctor Tizón funda una cartografía literaria, en la que reverbera el “texto silencioso” de los pueblos. Por Carmen Perilli para LA GACETA.

UNOS Y OTROS. “Todos estamos aquí construyendo un puente. Somos esas personas. Pero también somos otras personas”, escribió en La mujer de Strasser. UNOS Y OTROS. “Todos estamos aquí construyendo un puente. Somos esas personas. Pero también somos otras personas”, escribió en La mujer de Strasser.
07 Agosto 2022

Héctor Tizón confiesa que su conflicto inicial fue la confrontación entre el habla entrañable de los que criaban y la lengua de la escuela, o sea, la lengua de los libros (Tierras de Frontera). El narrador actúa como el artesano, conjuga alma, ojo y mano. Es cronista que registra palabras, sonidos, colores y paisajes.

“A medida que envejezco creo más en el don de la palabra, en las palabras que narran, puesto que si las palabras no sirven para narrar se prostituyen sin haber conocido el amor y mueren”, escribe en Tierras de Frontera.

Las palabras cambian, se tiñen de tonalidades “son como los colores, sirven para que una cosa viva y valga diferente que otra, incluso que otra igual o parecida: ¿Alguna vez han pensado cómo sería el mundo si los colores no existieran? Pero las palabras son aún más poderosas que los colores” (El hombre que llegó a un pueblo). El título de uno de sus cuentos es metáfora de toda su escritura: “El mundo, esa vieja caja de música que tiene que cantar”.

El lugar es siempre realidad vivida, imaginada. Una frontera no es lo que detiene, sino aquello desde lo cual algo tiende a hacerse presente. El límite puede estar poblado de significación, ser un horizonte que nos define. Uno de sus personajes afirma: “Todos de alguna manera estamos aquí construyendo un puente. Somos esas personas. Pero también somos otras personas, puesto que toda personalidad es una gran farsa y un montaje” (La mujer de Strasser).

El autor pone en diálogo el mundo oral y la tradición literaria. Quiere reconstruir el tejido cultural desgarrado ya que, por estas regiones, “únicamente hay viejos que parecen saber de la historia del mundo sólo un fragmento, aunque aparentemente no sea el mismo” (La casa y el viento). El narrador desconfía de su oficio. “Sé que lo que de noche escribo en estos cuadernos no es la verdad. O, al menos, no es toda la verdad, sino retazos, trozos de la vida aparente, de mi vida y la de otros, que de pronto vuelve a narrarse, ¿pero acaso la historia no es eso?” (La casa y el viento).

No debemos olvidar “que hay un mundo poblado de cosas, de colores y de sonidos, y que el silencio es también como un sonido” (Tierras de Frontera). Su literatura juega con la casa y el viento, dos de las imágenes omnipresentes en la literatura de quien piensa que “La historia de un hombre es un largo rodeo alrededor de su casa. Pero mi casa, junto a las vías, es también sonar de trenes raudos, resoplantes trenes a través de la noche, como una parábola. La memoria convertida en palabras, porque es en las palabras donde nuestro pasado perdura, y en las imágenes (¿no son las palabras sólo imágenes?)” (La casa y el viento).

Tizón nos demuestra que la búsqueda de la belleza puede no ser infructuosa: “la belleza del mundo en un día como hoy, por ejemplo, es un milagro; la belleza siempre es un milagro. Todo estaba en silencio, pero no un silencio simplemente de ausencia de sonidos, sino algo infinitamente más real que los sonidos. Hay un silencio en la belleza del mundo que es como inaudito y extraño, que nos hace olvidar la suerte y la desdicha y el destino personal” (La belleza del mundo).

© LA GACETA

Carmen Perilli – Doctora en Letras, especialista en Literatura, latinoamericana.

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