El fútbol que no miramos

El fútbol que no miramos

El fútbol que no miramos

Miramos fácil en la señal de cable la Eurocopa de fútbol femenina, pero es más difícil encontrar a nuestra selección de mujeres jugando la Copa América de Colombia, buscando boleto a Juegos Olímpicos y Mundial, con la vuelta notable de Stefania Banini al equipo, formando gran dupla de ataque con Yamila Rodríguez, la goleadora de Boca. Si queremos seguirla por radio, apenas tenemos el esfuerzo notable de Relatorxs, la cooperativa de trabajo que envió a las dos únicas periodistas al torneo (Laura Corriale en los relatos, Ayelén Pujol en los comentarios) y que podemos seguir a través de su página web (https:www.relatores.com.ar) o su aplicación (http://bit.ly/3AFCotE).  

Miramos también más fácil, aun pagando el cable o el codificado, a nuestro campeonato de Primera que no sabe cómo salir de su encerrona de veintiocho equipos, con sus previas y sus post, repeticiones infinitas, entrevistas, hinchas que cantan, VAR, polémicas y mucho más. Y lo miraremos más intenso ahora que River y Boca quedaron eliminados ambos de la Libertadores y tienen que apostar localmente todas sus cartas, fichajes nuevos incluidos.  

Pero casi no miramos en cambio a nuestro fútbol del ascenso. O sí. Lo miramos solamente cuando nos enteramos que en sus partidos sin VAR, estadios más precarios y trasmisiones de medios comunitarios estallan episodios de violencia. Ahí están las esquirlas de la increíble cacería a balazos de barras de Alem a los de Luján en el clásico de la Primera C que debió suspenderse el domingo pasado, a los quince minutos de iniciado, cuando ya todo comenzaba a ser caos dentro y fuera del estadio. Dentro porque, según testigos, barras de Alem irrumpieron en una tribuna echando a los locales a la calle, donde fueron baleados por otros barras del visitante que llegaron en autos hasta el estadio, a modo de refuerzo (Alem es de General Rodríguez, a sólo veinte kilómetros de Luján). Fue asesinado Joaquín Bustos Coronel, 18 años. Pudieron haber sido varios más.  

Recién el viernes pasado fueron emitidas órdenes de detención contra un total de cinco sospechosos, especialmente los hermanos Mariano y Ariel González, hijos del presidente de Alem, ubicados en la escena. Ariel, señalado como jefe de la barra, fue despedido como director de Transporte de General Rodríguez. El primer detenido, el lunes pasado, César Ramírez, es vocal de la comisión directiva de Alem, y está acusado de “homicidio simple”, igual que Hugo Prezzo, otro de los primeros detenidos.  

Se trataba de un clásico, supuestamente había rumores de que algo podía suceder y, sin embargo, y pese a que Luján contrató a noventa policías, todo sucedió en una especie de “zona liberada”, como la describen testigos, que apuntan, como mínimo, negligencia policial. Fue tal vez una buena estrategia del secretario de Seguridad Sergio Berni afirmar que había un “famoso” implicado. Pero la Fiscalía de Luján rechazó por completo que el músico L-Gante, el señalado, estuviera siquiera investigado. Más interesante sería saber por qué la policía no pudo dar seguridad.    

La Primera C del fútbol argentino está también de duelo porque el jueves a la noche fue encontrado asesinado Federico Potarski, 29 años, jugador de Berazategui, baleado en el cráneo en el asentamiento de San Petersburgo, en el partido bonaerense de La Matanza, cuando trabajaba como chofer en una aplicación de viajes. Clubes dominados por barras, futbolistas que deben trabajar como choferes. Es el paisaje de ese fútbol que no miramos. El fútbol de la periferia.

En Brasil, el debate de la violencia creció también en estas horas luego de que el miércoles un fanático de Santos, furioso por la eliminación, invadió la cancha para agredir a Cassio, el arquero de Corinthians, que fue héroe en la definición por penales de La Bombonera. “No pasará mucho tiempo antes de que suceda una tragedia”, dijo el propio Cassio tras el partido (sin hinchas visitantes, por pedido policial). Folha, principal diario de San Pablo, se preguntó si la violencia en el fútbol (hubo otros incidentes en los últimos días, especialmente en el partido Flamengo- Atlético Mineiro) puede estar relacionada con la violencia política que vive el país. Brasil está conmovido después de que un policía fanático del presidente Jair Bolsonaro entró a la fiesta de cumpleaños de un funcionario del opositor partido de Lula (PT) y mató a balazos al homenajeado, hace una semana en Foz do Iguazú.  

Creemos que cierta violencia es patrimonio nuestro. No es así. No sirve esto para justificar nada. Pero sí para comprender que no son tiempos sencillos. Y que el fútbol, teatro amplio, siempre ha sido escenario de emociones y también de desastres. Y que muchas de sus canchas siguen estando desprotegidas. Les falta algo más que el VAR.

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