La extenuada clase media pide a gritos que la escuchen

La extenuada clase media pide a gritos que la escuchen

La línea de flotación de la clase media no falla: avería o naufragio, esa es la cuestión. Riguroso como pocos, ese indicador trasciende lo económico porque brinda, sobre todo, una medida del humor social. “Hay que mantener conforme a la clase media”, subrayan los decálogos de gestión política. ¿Es tan así? “Están destruyendo a la clase media”, deducen los análisis. ¿Hasta qué punto? Y a todo esto, ¿qué piensa la clase media? ¿Cómo se expresa? O en todo caso, ¿qué está haciendo mientras el buque nacional navega en la tormenta? “Trabajando, o nos comen los piojos”, dice el almanacero, que -por supuesto- se asume de clase media.

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“Historia de la clase media argentina. Apogeo y decadencia de una ilusión, 1919–2003”, se titula un libro imprescindible de Ezequiel Adamovsky. El historiador, tomando la debida distancia, se hace las preguntas apropiadas en el afán de desentrañar una de las ideas-fuerza fundantes de la Argentina del siglo XX. Si antes de 1920/30 no figuraba como parte de la construcción social -sólo se hablaba de clases “alta” y “baja”-, a partir de esos años la clase media quedó firmemente asociada a la identidad nacional, como si no hubiera conceptos de nación que se animaran a dejarla afuera. ¿Por qué la considera Adamovsky una ilusión, como lo consigna en el título del libro? Porque ese espacio intermedio entre ricos y pobres -afirma- no es otra cosa que una representación mental. En algún lugar hay que ubicarse, mientras el péndulo va y viene. Se trata entonces de vivir en el medio.

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Arturo Jauretche se burlaba de la clase media. La llamaba “el medio pelo argentino” y le atribuía comportamientos merecedores de ser agrupados en un “manual de zonceras”. Pero lo que en el fondo preocupaba a Jauretche, y será por eso que nunca llegó a aceptarlo, era la independencia de movimientos que la clase media era capaz de adoptar. Jauretche la acusaba de ser fácilmente maleable por los factores de poder y de ponerse al servicio de intereses que, a fin de cuentas, no la representaban. Y es cierto que esto sucedió en más de un episodio de la historia contemporánea. Según Jauretche, siempre se trató de un deslumbramiento por los blasones y por las cuentas bancarias ajenas; en otras palabras, de la ambición de un “medio pelo” que se traduce en la falsa conciencia de clase. Apenas puede, según Jauretche, la clase media “se la cree” y mira al resto por encima del hombro. Según Jauretche, la clase media era (es) -en esencia- golpista y antipopular. Y cuando le va mal, cuando las clases altas la abandonan a su suerte, se da vuelta como una tortilla y busca refugio y apoyo “en los de abajo”. Alianza que rompe apenas las cosas se enderezan.

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Esta visión maniquea, exenta de matices (que sí se manifiestan en el pensamiento de Jauretche), se consolidó como una corriente de opinión sustentada en una mirada prejuiciosa de todo lo que la clase media representa. El peronismo, por caso, siempre mantuvo una relación compleja con esa clase media a la que, alternativamente, contuvo y expulsó. En diferentes momentos de nuestro devenir, sectores significativos de la clase media votaron a Perón (en 1952), a Menem (en 1995) y a Cristina Kirchner (en 2007 y en 2011). Pero también votaron a Alfonsín (en 1983), a De la Rúa (en 1999) y a Macri (en 2015). En todos los casos se trató de genuinas expresiones de un clima de época, de la elección de un rumbo que esos sectores clasemedieros creyeron conveniente para el país, o simplemente de un castigo para quienes habían hecho mal las cosas. Ese desconcertante recorrido por el espinel resulta intolerable desde el momento en que la clase media desobedece, se desata y se politiza a su manera. Tal vez el pecado radique, justamente, en mirar a la clase media como un todo uniforme y desideologizado. De ese magma salieron cuadros por derecha y por izquierda, militares y guerrilleros, religiosos y ateos. ¿Por qué pretender alineamientos que no están en su naturaleza?

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“Cuando uno dice ‘Argentina es un país de clase media’, ese ‘de’, ese posesivo, implica que el que imagina así piensa que es dueño de ese país, que es el núcleo, que es la mejor parte”, dice Adamovsky. El concepto se relaciona con esa instalación de la clase media en el corazón de una narrativa nacional. Como si la clase media fuera la heredera de la civilización que pregonaban Alberdi y Sarmiento, contra la barbarie derrotada de indios, gauchos y caudillos. De allí también la idea de que la clase media es hija directa de la inmigración, de una Argentina europea, diferente del resto de América Latina, un país tan aspiracional como la propia clase media que lo constituye. Pero hay elementos fundantes, como la educación pública, el desarrollo industrial, el crecimiento de las pymes y la expansión del mundo profesional, que conectan a la clase media con el campo popular y con los trabajadores. Adamovsky encuentra en esas características de la Argentina de los años 1920/30 -un país en pleno crecimiento- las bases de esta construcción social, a la que define como netamente política. De esto ya pasó un siglo.

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La cuestión hoy es qué implica formar parte de la clase media. Cuando la economía funciona se reduce la pobreza y la clase media engorda; en tiempos como los actuales la escalera se transforma en un tobogán. Datos del Indec: en 2016 el mayor porcentaje de la población (48%) era de clase media; cinco años más tarde ese número había caído al 41%. Una movilidad social netamente descendente que amenaza con profundizarse durante estos meses. La pospandemia encuentra a la Argentina con una situación económica desmadrada. El infierno de la clase media en toda su dimensión.

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Enfatiza Adamovsky que a partir del Rodrigazo, en 1975, y a medida que cíclicamente se reiteran las crisis económicas, hay un relato consolidado que alerta sobre la desaparición de la clase media. Una sensación de angustia y de incertidumbre, porque toca una matriz identitaria nacional. Esa clase media que emergió en las primeras décadas del siglo XX y que alcanzó su esplendor en la década de 1960, vive sujeta a un permanente proceso de esmerilación. Pero si algo la distingue es su capacidad de lucha y de adaptación. Porque la clase media, con todos su vaivenes y el mar de contradicciones por el que navega, tan criticada y tan necesaria, ilusoria o no, es un termómetro de la realidad que no falla. Por eso sabe bien si lo que viene es una avería o un naufragio. Parece mentira que se le preste tan poca atención.

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