Por las buenas o por las malas

Por las buenas o por las malas

La prepotencia en el diálogo y en las formas se instala en la búsqueda de soluciones para los conflictos. Esas actitudes y ese deteriorado lenguaje muestran cómo se va diluyendo la capacidad de liderazgo de la política.

La República Perdida se estrenó pocos meses antes de que la sociedad argentina volviera a votar. Se trata de un documental que intenta revisar el pasado desde 1930 hasta 1983. Aquellas imágenes quedaron grabadas en la juventud de entonces. Sorprendían algunos personajes de la política de comienzos del siglo XX que no se sacaban la galera ni su vestimenta de etiqueta y buscaban un lenguaje que estuviera a la altura de las circunstancias de diálogo y de consenso.

Cien años después esos atributos que parecían cualidades esenciales no son trascendentes para distinguirse en la política. Muy por el contrario. Algo parecido a la etiqueta ocurre con la lengua. En otros tiempos se utilizaba un lenguaje grandilocuente –tanto como la misma palabra que exige circunloquios para pronunciarla- El respeto, la educación y la valoración de la palabra elegida para dirigirse al otro reflejaban la importancia del diálogo. Un siglo después la palabra se ha desvalorizado más que el peso.

El megáfono grita

No hace mucho tiempo. El ministro de Salud entre las sombras estaba muy enojado y empezó a arengar a su tropa. Repasaba cuestiones vividas en la pandemia y trataba de consolidar con su discurso la afinidad que la gente alguna vez le dio la responsabilidad de conducir el gremio de ATSA. Hoy, legislador y poderoso político, Reneé Ramírez tomó el megáfono y planteó: … “que nadie ingrese a nuestra casa a pedir lo que no le corresponda. Lo vamos a hacer por las buenas y si no, por las malas”. El discurso es largo pero su advertencia es corta. Y se llevó los aplausos. Aquel cuatro de mayo, sintió en sus espaldas los vivas más fuertes cuanto más agresivo fue.

Ramírez, cuanto más poder ha ido envolviendo su figura, más responsabilidad ha sumado a su persona. Un dirigente gremial que anuncie que si no puede evitarse lo que no quieren habrá que hacer las cosas “por la malas” muestra, sin dudas el fracaso de su liderazgo. Y su poder empieza a apoyarse en otras cuestiones que distinguen “disvalores” para quienes cuidan la salud de la población.

Otro botón de muestra

En estos días la protesta de los transportistas de carga tuvo ribetes muy parecidos. No se adhería al reclamo quien compartía el problema. Todos paraban sus portentosos camiones porque la libertad de elegir qué hacer tenía sus consecuencias tal cual lo declararon algunos manifestantes que se sintieron esclavos. No había argumentos convincentes ni debates concienzudos en busca de compartir padecimientos y necesidades. Fue la prepotencia la que marcó el ritmo de la protesta. Ambas cuestiones se vieron en las entrevistas de LGplay, el canal televisivo de LA GACETA, y en las redes sociales.

El viernes el titular de la Unión Industrial de Tucumán, Jorge Rocchia Ferro fue contundente; ante un micrófono trató de mafioso al presidente de la Asociación de Transportistas de Carga, Eduardo Reinoso, porque gente que le responde a él estaban tirando “miguelitos” que terminaron pinchando las gomas de los camiones que trasportaban azúcar y además rompieron vidrios de algunas unidades. “… Lamentablemente el mafioso este de Reinoso, el señor de los anillos, están tirando miguelitos, están rompiendo vidrios y lo único que hace la policía es cuidar a los piquetes. Están cuidando la rotonda como si la rotonda fuese la Plaza de Mayo y no hay soluciones, es difícil arreglar con un apretador y a nosotros no nos va a apretar. Estoy convocando a la Fotia, a la FEIA y a Uatre a que defiendan a sus afiliados”. Esas fueron algunas de las palabras de Rocchia Ferro, que desnudó entre otras cosas la preocupación central del Estado porque las rutas estuvieran libres, pero al mismo tiempo se desataba una batalla campal con piedras y “miguelitos”. Era más importante la circulación que la sana convivencia. Es propio de un Estado mareado por las circunstancias. Sin etiqueta, claro. El empresario también dejó al descubierto la debilidad y la despreocupación gremial que parece estar exclusivamente atenta a la cuestión paritaria y no al trabajo y otros padecimientos de sus afiliados. Rocchia Ferro aclaró que no busca violencia pero que tampoco es un cordero y al finalizar la entrevista con LA GACETA afirmó: “esto se va a normalizar, por las buenas o por las malas”.

En aquellas imágenes en blanco y negro de la República Perdida el lenguaje y la etiqueta se convertían en la comida fundamental para alimentar la democracia y el diálogo. Podían marcar diferencias pero implicaban también una exigencia para que los líderes estuvieran a la altura de las circunstancias que siempre reclamaban eso (altura) y responsabilidad. Un siglo después hemos vuelto un siglo atrás donde la prepotencia y la violencia son el fin último. La degradación va construyendo instituciones débiles que se si no pueden por las buenas, lo hacen por las malas…

La peor de todas

Osvaldo Jaldo, que como gobernador, no quiere repetir los insultos que decía como vicegobernador ni prometer lo que uraba como diputado nacional, pasó la peor semana. El mandatario provincial enfrentó un paro y se encontró solo. Sin paragolpes. Fue él quien viajó a Buenos Aires a gestionar soluciones, mientras –por ejemplo- en Buenos Aires era el ministro Sergio Berni el que enfrentaba a los transportistas díscolos. En Tucumán, ningún ministro salió a la calle y algo parecido ocurrió con los principales gremios de las actividades de la producción tucumana (Uatre, Fotia y Feia). El comentario de la semana fue la desesperación y preocupación que tenía el gobernador por conseguir alguna solución al conflicto. Mientras tanto los actores secundarios se acomodaban en la butaca para ver la película por TV. Después de esta semana, Jaldo deberá revisar si su forma de conducción no termina siendo un bumerán, o si deberá revisar la gestión de algunos de sus funcionarios que en estas situaciones límite lo dejaron en soledad, al menos en las apariencias.

Socios o rivales

El otro que no la pasó bien fue el intendente de la Capital, Germán Alfaro, que salió a la calle con sonrisas a festejar el nuevo mercado del norte que se ponía en marcha y volvió a su despacho de la intendencia interpelado y vapuleado por sus propios dichos. Sus ex compañeros peronistas no dudaron en acorralarlo por sus peyorativas frases sobre la venta de panchuques, críticas de las que se abstuvieron los inquilinos del Concejo Deliberante.

Alfaro sigue jugando en el centro de la cancha de la oposición pero cuando tiene la pelota en sus pies no tiene a quien darle pases. Cada una de sus intervenciones irrita al oficialismo de la Casa de Gobierno y opaca a sus rivales internos de Juntos por el Cambio. Pero sus actos no forman parte de la construcción de una fuerza opositora, como si sus socios fueran simples rivales.

La liga de la debilidad

En estos poquitos menos de 40 años de aquella República Perdida, nuestra joven e inmadura República no puede disimular rasgos de su personalidad. La inflación identifica los rasgos neuróticos de una personalidad que no encuentra armonía en lo político ni en lo social. Su resultante han sido los recurrentes vacíos de poder, que el sistema, pese a sus imperfecciones ha ido cubriendo por las buenas de Dios, cada vez que el gobierno -en un régimen presidencialista- se debilita. La denominada “Liga de Gobernadores” ha devenido en síntoma clásico de ese debilitamiento del poder presidencial recurrente.

La vimos actuar en las postrimerías del gobierno de Raúl Alfonsín, cuando la híperinflación empezaba a corroer el andamiaje político alfonsinista con pasmosa velocidad. También fuimos testigos de su reanimación con el tambaleante gobierno de Fernando De la Rúa y más tarde se vio a la Liga cogobernar con Eduardo Duhalde durante el interinato que le cupo jugar. Néstor Kirchner, hábil transeúnte de ese laberinto, no dejó que se volviera a reestructurar esa agrupación de poderosos en su gobierno y su sucesora y esposa ponía el grito en el cielo cuando los gobernadores se juntaban sin su consentimiento ni previo aviso. Tenía muy claro la inconveniencia de que ese tejido -por más irregular y primario que fuera- tallara en el reparto nacional. El tucumano José Vitar, cuando era secretario de Relaciones Internacionales de la Provincia, impulsó un esquema de unión regional del NOA, constituyendo un consejo de gobernadores y sufrió la reprimenda de la entonces presidenta, que desconfiaba de que la Región se galvanizara con el Tucumán de José Alperovich como eje.

En estos tiempos, los gobernadores han vuelto a juntarse, primero con la fachada institucional del Norte Grande, luego en una dura embestida contra la Corte Suprema (que sería en ausencia de los mandatarios la que tendría que ocupar ese espacio) y ahora con la llamada “Carta de Resistencia, Chaco”, promovida por dos mimados por Cristina: Jorge Capitanich y Axel Kiciloff.

En la Carta de Resistencia le reclaman sin ambages a la Casa Rosada mayor participación en la elaboración y diseño de las políticas de gobierno y, por las dudas no quede claro de qué se trata, las enuncia taxativamente: los problemas derivados de la falta de gasoil, la inflación, la distribución de los subsidios al transporte…

Alberto Fernández no la está pasando bien: al acoso permanente de su vice y al marcado de territorio de esta renovada Liga de Gobernadores, se sumó la bolilla que faltaba. Sergio Massa hizo trascender su descontento con el estado de cosas y dejó filtrar que su tropa le pide que renuncie a la presidencia de la Cámara. Claramente se dibuja así el escenario del vacío de poder que la debilidad de Alberto Fernández provoca y quienes pretenden ocuparlo. El Presidente deberá leer con inteligencia estos mensajes antes de actuar, porque la vestimenta de etiqueta no está en los roperos de Olivos y el lenguaje de consensos, diálogos y acuerdos no figura en el diccionario.

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